Y que vuela, nada, flota, repta, va a parar al asador. Todo lo del mar, menos los barcos, se come, dicen que dicen en China. Y de la tierra y del aire también, seguramente.
Vale la pena recordar a Martín Fierro para dejar de rasgarse las vestiduras y señalar a los chinos por comer “bicho”, como dicen en campaña, porque acá se come (o se comía) cuanta fauna nativa pueda capturarse: mulitas y tatúes, y algún peludo entreverado, nutrias, carpinchos, lagartos, ñandúes, y alguno más audaz o hambriento le atracaba hasta la comadreja, al zorrillo; y ni hablar del exótico pero nacionalizado jabalí, manjar de los manjares. Y la comida del charrúa era el apereá, el renombrado cuis distinguido por la cocina peruana, a pesar de que desde la ciudad moderna lo miramos con desprecio, como una rata sin cola.
Los chinos, como todas las sociedades antiguas y de cuantiosas poblaciones, sufrieron muchas veces terribles hambrunas, en las que morían millones de personas, cuando fracasaban las cosechas. La tierra escasa en relación al número de personas a las que debe sostener impide la producción animal, por lo menos la de grandes animales, como los vacunos, que hacen ineficiente el proceso de producción. Donde come un vacuno se puede plantar porotos, por ejemplo, y alimentar mucha gente. Cuando viene la seca, o cualquier otro evento dañino, y se pierde la cosecha, antes de morir de hambre la gente se come los perros, los gatos, las víboras, las arañas y alacranes, los grillos y gusanos (como los mexicanos), las hormigas, como en Colombia y seguramente en otras partes. Desde esta tierra nuestra, de pastos, de vacas y ovejas y de poca gente, no imaginamos esa situación, pero esa ha sido, y en parte sigue siendo, la realidad cotidiana para muchos pueblos.
Los chinos ya no sufren hambrunas, la última, reciente, debe haber sido la que provocó la llamada Revolución Cultural, a fines de la década de los 60 e inicios de la siguiente del siglo pasado. La destrucción de la organización productiva provocó una hambruna que mató millones de personas. Ahora China es un país avanzado, la principal economía mundial, pero conserva algunos mercados tradicionales en los que se venden animales silvestres, como una curiosidad de atractivo turístico. Se dice que la concentración de los animales amontonados en jaulas para ser faenados, les puede provocar lógicamente un estrés que les baja las defensas; por eso, esos extraños armadillos llamados pangolines –que deben ser tan ricos como las mulitas -, se habrían enfermado con un coronavirus propios de los murciélagos, vampiros, que los picaron. Ahí habría arrancado esta pesadilla moderna. En el choque de mundos y de eras diferentes. Ya había pasado algo parecido con el Sars, otro coronavirus que trasmitió a los humanos un gato silvestre, que también integraba la dieta de esas poblaciones.
Vaca Loca
Pero todos estos fueron procesos naturales: no fue el caso de la Vaca Loca, creada y difundida por el muy civilizado y occidental Reino Unido, al darle a las vacas en las raciones harina de carne de ovejas enfermas de Scrapie. Nunca un rumiante había comido otro rumiante y en ese proceso contra natura, el agente causal del Scrapie pasó la barrera de las especies y llegó al humano.
Lo peor fue que, teniendo pruebas irrefutables de que este procedimiento había derivado en la creación de un patógeno indestructible, el prión, que el consumo de carne y sobre todo de médula y cerebro de vacunos enfermos, podía evolucionar en una enfermedad terrible en los humanos llamada Creutzfeldt – Jakob, por sus descubridores: la Encelopatía Espongiforme Bovina, o Vaca Loca, que convertía el cerebro humano en un tejido esponjoso en un proceso irreversible e incurable. Pasaron años ocultando las pruebas del vínculo entre la carne de la vaca enferma y la enfermedad, mientras millones de personas seguían consumiendo los productos cárnicos inocentemente. Cuando se descubrió, un frío de muerte recorrió el mundo. Después, afortunadamente – porque fue la suerte y nada que los humanos hicieran – la transmisibilidad de la enfermedad resultó acotada y “solo” murieron unas cuantas decenas, o centenas, de personas en todo el mundo.
Ese episodio nos recuerda la fragilidad de nuestro principal rubro de producción y exportación.
Una sola salud
Uruguay exporta algo como las ¾ partes de la carne que produce y cualquier problema en los mercados externos le impacta sobremanera, mucho más que a los vecinos, por ejemplo, que vuelcan la mayor parte de su producción al abastecimiento de su población local; más del 80% en Brasil, algo como el 70% en Argentina, variando según el año.
Ya lo vivimos con la aftosa, que es una enfermedad exclusiva de los animales de pezuña hendida – vacas, ovejas, cerdos, ciervos, venados – y no ocasiona ningún perjuicio al humano, pero que si aparece un caso, se cierran todos los mercados instantáneamente.
Una sola vaca enferma de EEB (Vaca Loca), provoca el cierre comercial y obliga a sacrificar a todos los animales sospechosos y contactos.
Y ahora puede pasar algo parecido con el covid, si llegara a afectar a los operarios de la industria frigorífica; tanto Brasil como Argentina, EEUU, y Alemania, han tenido enormes plantas cerradas por esta razón.
Como se observa, la preservación de un estatus sanitario de la población humana no es únicamente un tema de salud pública, es también un tema de la economía. Una sola salud, humana y animal, ambas están interrelacionadas estrechamente: ese es el concepto moderno que impera en el mundo, y al que debemos ceñirnos con todo rigor.
Va parar al asador…”
De ese modo nos hallamos
empeñaos en la partida;
no hay que darla por perdida
por dura que sea la suerte,
ni que pensar en la muerte,
sino en soportar la vida.
Se endurece el corazón,
no teme peligro alguno;
por encontrarlo oportuno
allí juramos los dos:
respetar tan sólo a Dios;
de Dios abajo, a ninguno…
Guarecidos en el toldo
charlábamos mano a mano:
eramos dos veteranos
mansos pa las sabandijas,
arrumbaos como cubijas
cuando calienta el verano.
El alimento no abunda
por mas empeño que se haga;
lo pasa uno como plaga,
ejercitando la industria,
y siempre como la nutria
viviendo a la orilla del agua.
En semejante ejercicio
se hace diestro el cazador:
cai el piche engordador,
cai el pájaro que trina;
todo bicho que camina
va parar al asador…
La vuelta de Martín Fierro
Versos seleccionados
José Hernández
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