“Acá la gente sigue con la tradición del campo”, dice el propietario de un clásico local de nuestra campaña con productos ligados a la actividad del campo y sus costumbres. Elementos, que no son sólo un producto más para la comercialización, sino que transmiten sabiduría, historia, costumbre; y que se caracteriza por estar arraigado a las raíces de nuestra cultura. Cultura ligada a la tierra, a la “gente de a caballo” que expresa nuestra tradiciones más genuinas.
En un rinconcito de Tranqueras, donde el damero de la ciudad se empieza a confundir con el campo, está el boliche de Procedonio Fagúndez, aunque casi nadie lo conoce por su nombre, es el Nenito Fagúndez, uno de esos comercios de los que quedan muy pocos.
Al ingresar al local se respira el folclore ampliamente conocido por quienes somos del interior, y que tuvimos la oportunidad de conocer el tipo de comercios como este, que venden de todo. Los que apenas superamos las dos décadas, llegamos a conocer algunos de los que van quedando.
Del techo de quincho cuelgan cinchas, rebenques, cintos, estribos, que son la antesala al mostrador de madera de un par de metros, delante del cual se encuentran ollas, calderas, botas, jarros, y hasta una cocinilla a gas. Detrás está el Nenito, que a sus ochenta años maneja el negocio en el que ha estado al frente casi toda su vida, y que hoy es parte indisoluble de la idiosincrasia tranquerense.
Un pueblo diferente
“Yo soy nacido y criado en Tranqueras, estuve unos años trabajando en Mataojo, pero cuando mis hermanas se fueron a Montevideo a trabajar, me vine para acompañar a mi madre, y desde entonces me quedé acá”, contó Fagúndez a La Mañana sobre sus comienzos.
Relató que, al principio, el comercio se dedicaba a otro rubro: “estaba sin trabajo, pero tenía unos pesitos y puse un almacén, acá en este mismo lugar donde estoy hasta hoy, aunque era un poco más chico que ahora. Fui trabajando y trabajando, tratando de cuidar la plata, y siempre iba comprando, agrandando, tratando de tener más variedad de mercadería”.
“En esos años habían muchas colonias, muchas chacras para este lado, y yo era conocido de toda la gente, entonces todos esos amigos y conocidos de antes que tenían esas chacras llevaban maíz, maní, todos los cereales, y los vendían para un comerciante que había al otro lado del pueblo, el ‘Tono’ Daher, que tenía un depósito y la gente le vendía las cosechas de maní, algodón, maíz, poroto, boniato, todo a él”.
“Entonces esos pequeños productores pasaban con los carros por acá, y siempre dejaban un apunte con lo que necesitaban. En ese momento, la gente cargaba los alimentos en maletas o en bolsas, me pedían lo que necesitaban y así fui armando mi negocio”, recordó.
“Arranqué con comestibles nomás, y después lo fui dejando, porque se movía poco, y en el almacén se gana muy poco, aunque trabajaba mucho. Fui cambiando, comprando recados, botas, mandando a hacer cuerdas, y quedé con esto. Ahora no vendo nada de comer, vendo esto que ves acá”, contó mientras me mostraba las repisas a su espalda llenas de boinas, camisas y bombachas.
Independiente del cambio en la matriz productiva de la zona, que ahora apunta principalmente a la forestación y la plantación de sandía, el Nenito sigue apuntando a la producción local de indumentaria y accesorios criollos. “Ahora nadie planta, algunos lo hacen, pero para el consumo simplemente. Yo siempre tengo caballos, y me gusta dar maíz cosechados en chacra, y no puedo conseguir, entonces compro maíz que viene de afuera. Pero como soy del tiempo antiguo, me gusta darle maíz producido acá”, aseguró.
Un servicio de calidad y conocido por todos
“En este rubro vendo bien, porque traigo muy buena mercadería. La gente que trabaja en cuerda trabaja muy bien. Compro de todos lados, cuando aparece un vendedor de cuerdas que trae buenos productos se las compro. No me encierro en uno solo, siempre que vea que hay buena calidad”, dijo sobre la procedencia local de la mayoría de sus productos, aunque al estar diversificado a varios sectores, naturalmente algunos productos son industrializados.
Como a la mayoría de los pequeños comercios, la pandemia provocó un sacudón importante, y los hábitos se modificaron. “Ha cambiado un poco, ahora no se vende mucho, porque con el asunto de la pandemia hace como un año y pico ya no tenemos carreras, terminaron los desfiles, las fiestas gauchas, la Marcha de Aparicio, la Patria Gaucha, y en esas fiestas criollas la gente se empilcha, compran recados, frenos, riendas, y es cuando se vende más”.
Aunque, a pesar de esa dificultad, aseguró que no ha dejado de vender, “siempre algo se mueve, pero es mucho menos. La pandemia se sintió mucho. Antes hacían criollas acá mismo en Tranqueras y la muchachada joven está muy para el lado de andar a caballo, y les gusta andar bien equipados. Me pasa con mi sobrino Lucas, que está en una agrupación, todos van muy acomodados”.
“Acá la gente sigue con la tradición del campo, y ahora más. Los niños chiquitos vienen acá y les vendo botas, rastras, bombachas, les gusta todo esto. Todavía queda gente de a caballo”.
El comercio siempre estuvo en la misma ubicación, en la calle Florida, cerca del acceso a Tranqueras por la ruta 30; Fagúndez nunca evaluó mudarse, “la gente ya está acostumbrada a venir acá, se atraviesa toda la ciudad para venir a comprar, me conoce todo el mundo, y tengo experiencia atendiendo a la gente. Si te vendo una cosa y sale mal, vos venís, me decís, y te doy otra, ese es mi sistema, trato de vender buenas cosas y cumplir con la gente”, concluyó.
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