Luego de convertir el histórico gol que le dio a la celeste su segundo campeonato mundial, el “ñato” se convirtió en un mito. Durante el mes de julio de 1975 La Mañana lanzó una sección especial llamada “A 25 años de la última hazaña celeste”, entrevistando a los protagonistas. En su turno, Alcides Ghiggia recordó, “el correr de los años me sigue reafirmando la convicción que aquel equipo uruguayo hablaba el mismo idioma. Con pocas prácticas y muchos problemas, solucionamos las dificultades que se iban presentando. Teníamos un profundo respeto por el equipo brasileño, pero a través de la Copa Río Branco habíamos equilibrado su poderío”.
Sobre el gol que definió el rumbo del campeonato, Ghiggia contó “ví un pequeño claro y las dudas de Barbosa… si salir a cortar o esperar que yo tirara. Se jugó por la primera y me animé. Tuve suerte y a otra cosa…”. Además, no disimuló su emoción al recordar la fecha, “espero el 16 como cuando niño esperaba un regalo de Reyes. Allí vuelvo a pensar que aquello fue maravilloso, único”.
“Con la garra de los viejos campeones, los uruguayos hicieron su magnífica victoria”, congratulaba La Mañana a la selección uruguaya el 16 de julio de 1950. Alcides Ghiggia fue uno de los protagonistas indiscutidos, marcando en el minuto 79 el 2-1 que cerraría el marcador y coronaría a Uruguay campeón. Arcadio Ghiggia es uno de los dos hijos de Alcides. Es biólogo y director técnico, pasión que comparte con su padre, fallecido el 16 de julio de 2015. Desde su casa en Montevideo, conversó con La Mañana para recordar la figura de su padre.
¿Cómo era Alcides Ghiggia en casa?
Papá era un tipo callado, que con la mirada ya veías lo que quería, sobre todo cuando éramos chicos. Pero era un hombre tranquilo, nunca se alteraba, muy cariñoso, chistoso, consejero, y que también escuchaba. Con los valores de aquella época, los que aprendieron junto a sus 4 hermanos. Fuimos criados bien, con una infancia linda en Italia, en una sociedad distinta, y papá era una estrella. Era un padre amoroso, exigente, pero muy proveedor.
¿Cómo fue ir conociendo la faceta de su padre campeón del mundo?
Yo nací y me crié con la imagen de papá jugador de la Roma, no sabía casi nada de Uruguay, si bien tenía una idea. Cuando vengo a Uruguay con nueve años, en el 1962, voy a la escuela, y mis compañeros me empezaron a hablar de papá y la hazaña del Maracaná, como hizo el gol de la victoria, Schiaffino, Obdulio Varela. Yo entro en un túnel del tiempo que desconocía, que papá jugó en la selección, que había convertido en todos los partidos e hizo el gol de la victoria, no sabía nada. Papá estaba en el final de su carrera en Italia en el Milan.
Ni mis abuelos hablaban del Mundial, y cuando viene papá empiezo a preguntar sobre todo lo que me hablaban. Ahí empiezo a conocer sobre esa historia.
¿Por qué cree que no hablaba del tema?
Yo creo que fue por respeto a los compañeros y por lo que pasó en el momento, que representó una debacle para Brasil, fue como un respeto que se tuvo. Ellos, que después se juntaban y organizaban comidas, nunca hablaban del Maracaná, supongo que por respeto y humildad de su parte.
¿Cómo recuerda usted, a través de aquellos relatos, ese mítico Mundial del ´50?
Para mí es un recuerdo, que si bien no viví, lo atesoro como si lo hubiera vivido. Es como ver los goles de papá en cada partido, como haber estado en el Maracaná, a través de todo lo que me contó él, y de haber crecido en ese entorno escuchando las historias, fotos y relatos de ese momento.
La vuelta de Ghiggia a Uruguay imagino que vino cargada de recuerdos de esa historia que al irse a Europa dejó atrás.
Lo que pasó cuando papá fue para Europa, es que en Italia se vivía la época de la Dolce Vita, y papá era considerado una estrella máxima, y él fue deslumbrado por eso, porque no existía en Uruguay. Allá eras tratado como un dios. Él después de vivir todo eso extrañaba Uruguay, su familia, y al terminar su carrera volvió, no con tristeza sino con alegría por verlos a todos, sus compañeros de selección. Implicó para él volver a vivir la historia, lo agarró aquel Maracaná que había dejado atrás al irse a Europa. Creo que él tenía ganas de volver. A su vuelta jugó en Danubio, y finalmente a los 42 años se retiró en Sud América.
