“La vida literaria, como culto y celebración de un mismo ideal, como fuerza de relación y de amor entre las inteligencias, se nos figura a veces próximo a extinguirse”.
J. E. Rodó, El que vendrá.
En anteriores artículos he insistido en la necesidad de volver a pensar la educación desde diferentes perspectivas filosóficas, históricas y espaciales, concibiéndola no ya como un marco teórico abstracto, ajena en muchísimos casos a la praxis de su objeto de estudio, sino pensándola como reflejo y efecto del objeto de su propio quehacer.
Habíamos visto que “educación” viene del latín: “ex-ducere”. La palabra “ducere” en su acepción tradicional significaba: “guiar” y la preposición “ex” quería decir: “de, desde”, por lo que el ejercicio de la educación siempre fue el de guiar al estudiante en su proceso de aprendizaje para que salgan de él mismo las respuestas que necesita. O sea la finalidad de la educación era que el aprendiz sepa hacer por sí mismo las cosas que necesita hacer. Ahora bien, ¿le sería posible a un “educador” guiar a un estudiante en una disciplina o un espacio que desconoce o que no conoce en profundidad? ¿O le sería posible enseñar bien algo sin saber hacerlo? La respuesta parece bastante obvia, no se puede enseñar aquello que se desconoce ni guiar a alguien en lo desconocido. Durante miles de años, el maestro de herrería fue el propio herrero, y el maestro de letras fue el escriba, y el de armas fue el guerrero; no existió hasta la modernidad ese modelo de educador que se preocupa más de la educación en un sentido abstracto, como si la educación pudiese existir o tener un motivo de ser más allá de la disciplina que estudia y debe enseñar.
La fisura entre teoría y praxis en la enseñanza es cada vez más grande, y en algunas disciplinas, la disfuncionalidad, en términos de Ardao, y la deformación es de tal gravedad que la técnica corre el riesgo de perder su sentido como puede ser el caso de la enseñanza de lenguas extranjeras en la educación formal, como el inglés. La dificultad de los alumnos en aprender otra lengua aparte de la materna, posiblemente esté asociada a la falta de reflexión y de conocimiento sobre la propia lengua y el lenguaje general por parte de los actores involucrados.
Rodó profesor de literatura
De acuerdo al razonamiento expuesto, es interesante tener en cuenta el ejemplo de J. E. Rodó, no solo como escritor, sino también como profesor de literatura. En su trabajo educativo se sintetiza de una manera virtuosa esa fusión entre teoría y praxis. Rodó fue profesor para la Universidad de la República en la sección de Enseñanza Secundaria entre los años 1898 y 1902. De estas clases que impartió, uno de sus alumnos, Hipólito Barbagelata, tomó unos apuntes de clase que son una fuente imprescindible para comprender cómo se enseñaba literatura en aquel período.
Pablo Rocca, en una obra titulada “Enseñanza y teoría de la literatura en José Enrique Rodó”, realiza un estudio de estos “Apuntes” que vale destacar y que es preciso tener en cuenta a la hora de emprender este camino. Otro punto que me parece importante mencionar es que Rodó fue profesor no porque tuviera títulos en didáctica, ni un profesorado hecho, en verdad ni siquiera terminó sus estudios de bachiller. Rodó es el modelo del intelectual autodidacta. Pablo Rocca afirma:
“Pese a que aún no había empezado la temprana glorificación de Rodó, ya sus páginas iniciales gozaban del calor local en los círculos ilustrados. En 1898 no había publicado su estudio sobre Rubén Darío (La Vida Nueva, II, 1899) ni, por supuesto, Ariel, con los que pronto se transformará en el «Maestro de América». Pero entre 1895 y 1897 consiguió demostrar amplia competencia en los estudios literarios, muchos de ellos divulgados en su Revista Nacional de Literatura y Ciencias Sociales, como sus notables trabajos sinópticos sobre la generación rioplatense de 1837. Cuando se lo nombra catedrático de Literatura –por lo demás, el único que existía en la única cátedra oficial específica en todo el país– ya en Uruguay se lo consideraba un «maestro», aunque acababa de cumplir veintiocho años”.
Al asumir Rodó este curso le fue indispensable a su vez realizar innumerables lecturas que lo llevaron a tener un amplio conocimiento de la literatura contemporánea de su tiempo, y obviamente estas lecturas tuvieron una fuerte influencia en obras que saldrían a la luz poco tiempo después como Ariel. Es imposible no relacionar a Próspero, el orador, del Ariel con Rodó, el profesor.
