Cuando me enteré –no hace mucho, porque estas son noticias de tránsito lento– de que en el Vaticano se encontraba en proceso la beatificación de Robert Schuman, me sorprendí. Pensé que se trataba del músico, el gran compositor que murió recluido en una institución mental. Como había intentado suicidarse no muy católicamente allá por 1854, me llamó fuertemente la atención. Pero no se trataba de Schumann sino de Schuman. Más precisamente de Robert Schuman que no era músico sino político. Confieso que mi sorpresa cambió de rubro: un político camino a los altares es poco frecuente. ¿Es posible la coexistencia de una actividad teñida por un pragmático maquiavelismo, con las enseñanzas bíblicas potenciadas a su máxima expresión?
Salvo que se tratara de un político muy especial… Y, por lo visto, este lo era.
Hace veinte años, san Juan Pablo II decía: «El cristiano […] debe profundizar en su conocimiento de la doctrina social cristiana, esforzándose por asimilar sus principios y aplicarla con sabiduría donde sea necesario.
Esto exige una seria formación espiritual, que se alimente de la oración. Una persona superficial, tibia o indiferente, o que se preocupe excesivamente por el éxito y la popularidad, jamás será capaz de ejercer adecuadamente su responsabilidad política.
Robert Schuman, [es] un significativo modelo para inspirarse. Dedicó su vida política al servicio de los valores fundamentales de la libertad y la solidaridad, entendidos plenamente a la luz del Evangelio».
Los ejemplos no abundan. El prototipo y patrón de los políticos, el mártir Tomás Moro, decapitado por Enrique VIII en 1535 parece no haber generado muchos émulos. Entre los procesos en curso se encuentra el de Julius Nyerere, que presidiera Tanzania durante veinte años. Aunque su uso del «socialismo africano» seguramente no hubiera sido totalmente del gusto del Papa León XIII, fue declarado Siervo de Dios nada menos que por Benedicto XVI. Otro proceso, que está en gestión desde 1958, es el de doña Isabel la Católica, Sierva de Dios, Reina de España, madre de América.
Schuman
Robert Schuman nació en Luxemburgo el 29 de junio 1886 y murió en Francia el 4 de septiembre de 1963. Inclinado hacia la vida religiosa –igual que Nyerere– estuvo a punto de aceptar su vocatio a la muerte de su madre y recluirse en un monasterio. Pero uno de sus amigos lo convenció de que el apostolado laico era una urgencia social y que, como laico, le sería más fácil hacer el bien. Hombre de oración y de comunión diaria, permaneció toda su vida célibe.
Recibido como abogado en 1912, abrió su estudio en Metz que en ese momento formaba parte del territorio imperial alemán
Tuvo una vida complicada nada menos que por dos guerras mundiales. Fue acusado alternativamente de colaborar con los franceses por unos y con los alemanes por otros. Durante la Primera Guerra Mundial, eximido del servicio militar por razones de salud, realizó tareas administrativas para las que su profesión resultaba indicado. Terminada la guerra, esos territorios pasaron a poder de Francia. Los católicos no querían integrarse al Estado anticlerical francés y lo eligieron diputado para que velara por sus intereses.
Siendo diputado durante el régimen de Vichy, votó favorablemente la asignación de plenos poderes al mariscal Pétain. Según sus biógrafos, después de esa votación no quiso colaborar con el gobierno del mariscal y luego de varias vicisitudes pasó a la clandestinidad. La página de la Comisión Europea indica escuetamente que «durante la guerra participó activamente en la Resistencia francesa». Al respecto, el periódico La Croix en español, afirma que su amigo, el abogado y político François Bloch-Lainé (1912-2002), que fue condecorado con la Medalla de la Resistencia instituida por De Gaulle, había afirmado que Schuman «luchó su guerra a su manera, sugiriendo el papel que tuvo la oración monástica».
¿La Europa de Schuman?
Sin duda era un individuo extraordinariamente capaz porque, terminada la Segunda Guerra Mundial, se transformó en uno de los líderes del Mouvement Républicain Populaire, partido político de ideología demócrata cristiana. Pasó por la cartera de Hacienda (1946-47) y la jefatura de Gobierno (1947-48) y desempeñó el Ministerio de Relaciones Exteriores (1948-52). Desde esta última secretaría de Estado, sentó las bases de la Comunidad Europea.
Creía que una federación europea sentaría las bases de una paz duradera. Y propuso la creación de una Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que fue formalizada por el Tratado de París de 1951, firmado entre la República Federal Alemana, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y Países Bajos.
Hacía seis años que había terminado la guerra (que después asumiría otras formas y contendores) y este paso significaba un hecho concreto a partir del cual podría pensarse una construcción más amplia.
El discurso de Schuman del 9 de mayo de 1950 en la capital francesa dio el puntapié inicial a lo que años después se transformó en la Unión Europea.
Claro está que no lo hizo solo. Es una paternidad compartida con el canciller alemán, el católico Konrad Adenauer (1876-1967; con el primer ministro italiano Alcide de Gasperi (al igual que Schuman, tiene abierto un proceso de beatificación); y con el comisario de Planificación, el francés Jean Monnet (1888-1979), quien había realizado el plan de modernización y equipamiento que informó el aludido discurso de Schuman.
Unos cuántos años después parece haber serias dudas sobre el funcionamiento de la Unión Europea, que ya sufrió el Brexit, que no resuelve problemas como el de los migrantes y que luce más interesada en consolidar la ideología de género que en otras cosas. Todo debatido de modo bizantina y políticamente correcta por funcionarios con excelentes sueldos y que viven viajando. ¿Sería esta la Europa soñada por Schuman? No lo parece.
¿Un político puede llegar a los altares? Sí, pero para eso precisa, literalmente, de algún milagro.
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