De las páginas más bellas escritas por Rodó son, al menos en mi opinión, las que cierran su Motivos de Proteo. Está sentado frente a la ventana contemplando el paisaje del otoño viendo caer las hojas, sintiendo –en una experiencia religiosa– que la muerte es la antesala de la resurrección. Utiliza su ocio en esas reflexiones y dice: «Mientras en mi chimenea se abre un ojo cíclope que desde hace tiempo permanecía velado por su párpado negro, y junto a mí mi galgo ofrece sus orejas frías y sedosas a las caricias de su amo…».
Pero es menor –mucho menos metafísica– la intención de esta cita. La dualidad de la imagen es clara: afuera el viento se lleva las hojas de los árboles; adentro, el calor del hogar y la compañía del perro. No es novedad que el perro pasa por ser el mejor amigo del hombre —se ruega no aplicar Guía de lenguaje inclusivo del Ministerio del Interior y cambiar «hombre» por «persona humana»—.
El cuadro que pinta Rodó no estaría completo sin la presencia del galgo echado a sus pies. No es casual que el can sea un galgo, como el que menciona Cervantes en ese manido comienzo del Quijote: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor». El galgo, aquí, es otro símbolo de nobleza.
Otro comienzo famoso, el de La Ilíada, también hace referencia al perro: «Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves». Es sin duda distinta la función del «mejor amigo» en este contexto. No hay que olvidar tampoco que en la puerta del inframundo está Cerbero de guardia, que es una de las tareas propias de un can que se precie de tal, aunque no todos tengan tres cabezas como este especial portero. Tampoco hablamos del perro que en jaurías se ocupa en matar ovejas y que tanto daña a los productores rurales. O del hidrófobo al que debe matarse.
Amores perros
Esa subespecie del lobo –Canis lupus familiaris Linnaeus, 1758– parece haberse amigado con el hombre desde hace cuarenta mil años, por más que Linneo se haya ocupado en ponerle un lindo nombre latino a mediados del siglo XVIII.
Esa relación amorosa humano-perruna la vemos a diario. Aunque llueva torrentosamente alguien saca al perro al baño público que es la ciudad. No importa la hora ni la circunstancia, el frío, el calor del verano, el paro del transporte, los contenedores desbordados de basura, el PIT-CNT juntando firmas, las brigadas pintando columnas tricolores o poniendo moñitas rosas en los árboles. El perro debe salir.
Tampoco importa la raza –si es que puede definirse– ni el tamaño del animal. Da lo mismo un gran danés que un chihuahua. Pero hay que tener un perro. La afirmación parece demasiado categórica. ¿Hay que tener un perro? ¿Por qué no un gato?
Y aquí empieza una muy antigua discusión. No en vano el refranero español recoge la expresión «llevarse como perro y gato» para describir una relación, más que conflictiva, antipódica. El gato doméstico –al que Linneo denominó elegantemente Felis silvestris catus–tiene sus partidarios. De modo que puede hablarse de dos sectores históricos: los partidarios de los cánidos y los de los félidos. Aunque esa antinomia parece recordar aquella de Swift en la que los liliputienses guerrean por la forma de abrir un huevo duro. Pero es más raro votar por la LUC y luego firmar para su derogación…
La investigadora Karen McComb, de la Universidad de Sussex, experta en psicología animal, no está alineada en el grupo pro félido, pero es dueña de gatos. Estudiando los suyos descubrió que los felinos manipulan a sus amos para que les den de comer emitiendo un sonido –«maullido urgente envuelto en un ronroneo»– en una frecuencia similar al llanto de un bebé, lo que provoca la respuesta inmediata del humano.
Los gatos no suelen tener mucha fama, porque pese a que cazan ratones, no parecen tener alguna otra utilidad. El refranero está repleto de conceptos como: «Con ladrones y gatos, poco trato», «el amor de los gatos, a voces y por los tejados», o cambiar «perro por gato, nunca sale barato».
Si entrar en aquello del gato negro y la mala suerte, parecería abonar esa mala imagen la experiencia de Schrödingerque si bien fue una hipótesis –nunca encerró un gato en una caja– por algo eligió un felino y no un perro, aunque más no fuera por aquello de «aquí hay gato encerrado» …
Dentro de los alineados en las huestes pro cánidas sin duda merece un sitio relevante nuestro Rodó y no porque tuviera su galgo para acariciarle las orejas en vez de un demandante ronroneador. Sino porque claramente manifiesta su animadversión hacia el tradicional adversario.
Cultura gatuna
En uno de sus últimos trabajos, escrito en Roma en 1917, dice: «No quiero a los gatos. Me han parecido siempre seres de degeneración y de parodia: degeneración y parodia de la fiera. Son la fiera sin la energía; son el tigre achicado, el tigre de Liliput; el instinto contenido por la debilidad; la intención pérfida y sinuosa que sustituye el arrebato de la fuerza; la mansedumbre delante del hombre y la ferocidad delante del ratón». (Un concepto que Celedonio Flores incorporará a la letra de Mano a mano en 1920: los morlacos del otario los tirás a la marchanta / como juega el gato maula con el mísero ratón).
Y sigue el maestro: «Gatunos son nuestros crímenes. Económicas, tibias y falaces nuestras virtudes, pulcritud de gato. Si se aparece entre nosotros el Héroe, el medio nos infunde valor y le saltamos a la cara, como nuestros congéneres hicieron con D. Quijote».
De todos modos, para alabar al perro no es necesario denigrar al gato. El artículo The Human-Canine Bond: A Heart’s Best Friend, publicado en la revista, Mayo Clinic Proceedings: Innovation, Quality & Outcomes en setiembre de 2019 nos ilustra sobre el tema. Un estudio realizado sobre 1769 pacientes reveló significativas diferencias favorables a los que tenían perro, al punto de que los expertos recomiendan largamente tener un perro para protección contra las enfermedades cardiovasculares y la salud mental. Tener un perro no solo reporta el beneficio de sacarlo a la calle y caminar y jugar con él, sino que esa vinculación emocional ayuda efectivamente en el tratamiento de la depresión actuando como ansiolítico.
La legislación aprobada durante la administración frentista, protege a los animales en el primero de sus derechos que es la vida. Se prohíbe matarlos excepto: 1) Cuando correspondiere en virtud de las actividades productivas, comerciales o industriales según las normas legales y reglamentarias en materia de sanidad animal, o de experimentación científica…; 2) Para poner fin a sufrimientos ocasionados por accidentes graves, enfermedad o por motivos de fuerza mayor, bajo la supervisión de médico veterinario; 3) Cuando el animal represente una amenaza o peligro grave y cierto hacia las personas u otros animales; 4) Para evitar o paliar situaciones epidémicas o de emergencia sanitaria, según las normas legales y reglamentarias en materia de sanidad animal.
Lástima que esa loable preocupación por la vida no se haya extendido a los seres humanos cuando esa misma administración frentista aprobó la ley del aborto.
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