En algunas páginas que he podido ver de estos Apuntes, es posible apreciar algunas opiniones personales de Rodó sobre literatura, como también su actualidad con respecto a ciertos temas como “la cuestión homérica”, ya que Rodó afirma en esos Apuntes que “Homero no existía”, asumiendo como válida la postura expuesta por Nietzsche en su libro “El origen de la tragedia” con respecto a los cantos homéricos. Rodó fue unos de los primeros lectores de Nietzsche en Uruguay, por lo que tenía una plena conciencia de la complejidad del tema y de lo que se debatía en Europa en el último tercio del s. XIX.
Historia de los estudios literarios
En el índice de los Apuntes es posible ver el largo recorrido del programa de Literatura de aquel tiempo publicado por la Universidad en 1897, que al parecer fue confeccionado por Samuel Blixen, el cual había sido profesor de Rodó de literatura. El programa expuesto en los “Apuntes” comenzaba con una definición de lo que para él eran los estudios literarios, y una exposición sobre los diversos géneros literarios, para seguir con la literatura hindú y los Vedas, la literatura hebrea, griega, latina, pasando por todas las etapas del pensamiento occidental, hasta llegar a Dostoievski y Flaubert.
En cuanto a la historia de esos Apuntes, P. Rocca dice: “La historia del salvataje de estos manuscritos se remonta a 1964. Ese año el profesor Juan E. Pivel Devoto (1910-1997) visitó en París al crítico compatriota Hugo D. Barbagelata (1885-1971), quien había publicado el primer volumen con cartas de Rodó a diversos corresponsales, entre otros al mismo editor [Barbagelata, 1921]. En esa oportunidad, el crítico obsequió al gran historiador uruguayo, a la sazón ministro de Instrucción Pública, una carpeta con 333 folios, redactados con suma corrección y esmerada caligrafía por su hermano Hipólito M. Barbagelata, quien había sido alumno del primer curso que impartiera Rodó”.
Actualmente, el original de estos “Apuntes” está guardado en el Archivo Histórico Nacional. Consultado Alberto Umpierrez (director del Archivo) sobre los mismos, ha afirmado que hay voluntad por parte de su gestión de digitalizar el material para su posterior publicación. La publicación de los “Apuntes” facilitaría el acceso a los estudiantes e investigadores a un material esencial para la historia de los estudios literarios en Uruguay.
Distancia entre la educación formal y las propuestas de nuestros pensadores
El 2021 se cumplieron 150 años del nacimiento de Rodó, y desde Uruguay su figura ha sido rescatada del inmóvil bronce donde se encontraba, abriendo nuevamente el debate en torno al ideario de sus obras, revitalizando su lectura desde diversos ámbitos, y tal es así que el 4 de octubre de este año, la Real Academia Española se unió al homenaje por los 150 años del nacimiento de Rodó proyectando su importancia para las letras en lengua castellana.
Paradójicamente, J. E. Rodó no se encuentra incluido en los programas de estudio de Literatura de Enseñanza Secundaria en Uruguay. Me pregunto cuál es la razón de que esto sea así. En innumerables ocasiones he referido como dentro de nuestra tradición intelectual se hallan varias personalidades que desde distintas posiciones han realizado escritos que tuvieron como eje la labor educativa desde una perspectiva tanto teórica como práctica, tales como Figari, Vaz Ferreira, el propio Rodó, Torres García, Idea Vilariño, entre otros. Sin embargo, desde hace ya muchos años se mantiene una enorme distancia entre la educación formal en Uruguay y las propuestas de nuestros pensadores, y no solo eso, sino que además parece haber un desconocimiento o incomprensión por parte de muchos de los actores involucrados en la educación acerca del trabajo teórico de sus predecesores uruguayos.
Repensar la educación es repensarnos no solo desde nuestra historia reciente, sino repensarnos desde otras objetividades históricas para así establecer y tejer otras redes entre aquellos intelectuales que fueron referencia en otras etapas de nuestra inteligencia, y nuestras propias circunstancias actuales e intransferibles. Y como afirmaba el maestro en el Mirador de Próspero: “El interés del porvenir se une a la sagrada voz de la historia”.
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