Allá por el ’58 yo creía que Fiume era la marca de toscanos que fumaban los parroquianos del café Defensor. Un par de años después nos mudamos a un apartamento más grande, con espacio para una amplia biblioteca que mi padre llenó de libros, entre los cuales no pocos eran de la edición mexicana de Aguilar en papel biblia. Conservo la mayoría de esos libros muchos de los cuales siguen siendo tan vírgenes como llegaron. Otros, en cambio, ya habían llamado mi adolescente atención, como los tres tomos de las Obras Completas de D’Annunzio. Allí aprendí que Fiume no solo era una marca de tabacos.
Gabriele D’Annunzio, de baja estatura, calvo, miope primero y luego tuerto no parecía tener el phisic du rol para encarnar al «superhombre» niestzcheano en boga en la época. Sin embargo, no solo fue famoso como escritor y poeta sino como tombeur de femmes y héroe militar.»
Italia había participado en la Primera Guerra Mundial del lado de los vencedores. Pero el tratado de Versalles no satisfacía las apetencias de los italianos, en cuanto al reparto territorial.
Culpaban al gobierno, un poco por aquello de «piove: governo ladro!», y otro poco porque sentían la gestión de las autoridades como una traición a los miles de muertos y mutilados que dejó la contienda.
Entre esos mutilados estaba el propio D’Annunzio: había perdido la visión del ojo derecho. Combatiente del aire, en un acuatizaje forzoso se golpeó contra la ametralladora del avión. Quedó ciego unas horas pero recién se dejó atender un mes después cuando ya había desprendido la retina del ojo derecho. Para salvar la otra vista, los médicos le indicaron absoluto reposo y debió permanecer un tiempo con los ojos vendados. Sin embargo se ingenió para escribir. Lo hacía en pequeñas tiras de papel: había descubierto que podía escribir un renglón a ciegas. Su hija Renata le suministraba las tiras e iba armando el puzzle con las líneas escritas. Así, produjo su Nocturno en diez mil tiras de papel recortadas por la joven.
«Es el Sábado Santo. De pronto el sonido de las campanas conmueve con grandes ondas el silencio funerario, mientras estoy tendido sobre el lecho envuelto apretadamente en el lino, fijado como Lázaro, con un sudario sobre la cabeza. Después de haber agitado tanto mi tristeza, he aquí que las campanas agitan mi esperanza. Se cumple hoy la novena semana de mi vuelta, de mi condena, de la enclavadura de mi cuerpo en la tiniebla. […] Y en el aire de la Resurrección y en el aire de la Ascensión, no nos parece, sin embargo sentir pasar el soplo del prodigio», escribe.
Se restablecerá y volverá al frente de batalla. Lo condecorarán franceses, ingleses e italianos.
La aventura
La ciudad de Fiume -reclamada por Italia argumentando que la mitad de la población era italiana- se encuentra sobre el golfo de Carnaro. Actualmente se llama Rijeka y pertenece a Croacia. En aquel entonces, esa situación era un fuerte motivo de irritación para los nacionalistas, y se empezó a gestar la idea de un golpe de fuerza. D’Annunzio, que se había retirado con el grado de teniente coronel encarnó ese sentimiento colectivo.
En setiembre de 1919 un grupo de oficiales subalternos le solicita liderar una acción para anexionar Fiume. D’Annunzio estaba en Venecia preparando un raid Roma-Tokio pero acepta el desafío y se traslada a la ciudad de Ronchi -que poco después pasará a denominarse Ronchi dei Legionari- donde se pone al frente de la expedición. Son doscientos ochenta y siete hombres que salen a la aventura. Llegarán dos mil seiscientos, con los que se van incorporando, durante los ciento veinte km que los separaban de su destino.
Más allá de la peripecia militar de una ciudad ocupada con el beneplácito de sus habitantes, es interesante el estatuto que el poeta dio a la ciudad con la colaboración del socialista Alceste de Ambris, a quien D’Annunzio había designado como Jefe de su Gabinete en el gobierno de la ciudad.
La Carta del Carnaro
En setiembre de 1920, D’Annunzio proclama la Regencia Italiana del Carnaro y da a conocer la Carta. La norma reconocía la libertad de «los ciudadanos de ambos sexos» para elegir su profesión, arte, oficio o industria. Del mismo modo a edificar sus templos y profesar sus creencias religiosas.
Pero sitúa tres «creencias religiosas» sobre todas las demás: «la vida es bella y digna de que el hombre, recobrado por entero a la libertad, la viva severa y magníficamente; el hombre entero es aquel que sabe cada día inventar su propia virtud para cada día ofrecer a sus hermanos un nuevo don; el trabajo, hasta el más humilde, hasta el más oscuro, si está bien hecho, tiende a la belleza y adorna el mundo».
Sobre la propiedad, reivindica su función social. No podrá ser «reservada a la persona como si fuese una parte suya» ni un propietario la puede «dejar inerte» o disponer de ella «malamente».
La cultura es «la más luminosa de las armas largas […] es una potencia indomable como el derecho o como la fe»
Los ciudadanos «sin distinción de sexo» son electores y elegibles para todos los cargos, así como tienen derecho a la instrucción primaria «en escuelas claras y salubres». Las libertades de pensamiento, de imprenta, de reunión y asociación estaban garantidas. La Carta consagraba el derecho a los haberes de retiro, el habeas corpus, la inviolabilidad del domicilio y la indemnización por «error judicial o abuso de poder».
Entre las causas de exclusión de la ciudadanía incluye a los «parásitos incorregibles a cargo de la comunidad», siempre que no sean incapaces por vejez o enfermedad. Todos los funcionarios «son penal y civilmente responsables del daño que ocasionen […] por abuso, por incuria, por cobardía, por ineptitud».
Una experiencia inconclusa
La cultura es «la más luminosa de las armas largas […] es una potencia indomable como el derecho o como la fe […] el bálsamo contra las corrupciones […] la firmeza contra las deformaciones». Está hablando de la cultura latina, de la lengua del Dante, cuya afirmación, dice, preparará «el reinado del espíritu».
Establece un sistema corporativo con diez corporaciones. De Ambris había propuesto ocho y D’Annunzio agrega dos más. La novena agrupa la gente de mar. La décima «no tiene arte, ni número ni vocablo […] queda reservada a las fuerzas misteriosas del pueblo en labor y en ascensión». Una forma «espiritualizada del trabajo humano». Así define D’Annunzio esta particular corporación.
También la Carta creaba la figura del Comandante, que asumía la suma del poder político ante casos de «peligro extremo». El texto dejaba claro que se trataba de una situación transitoria: «en la República romana el dictador duraba seis meses».
La experiencia no tuvo tiempo de probar su eficacia. En los últimos días de 1920, bombardeada Fiume por el propio gobierno italiano, para evitar muertes inútiles D’Annunzio capituló, retirándose a su residencia de Il Vittoreale donde falleció en 1938.
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