Luego de una exhaustiva investigación, la escritora Mireya Soriano lanzó recientemente su obra “Andante: Los pasos de un músico. Vida y obra de Alberto Soriano”, en la que plasma la trayectoria de su padre –tan ligada a la cultura de los países del Cono Sur–, su aporte a los pueblos y su legado como musicólogo.
Tuviste de pequeña una cuna muy cultural. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos?
Es verdad, pero lo veía todo natural. Cuando uno es pequeño no se da cuenta de la importancia de las figuras, pero a casa iba mucha gente, había veladas musicales y literarias dos o tres veces por semana. Recuerdo que Paco Espínola me sentaba en sus rodillas y me contaba Saltoncito. También de las conversaciones sumamente interesantes entre Espínola Gómez y mi padre. Me acuerdo que iba Javier Abril. Pero me perdí de la época anterior a mi nacimiento, cuando fueron, por ejemplo, Arthur Rubinstein o Arturo Toscanini. Hubo esa tradición de gente muy importante del mundo artístico en mi casa que, además, era Monumento Histórico Nacional. Esa propiedad actualmente la tengo y está bastante bien conservada.
Por lo tanto, por más de tus estudios en ingeniería, era imposible que no te acercaras al mundo cultural.
Sí, yo trabajo en ingeniería y me gusta mucho. Pero el ambiente artístico me influyó también.
En ese ambiente de personajes tan importantes, ¿cómo veías a tu padre?
Mi padre era una figura bastante atípica; hablaba portugués –y por supuesto español– pero viajaba muchísimo y yo empecé a tomar más contacto con él ya de más grande. Me refiero a que la primera infancia lo recuerdo poco, pero él en Uruguay residió 24 años. Trabajó en el Sodre, fue director del Departamento de Musicología de la Facultad de Humanidades y Ciencias. Ese tiempo estaba mucho en Montevideo y hacía mucho trabajo con Lauro Ayestarán; iba al campo, grababa animales, a los gauchos. Era, además de compositor, musicólogo, y esa fue la época en la que yo tuve más contacto porque estaba permanentemente en Uruguay. Tenía una vida muy interesante que transcurrió entre Brasil, Argentina y Uruguay
¿Cómo era la relación que tenías con él?
Muy buena. Era una persona muy original pero muy cariñosa.
¿Cuáles son los desafíos que encontraste al escribir tu reciente obra Andante en la que recorres la vida y obra de tu padre, Alberto Soriano?
Es una verdadera biografía porque no hay nada que no esté documentado. Me basé en muchas de las cartas. Tuve que leer cerca de 3.700. Tuve la suerte de que su hermano Natalio – quien le puede acercar el libro antes de su reciente fallecimiento en Brasil– me haya ayudado, porque mi padre era poco comunicativo respecto a su vida privada.
¿Cómo fue el proceso de realizar una documentación sobre tu propia familia?
Ningún libro me llevó tanto tiempo escribirlo, sobre todo por la etapa de la documentación –que siempre la hay– pero que además exigía tomar distancia extra para escribir lo más objetivamente posible sin resultar totalmente fría, pero que no resultara nada personal.
¿Qué descubriste durante ese camino?
El testimonio de cómo los veían otros. Mi padre pasó los últimos años de su vida en Concepción del Uruguay. Cómo había hecho la vida apostólica de divulgación de la música, pero no de él. Iba a villas con un grabador pesadísimo y una bolsa de casetes de distintos autores –Beethoven, Bach– y les ponía esa música. Le decían “El señor de la música”. Cuando él murió fue impresionante la cantidad de personas que vinieron de todos lados, gente muy humilde. Me acuerdo de un hombre muy humilde que lloraba en su velorio con un casete de Carmina Burana. Y yo le dije, ‘¿pero usted lo conocía?’ y él me dijo: ‘sí, él fue una vez a las casas a llevar música y a mí me había gustado esto y él vino otro día y me lo regaló’. Él todo eso lo hacía sin ningún interés de reconocimiento. Era un verdadero apostolado.
