Es simplista hablar de la figura de Artigas solo como el prócer de la patria, no porque no lo sea, sino porque dentro de esa misma figura podemos distinguir por lo menos tres personajes sensitivamente distintos, que logran, a través de la historia, religar y unir a un pueblo uruguayo como uno solo. El primer Artigas fue el fundador de la patria, ungido en bronce desde el militarismo y llevado a la “popularidad” desde, entre otras instituciones, la escuela pública de Varela y Latorre. Aunque podemos hablar de Oribe como su primer reivindicador, al nombrar el Camino General Artigas en el gobierno del Cerrito e incluso mandando a su hijo a buscarlo en 1840 para recibir la negativa de un héroe, ya alejado de la patria chica en sus propias palabras, podemos ver que el proceso de edificación de los Artigas modernos no son hasta por lo menos tres décadas más tarde.
Cabe resaltar el episodio de la repatriación de sus restos en 1855, donde terminaron varios años arrumbados en la aduana, esas mismas cenizas que hoy laten desde las puertas de la antigua ciudad amurallada que sitió y que son escoltadas con recelo, no fueron mucho más que polvo para los orientales de ese momento.
Volviendo a la idea de la multiplicidad de los Artigas, esta fragmentación se debe a una fragmentación ya existente en el pueblo uruguayo. En un primer momento es una figura que podía ser admirada y moldeada tanto por blancos como por colorados, al no suscribir (ni poder haber suscrito) a ninguno de esos partidos políticos. Ese primer Artigas fundador, de alguna manera, volvió a crear un Uruguay que, aunque ya formado, todavía estaba en pañales y no podía seguir soportando el sangriento y constante conflicto interpartidario. Puede que él no haya creado en sí al país, pero sí es la figura que responde al porqué de nuestro origen sin tener que hablar del acuerdo preliminar de paz.
El segundo Artigas es quizás el más importante desde el punto de vista de la visibilidad, cuando los historiadores desempolvaron al fin las instrucciones del año XIII. El Estado uruguayo tenía un nuevo Artigas para trabajar en conjunto con el primero, un demócrata republicano comparable con la figura de un George Washington o un Simón Bolívar para ser admirado por las decenas de miles de personas recién llegadas de España e Italia, entre otros países en los grandes flujos migratorios de las primeras décadas del siglo XIX. Artigas el republicano desfragmenta de alguna manera las nuevas corrientes migratorias, mostrando no solo un fundador de una patria desconocida para estos futuros orientales, sino un campeón de la democracia y héroe de los pueblos libres. El monumento ecuestre que resguarda la Plaza Independencia es precisamente de este artiguismo, siendo inaugurada en 1923, aunque fue comisionada en el primero, bajo el gobierno del militar Máximo Santos.
El “clímax” del nacionalismo artiguista se da en el año 1950. En el centenario de su deceso, sus restos fueron paseados por gran parte del territorio nacional y se crearon concursos culturales de los que derivaron en la creación de nuevas músicas dedicadas al prócer, entre ellas el hoy olvidado “Himno a Artigas”. Esta exacerbación en el centenario de Artigas no es algo casual, en los años 40 se crean una serie de leyes enfocadas en atacar una posible avanzada del fascismo en tierras orientales, para lo que se crea en junio de 1940 una provisión que prohíbe las filiales de la falange española y el partido nacional socialista que existían en Uruguay. Este quiebre contra las “actividades antinacionales” se cristaliza con la ley de instrucción militar obligatoria que, aunque fue sancionada dos veces con pobres resultados, nunca se aplicó en su totalidad. A la vez, en la paranoia nacional de una guerra interna o una “quinta columna”, también se crean durante los años 40 las escuelas de oficiales de reserva CGIOR (Centro General de Instrucción para Oficiales de Reserva). Lo único que realmente mantenemos de esa época de fervor militarista de mitad de siglo es precisamente la obligatoriedad de la jura de la bandera, el único artículo de la ley de servicio militar obligatorio que existe hasta el día de hoy después de ser derogada en su mayoría en 1974.
Para ese entonces tenemos un tercer Artigas que se contradice un poco con el primero, el Artigas del reglamento de tierras y la liga federal, una figura construida en los 60 y alabada por buena parte de la izquierda, llegando a tener durante los episodios de insurgencia y terrorismo de los años 60 y 70 bandos de extrema izquierda y extrema derecha a veces embanderados bajo lo que pareciera el mismo prócer, cuando son en realidad versiones distintas creadas por distintas mitificaciones. Vemos casos extremos sobre esa interpretación hasta el día de hoy, pero a la vez esta multiplicidad de visiones se ha dado de una manera positiva. No es como el caso de “1984” de George Orwell, prohibida tanto en EE.UU. como en la URSS por ser considerada una crítica peligrosa para cualquiera de los dos sistemas diametralmente opuestos, las figuras de Artigas han sido un factor de unión para el pueblo oriental en cada una de sus épocas y expresiones. No soy quien para juzgar cuál es el verdadero Artigas, pero insisto en su multiplicidad.
La jura de la bandera es un acto solemne obligatorio para todos los orientales, aunque históricamente sea un pastiche, siendo que ningún Artigas luchó bajo la bandera que juramos, tiene un increíble sentido de visión nacionalista. De la misma manera que hay quienes dicen que Barreiro y Monterroso fueron los verdaderos autores de las frases que hoy atribuimos a Artigas, hay un hecho innegable en estas frases, hayan sido o no adornadas por la historia o por esos secretarios, es casi imposible negar que representen el pensamiento y la esencia de José Gervasio Artigas.
Ricardo Fernández Más: Una mirada musical artiguista
En entrevista con Ricardo Fernández Más pude encontrar la grata sorpresa de dar con un colega músico y amante de la historia. En su caso, él busca crear en base al dispositivo comunicacional que es la música un vehículo pedagógico tanto para hablar de la historia de nuestro país como enaltecer a nuestros próceres y fundadores.
Además de ser educador musical, en base al pedido de una directora hace décadas empezó con una producción específica sobre motivos de nuestra historia. Al día de hoy Fernández Más tiene decenas de canciones que forman parte del corpus de ANEP para los actos patrios y según me contó, ha habido alrededor de 500 solicitudes de escuelas para acceder a su material para cantar, entre otras piezas más clásicas, algunas de sus obras, que dan un aire renovado a esta tradición, entre ellas (que se pueden escuchar libremente en youtube) están “Gato de la independencia”, “19 de junio, nacimiento” y “Gato del 25”.
Su música tiene como un “leitmotiv” el historicismo y en sus palabras las canciones “tratan de resumir en un tiempo breve un concepto para ayudar a la maestra o maestro, a la vez de vehiculizar conceptos fundamentales sobre la historia”. Para él la música no solo transmite conceptos dados por los libros, también la utiliza para fomentar la creación y democratizar las expresiones artísticas. La sensibilidad de Fernández Más le hace encontrar la lírica en mucho de lo que dicen los niños, que a veces convierten en canción junto a ellos en las clases, creando así un dispositivo de creación colectiva.
Al preguntarle sobre el acto de jurar (o prometer) la bandera y su importancia, resaltó esta última, pues muchos niños le han expresado que, según les dicen en sus casas, es un rito que no sirve para nada. Él, apreciando a mi parecer al segundo Artigas, dijo esto: “El acto refuerza la creencia en las tradiciones y nos da identidad y pertenencia en un momento de globalismo y fragmentación social, es uno de los primeros elementos (rituales) de iniciación a la identidad nacional”.
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