Andante. Los pasos de un músico. Vida y obra de Alberto Soriano. Mireya Soriano LAGARMILLA. EDITORIAL MILENIO. 2021, 227 págs.
Alberto Soriano Thebas (1915-1981) fue un compositor y musicólogo argentino. Una muy polifacética formación le permitió acercarse a los sonidos de nuestro continente desde una perspectiva radicalmente alternativa. Desde el Santiago del Estero natal migró hacia Salvador de Bahía. La peculiar simbiosis de una muy sólida formación en música culta (en especial violín, armonía, composición y contrapunto) con las expresiones musicales de origen afro signadas por el tamiz bahiano, lo definió para siempre. Continuos viajes de investigación lo llevaron a recorrer el interior de Brasil, Argentina y Uruguay. Aquí se radica a partir de 1950, continuando su formación con Tomas Múgica y Lamberto Baldi. Múltiples composiciones para guitarra pautan este período, pero Cánticos para el Caminante, realizado en base a sonidos de la naturaleza (ranas, pájaros, viento) grabados y organizados como pieza musical, hablan de una sensibilidad estética claramente rupturista. Son esas búsquedas, lindantes con la etnología musical, las que van definiendo a Alberto Soriano como un ser humano excepcional.
Y es ese aspecto el que se rescata en esta espléndida biografía. Su autora, luego de un muy copioso trabajo de investigación que la llevó a consultar más de 3700 cartas y documentos, logra, en un estilo magistralmente poético, rescatar lo humano.
Porque Alberto Soriano fue, antes que nada, el “Señor de la Música”. No solo investigaba sonidos de los senderos de la Patria Grande; compartía en comunidad su saber, su sensibilidad, con todos.
Deportado por la dictadura militar, se radicó en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Allí se dedicó apasionadamente a la docencia, allí falleció. Quizás su despedida sea, más que un homenaje, un himno a una vida bien vivida: “Un obrero con la cara curtida por el sol, apoyado en la pared, como si la tristeza le hubiese quitado toda su fuerza, sostenía, desolado, entre sus manos grandes, un casete de Carmina Burana. ‘Esto’, dijo, mostrándolo con los ojos llenos de lágrimas, ‘a mí me había gustado mucho y entonces él un día vino y me lo regaló”.
Ese profesor un poco raro, “que tantas veces los había visitado en sus ranchos pobres para hablarles de música, no con la retórica de un erudito sino con la alegría de quien comparte un descubrimiento”, es el ser humano que los invito a descubrir en esta obra excepcional.
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