Tenía también una conexión muy fuerte con la comunidad.
En Concepción del Uruguay hoy hay una estación de radio que me pidió que todos los sábados lea cinco minutos del libro. Hay una gran cantidad de gente que lo escucha. Me emociona mucho que lo recuerden tanto.
Por otro lado, es importante el trabajo que realizó respecto a la etnografía musical y el acercamiento que tuvo con las tribus. ¿Cómo valoras el aporte que él hizo?
En Brasil hizo muchísimas investigaciones de la cultura afro aplicadas a la música y después las siguió en Uruguay. Grababa además el ambiente natural. Incluso también utilizó muchas de esas grabaciones para hacer música concreta. Hay un LP que se llama “Cánticos para el Caminante” que son construcciones sonoras.
¿Cómo nace toda esa conexión de tu padre con la música?
Tuvo una educación muy temprana porque siempre tuvo una vocación muy marcada. Él tenía 18 años y ya era profesor en el Conservatorio de Salvador de Bahía, que era donde ellos vivían. Era profesor de Armonía y Contrapunto con 18 años. O sea que se ve que la formación la empezó muy pequeño con profesores italianos. La música era su vida.
Pero también lo fueron sus viajes.
Sí, él nació en el norte argentino, pero luego se trasladó a Salvador de Bahía, más adelante vino a Montevideo y hacía viajes por su actividad musical.
Además, lo hizo en un momento clave para la historia de los países, ¿haces una recorrida sobre ello en tu libro?
Sí, por cierto. Cuando vino la intervención universitaria –él era presidente del claustro universitario porque quería lograr más recursos para el departamento de musicología– no lo echaron. Quedó trabajando pero luego lo deportaron a Argentina en el año 1976. Él estaba muy indefenso y no pertenecía a ningún partido político ni tenía ningún gremio, entonces no había quien lo defendiera.
Una característica de tu padre, como tú bien decías que no estaba afiliado a ningún partido político, era su creación en solitario. ¿Hay una conexión allí?
Una vez me lo dijo un director de orquesta argentino, que cuando una persona está un poco desarraigada en cuanto a su nacionalidad, ningún país lo tiene como propio y esa soledad a veces va en contra de hacerse conocido.
Andante: Los pasos de un músico. Vida y obra de Alberto Soriano salió al público en marzo del año pasado, editado por el Centro de Estudios Musicales Argentino-Uruguayo. Si bien aún no se pudo presentar por la pandemia, la editorial española Milenio eligió la obra para que sea la primera de los únicos cinco libros en editar este año. Su autora aguarda que próximamente llegue a Uruguay y Argentina. ¿Cómo fue la repercusión en la Feria del Libro de España?
Lo estuve firmando en la Feria del Libro donde hubo mucha gente. Me fue a ver directamente el Embajador de Argentina, Ricardo Alfonsín, que es el hijo de Raúl, con su esposa y para mí fue una sorpresa y quedé muy agradecida. Y la embajadora uruguaya, Ana Teresa Ayala, me mandó una carta muy linda.
¿Eso habla del reconocimiento hacia tu padre?
Sí, claro. Él tuvo una vida con suerte porque su música fue interpretada por personas reconocidas, pero él no es tan conocido como debiera. Yo estoy trabajando en que la música de él se divulgue.
¿Cómo lo haces?
Ya hay obras de piano en YouTube, pero estoy trabajando en la digitalización del material sinfónico para que próximamente esté también en Spotify.
¿Cuál fue el gran legado que te dejó tu padre a ti?
Creo que su sensibilidad; su amor al arte y la naturaleza. Él amaba mucho a los animales, a las plantas, y era una persona muy sincera. Para mí fue un ejemplo de vida muy importante. Tenía una sensibilidad maravillosa y de pronto, tal vez, algo de eso heredé.
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