¿La generación del Maracanazo marcó un mojón en el fútbol uruguayo?
El ´50 fue un campeonato generado por Brasil, un país enorme, era una fiesta para coronar a Brasil campeón. Quedó marcado por la victoria uruguaya pero a la vez una tragedia para los locatarios. Es un momento de la historia muy destacado por las circunstancias geográficas, y por esos pocos uruguayos que arruinaron la fiesta.
¿Qué cree que tenían esos hombres de especial, entre los que se encontraba su padre?
Papá siempre me decía que jugar para la selección es lo más grande que existe para un jugador, es tocar el cielo con las manos, y yo creo que fue eso, estaban compenetrados, jugaban al fútbol. No hay que confundir que es la garra, porque no es poner cara mala, ni pegar patadas, es demostrar con fútbol, y poner cada uno su granito para llevar a cabo una victoria o reponerse de un resultado adverso. Y esos jugadores tenían mucho amor por esa camiseta, había un sentido patriótico, marcado por los valores de esa gente. Era gente que sabía de fútbol, un grupo unido, con un gran líder como Obdulio Varela, que se respetaba, un buen técnico que los jugadores lo escuchaban, y él a ellos, ese grupo se conformó como una familia.
Si bien Alcides era un hombre de pocas palabras, ¿cómo contaba él esa experiencia?
Lo contaba con parte de alegría y de nostalgia, porque ya muchos de sus compañeros no estaban, y también por lo que se vivió contra los brasileros luego de la derrota. Papá representaba una alegría muy grande por todo lo que implicó ese triunfo, pero a su vez le pesaba lo que pasó después con los jugadores brasileños por la desilusión del pueblo y la responsabilidad que les habían depositado.
Papá es muy respetado en Brasil, queda una leyenda, una historia que no creo que se dé otra vez en el ámbito del fútbol, hay parámetros distintos. Fue una lección para los brasileros, que les sirvió porque a partir de ahí aprendieron y son pentacampeones.
Destaca mucho en la memoria de su padre el respeto y la humildad que se vivía en el fútbol.
Antes había un respeto entre los jugadores, con el capitán, el director técnico y los dirigentes, y en esa selección del ´50 se conformó un grupo muy bueno, similar a lo que quiso hacer muchos años después el maestro Tabárez, y eso es fundamental. Tienen que saber trabajar en equipo, tener la misma meta. Y hoy en día eso se ha perdido un poco.
¿Cómo fue la relación de Ghiggia con el fútbol después de retirado?
Yo iba al estadio con él, sobre todo a ver a Peñarol, el cuadro que quería, y a la selección. Era un hombre que analizaba mucho los partidos y perfectamente bien, y sabía lo que quería. Él estuvo un tiempo dirigiendo en Peñarol y otros clubes, pero no quiso seguir. Era un hombre muy vinculado al fútbol, le encantaba de alma, llevaba el fútbol por las venas. Además era un hombre con el que podías hablar de cualquier tema, pero siempre la parte principal de las conversaciones eran los partidos. Nunca perdió esa devoción por el deporte, si fuera por él a los 70 años igual se ponía a jugar.
¿Qué destaca de su padre como persona y como el gran jugador que fue?
Yo me acuerdo cuando iba al Olímpico de Roma a verlo jugar escuchar los comentarios de la gente. Cuando volví a Roma por estudio, un conocido me contactó con un matrimonio, ellos me contaron que iban a una tribuna sobre la franja derecha para verlo en primera fila, porque según ellos, mi padre con el balón “hacía crochet en el campo”. Papá era un hombre que cuando tenía un marcador que lo golpeaba dejaba de jugar para ridiculizarlo, y generaba una ovación. Hacía las cosas que hacen ahora, era un adelantado. Cuando se ponía a jugar se ponía el cuadro al hombro, era muy rápido, conversaba con los compañeros, y que siempre que podía trataba de ayudar a quien lo necesitara.
Tenía muy claro sus valores. Un compañero me contó que papá lo ayudó en las concentraciones a estudiar y poder continuar con su carrera, lo que le permitió recibirse sin dejar el fútbol. Papá siempre me motivó a estudiar, a tomar mis decisiones con responsabilidad. Era muy razonable, de grandes consejos, fue un padre y además un amigo, una excelente persona.
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