Si para nosotros, efímeros mortales, a veces se nos superponen en fechas de celebrar, situaciones ingratas que nos obligan a elegir si son ocasión de reír o llorar, no es raro que también suceda en la vida de las colectividades. El caso que nos ocupa no es tan dramático como un nacimiento y una muerte el mismo día, ni tan trivial como dos juegos de fútbol a la misma hora. Es la coincidencia entre el Día del Canillita y el Día Nacional del Libro. Uno conmemora el fallecimiento del sindicalista Adrián Troitiño y es en cierta forma un homenaje a Florencio Sánchez; el otro, la fundación de la Biblioteca Nacional. No se trata de señalar relevancias, sino de marcar el hecho. La naturaleza de esta página conduce a ocuparnos del libro y más que del libro en sí, de la literatura que hospeda.
Un poder salvífico
Cuenta Vargas Llosa que más de una vez algún señor se le había acercado con uno de sus libros en la mano, pidiéndole una dedicatoria para la esposa, la hija, la cuñada… El escritor peruano no perdía la oportunidad de preguntarle al demandante si él no leía. Invariablemente, el hombre se excusaba en la ausencia de tiempo. Esto lleva al destacado autor, por un lado, a criticar la postura de los que creen que la literatura es «un adorno… que habría que filiar entre los deportes, el cine, el bridge o el ajedrez» y que por tanto no pasa a ser prioridad en la lucha por la vida. Y, por otro lado, a constatar que la literatura está cada vez más restringida al sector femenino.
Las conclusiones de Vargas Llosa están ratificadas en encuestas españolas de hace veinte años. La realidad indica que su pesaroso vaticinio: vamos hacia la «barbarización espiritual», no estaba del todo equivocado. ¿Será que, como podría haber dicho Spengler, al final un pelotón de mujeres salvará la civilización? No lo veremos, pero no deja de ser una probabilidad si contemplamos los últimos datos proporcionados por el Ministerio de Cultura y Deporte de España en 2020 y que seguramente revelan una realidad no exclusiva (ver gráfico).
Bien observados los números vemos que solo en la franja de 25 a 44 años hombres y mujeres mantenemos entre un 8 y un 8,5% de diferencia. Al fin la tenacidad masculina puede más y a partir de los 65 estamos en un empate técnico. Nada que festejar: es la etapa de la vida en que menos leemos.
Literatura y utilidad
En el mismo análisis, el excandidato presidencial peruano recuerda al insoslayable Borges. Siempre que alguien le preguntaba al rioplatense sobre el para qué de la literatura, este se molestaba. Solía responder que era una pregunta tonta. Tan tonta como cuestionar para qué sirve el trinar de un ave o los tonos de una puesta de sol. Sirven para hacer la vida más grata, aunque más no sea momentáneamente. La diferencia está en que la literatura es creación humana. La expresión verbal, en un principio oral, en algún momento se hace escrita. El acto de escribir responde a una necesidad humana.
Kafka afirmó que «un escritor que no escribe es un monstruo que está desafiando a la locura». Así, Graham Greene lo veía como «una forma de terapia». Es también la escritura una suerte de magia cuyo instrumento es el lenguaje. «El lenguaje es asaz misterioso. Nada sabemos de su origen», dice Borges. Los clásicos eran inspirados por las Musas mientras que Poe postuló que el poema es obra de la inteligencia. Ambas posturas tienen parte de verdad dice Borges, y aclara que «por Musas debemos entender lo que los hebreos y Milton llamaron el Espíritu y lo que nuestra triste mitología llama lo Subconsciente». Nuestra triste mitología…
Pero la literatura no empieza a existir sino cuando se transforma en experiencia compartida. Y eso es posible a través de la lectura. Una persona que no lee padecerá no solo de una limitación verbal sino intelectual. Leyendo buenos libros se aprende a hablar correctamente. Ninguna otra cosa puede sustituirle en la formación del lenguaje, dice Vargas Llosa. Y Borges agrega: «un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos».
Castillos feudales
La deformación del lenguaje, el llamado «inclusivo» -y que bien puede identificarse con el Newspeak orwelliano- es un estudiado intento de falsear la realidad. Un instrumento de deconstrucción al servicio de intereses espurios. De ahí la necesidad de defender el idioma. Y eso deben ser las bibliotecas: castillos feudales de defensa del lenguaje. Porque el cerco a la sociedad es proteico. Los ataques vienen de los lugares menos pensados y actores que deberían estar inmunizados, tienen sus defensas minadas por el virus de la corrección política, que muta constantemente.
De modo que la suerte de la literatura, no solo está ligada a la del libro –un producto que pervive pese a los augures de su desaparición– sino que va mucho más allá. Está ligada a la esencia de nuestra cultura, a lo que nos define como sociedad, a lo que somos.
Conmemorar los doscientos cinco años de la fundación de la Biblioteca Nacional a través del Día Nacional del Libro adquiere desde esta mirada su trascendental importancia.
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