En la provincia gallega de Pontevedra, desde 1573, se encuentra uno de los más antiguos cruceiros que se conocen: el del Ayuntamiento de O Rosal. Si hay algo que caracterice a esas señales de Dios, es su rancio origen gallego. El P. Ramiro González Cougil, señala diversas finalidades en los cruceiros: «…santificadora de caminos […] protectora frente a influjos siniestros y hechizos; conductora de peregrinos; reconfortadora y de descanso para los caminantes; anticipativo-anunciadora de la proximidad de santuarios, sepulturas, muertes por accidente y de los límites jurisdiccionales; testificadora de las promesas […] conmemorativa […] impetratoria […] de acción de gracias […] satisfactoria, como penitencia […] piadoso-oracional, en orden a la realización del ejercicio del Vía crucis». También tenían una función señalizadora del Camino de Santiago. Más todas las que el fervor popular les fue agregando, entre las que no era la menos importante, proteger de las asechanzas de la Santa Compaña.
Por eso llama la atención que el historiador Isidoro de María atribuya a los hermanos José y Luis Fernández, responsables de la llegada a estas tierras del primer cruceiro, un origen catalán. En su Montevideo Antiguo (1887), en el capítulo titulado El Cristo, De María repite tres veces que los Fernández eran catalanes.
Esa misma versión la recoge Antonio N. Pereira. El historiador, dramaturgo y traductor dice en su Cosas de Antaño, en el capítulo titulado El Cristo: «doshermanos catalanes […] que tenían un negocio en aquel paraje». El breve relato de uno y otro tiene pequeñas diferencias, pero coinciden en que estos hermanos, al lado de su casa en el Cordón «hicieron un nicho grande, en el que colocaron una cruz con un Santo Cristo, sobre un pedestal de piedra». Agrega de María que eran propietarios de la chacra Los dos hermanos, situada al otro lado del Arroyo del Manga.
Una luz en el camino
El nicho tenía una pequeña baranda y un farolito en el que ardía por las noches una vela de sebo. De María se pregunta qué impresión le daría al caminante de esas desoladas latitudes esa inesperada lucecita, en aquellos tiempos en que se creía en ánimas, duendes y brujerías.
Pereira hace la misma alusión a las creencias populares, pero también razona sobre el amparo que aquella capilla ha dado a los desvalidos y servido de guía a algún viajero extraviado.
De todos modos el discurso fluye por el cauce de la utilidad práctica. Si en vez de la capilla hubiera habido un faro con un potente reflector…
El Cristo, que dio la denominación a esa zona, estaba ubicado donde actualmente se encuentra la estatua del Dante, 18 de Julio esquina Tristán Narvaja donde nace la Feria centenaria.
Y a pesar de su escepticismo, don Antonio N. admite que «debió tal vez haber hecho […] muchos de los que llaman milagros, pues hasta hace muy poco [1893] ostentaba aquella capilla, por todas partes, corazones, piernas, ojos, brazos y figuras de plata, colgados alrededor de aquel Cristo».
De María menciona «las reliquias que pendían de la cruz o en las paredes del nicho, promesas cumplidas de algún devoto». También alude a los primeros edificios que por 1810 empezaron a erigirse en lo que hasta allí era un descampado: los de Cristóbal Beltrán, Félix Buxareo y Manuel Meléndez, que subsistían hacia 1887. Con relación a Buxareo (1756-1855), según Ricardo Goldaracena habría venido hacia 1811 y en una precaria situación económica, que luego convirtió en una gran fortuna: en 1836 tenía treinta y un esclavos. Lo que hace dudar de la exactitud de la fecha que maneja De María.
Habría también según el mismo autor, tres pulperías: la antigua del Cristo, la de don Cristóbal y la de don Félix.
Don Isidoro remata el tratamiento del tema, asociando la cruz del Cordón a las Tres Cruces que cerca de allí, dieron nombre al paraje donde habían sido asesinadas tres personas por unos malhechores.
Pero agrega una referencia final a la relación catalana de los hermanos: «Cuando se erigió el nuevo cementerio mandaron traer expresamente de Barcelona una gran cruz de piedra de raro mérito, formada de una sola pieza, con la efigie arriba del Cristo y de la Virgen, haciendo donación de ella al cementerio […] y al pie de ella fueron sepultados al fallecer».
Milagros inesperados
Por su parte Antonio N. Pereira escéptico y respetuoso, relata su encuentro con una señora a la que frecuentemente veía orando de rodillas al pasar por el Cristo. Compadecido y admirado, bajaba de su caballo y con la cabeza descubierta permanecía en silencio contemplando a aquella alma sufriente. También da cuenta de un diálogo, real o imaginario, del cual no pudo deducir la razón del penar de la señora y a quien no volvió a ver.
Y culmina su relato con una referencia a «lo que muchos llaman milagros». La diferencia es que este hecho, como él mismo lo dice «debe señalarse como un verdadero milagro». Lo que parece un tanto contradictorio con su aserto anterior. Durante los nueve años que duró la Guerra Grande, donde se hizo tabla rasa con todo, ese lugar fue teatro permanente de operaciones. La capilla sufrió cañonazos y tenía orificios de bala por todos lados. «Pero lo más extraordinario es, que a la imagen de Cristo no alcanzó a tocarla ninguna bala, quedando intacta como puede verse».
En 1905, -la piqueta fatal del progresismo-, el Cristo fue trasladado a su ubicación actual: la hornacina derecha de la fachada de la Iglesia de Nuestra Sra. del Carmen la Mayor, más conocida como del Cordón.
La placa colocada por el Patronato en 1967 restaura la verdad histórica: «Primer Cruceiro gallego instalado en el Uruguay».
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