Las dos últimas semanas construí un par de relatos, publicados en este medio y distribuidos por redes, acerca de las gentilezas vividas últimamente por parte de los militantes oficialistas, que se dedicaron, legítimamente, a visitar barrios y domicilios, puerta a puerta, tratando de conquistar el voto para su coalición gubernista.
Esto sucedió con escaso éxito, a pesar de las dulces y amables adjetivaciones, recomendadas por el manual escrito solo a los efectos electorales.
He notado que muchos oficialistas olvidaron las recomendaciones de la hoja de ruta y se dedicaron a insultar y denostar estos “cuentitos”, pero más aún a mi persona.
Evidentemente no lograron separar la realidad de la fantasía y mucho menos leer desde el encabezado que reza “una historia que se parece a otra”
Es notorio que estos críticos de redes oficialistas necesitan insultar, desmerecer y menospreciar, vieja práctica, a la que suman primero que nada, ignorar el trabajo de cualquiera que no se ajuste a sus parámetros; y luego, si este continúa circulando, el denostar, injuriar o llegar a poner en tela de juicio la moralidad del insurrecto autor.
Así se evidencian las emociones de los que han escrito enojadísimos y claramente poco analíticos frenteamplistas, que se brotaron por lo que rezan mis narraciones.
Pero bueno, que se le va a hacer, nadie es monedita de oro para que lo quiera todo el mundo y el resultado de su actitud, de desprecios y desplantes, se vio reflejado en las urnas.
El pueblo se cansó… de su soberbia, desubicación, corruptela e ignorancia y tendrán que aprender a serenar esos impulsos críticos insultantes, que no hacen más que hablar mal de ellos y ahora deberán optar por verdadera y constructiva convivencia.
Volviendo a los cuentos y los parecidos circunstanciales con la realidad que vivimos, me vino a la memoria una vieja historia que sucedió en el cuadrito del barrio y la liga de futbol hace un montón de años.
Se venían las elecciones de dirigentes y mi cuadrito, “El Vanguardia”, quería votar un nuevo presidente de la liga interbarrial de futbol y había que elegir entre el Bicho Paredes y el Lucho Cambiasso.
El Bicho no tenía el apodo porque sí. Era “flor de bicho”, un hombre que se mantenía en la presidencia desde hace 15 años y que de fútbol y de sus internas sabía mucho. Dominaba todos los estatutos, chicanas y vericuetos y hacía arreglos entre cuatro paredes, dado además que casualmente los parientes del Bicho Paredes presidían cuatro instituciones más.
Esos sí que eran arreglos oscuros entre “cuatro paredes”.
El Lucho quería cambiar todo, porque no estaba de acuerdo con la conducción y sospechaba de corrupción, además consideraba que su cuadrito siempre era perjudicado por los arbitrajes.
Durante quince años los Paredes se repartían los campeonatos, con arreglos oscuros con quienes impartían justicia, o sea los delegados, árbitros y jueces de línea.
Pero todo se termina cual eterna ley de vida, dijera el poeta Nelson Rodríguez, y el Lucho logro reunir los votos de los otros clubes siempre perjudicados y cansados de tanto acomodo.
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Y Cambiasso llegó a la presidencia de la liga, gracias al apoyo de todos los demás dirigentes, que conformaron algo así como La liga de la justicia.
El Bicho impugnó, protestó, amenazó, pero el resultado fue el mismo de la semana pasada en la contienda electoral uruguaya.
Cambiasso llegó para quedarse.
Que todo sea para bien decía Wimpi.