En mayo de 1897, D. Juan Zorrilla de San Martín cumplía su cargo diplomático en París. Designado oportunamente por Julio Herrera y Obes, Idiarte Borda había convalidado su destino, y agregado otras responsabilidades. Como diplomático, y también como hombre de fe, participaba a través de su esposa y de una de sus hijas en un evento benéfico conocido como Bazar de la Charité, organizado por la alta sociedad católica francesa. El día 3 de mayo se inauguró la venta con la asistencia del tout-Paris y de las dos representantes uruguayas.
El 4 de mayo un incendio devoró las instalaciones y acabó con la vida de 121 personas. Entre las víctimas se identificaron 110 mujeres y 6 hombres. Este suceso ha recobrado interés a través de una serie televisiva que recoge el contexto social en que se generaron los hechos.
La lucha de sexos
Los comentarios posteriores, las declaraciones de sobrevivientes y, por qué no, la relación de las víctimas, instalaron la idea de que la manida preferencia a las mujeres y los niños no fue aplicada. Los hombres se abrían paso a golpes de bastón, pisoteando a las mujeres en la desesperación por ganar la puerta, decían. Como siempre, los hechos reciben distintas miradas.
«La mujer […] va invadiendo todo […] aquello que parecía deber quedar siempre de la propiedad exclusiva del hombre» reza una nota firmada por Carlos Docteur (historiógrafo, crítico, prolífico traductor) bajo el título de Una brutalidad inevitable.
Y agrega combustible al incendio: «En la vida cotidiana, el barniz de la educación oculta a la bestia; pero […] cuando está en juego la vida […] entonces en el hombre surge el macho […] aún duda un segundo contemplando a la mujer; mas como ella ya no es su hembra, como se ha emancipado de su tutela y de su amor y se yergue ante él como competidor ávido de triunfo, entonces el varón da rienda suelta a la bestia: de un puñetazo aparta a la mal aconsejada loca que le obstruye el paso, y el “todo por usted, señora” se convierte en esta frase: “¡Revienta como puedas!”» (La Época de Madrid 31/07/1897). Incalificables conceptos, por cierto.
En principio la dicotomía parecía estar entre hombres y mujeres. Pero desde medios de izquierda, rápidamente se hizo notar que no era así. La contradicción verdadera se daba entre los hombres de la «haute» y «les enfants du peuple», con lo cual se volvía de la lucha de sexos a la de clases, que en aquel momento les sentaba más cómoda. Los brutos, los degenerados, estaban en las clases altas. El patrimonio del coraje y del altruísmo pertenecía a los hijos del pueblo.
El listado de los héroes populares era extenso: el fontanero; el cochero; el cocinero; el palafrenero; el sanitario. Los hombres sobrevivientes parecían culpables de serlo.
La cuestión religiosa
La prensa católica asume que la tragedia es un signo divino. Si Dios ha permitido este horrible incendio, es porque ha querido advertir al pueblo de Francia.
A contrario, los republicanos declaran que la tragedia, prueba la inexistencia de Dios. La controversia gana la prensa europea. Así, el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) ve en la catástrofe la «demostración feroz pero beneficiosa [de] que el mal es la única verdad y la Providencia, un mito consolador. Bueno es que el mal se reparta […] Ya que el mal es inevitable que haya un poquito para todos. ¡Todos iguales ante el mal! ¡Qué hermoso es esto!». El gusano es «el único señor del mundo por derecho propio», escribe en el semanario satírico El Motín, el 15 de mayo.
Mientras tanto, el periódico El Movimiento católico recogía el testimonio de una joven que había visto morir a la duquesa de Alençon: «bellísima figura en éxtasis, envuelta por las llamas cual una mártir, ofreciendo su alma al Creador».
Que las hay, las hay
Según varios testimonios, el siniestro había sido profetizado.
El medio madrileño El Imparcial citando a Le Figaro, afirma que la hermana María Magdalena, de la comunidad de las Hnas. Ciegas de San Pablo, antes de ir al Bazar afirmó: «Esta noche me traerán quemada viva».
La Época de Madrid cita al londinense Westminster Gazette, que recuerda que el Old Moore’s Almanack (anuario de predicciones) registraba para los últimos días de abril 1897: «[…] que se declarará en París un espantoso incendio que causará víctimas numerosas…».
Pero nada más explícito que la predicción de Henriette Couédon, que afirmando ser inspirada por el arcángel Gabriel, declaró en una reunión en mayo de 1896 en casa del conde Urbano de Maillé:
«Cerca de los Campos Elíseos, veo un lugar poco elevado, destinado a la caridad; veo elevarse las llamas, arder las gentes, las carnes consumidas y los cuerpos calcinados; los veo a montones, y grandes coches que recorrerán la ciudad llenos de cadáveres. Vos mismo lo veréis, Sr. Conde. Las personas aquí presentes se librarán; pero la alta sociedad será herida».
El Conde no cree en profecías, pero afirma por su honor la exactitud de ésta. Ninguna de las personas presentes quedó siquiera lesionada, y algunas vendieron en las tiendas del Bazar la víspera del incendio o debían ir el día en que ocurrió y no fueron (La Unión católica, 20/05/1897).
Por si acaso…
También fue motivo de controversia la asistencia del Gobierno presidido por Félix Fauré, a la misa en Notre-Dame. En su sermón el P. Ollivier expresó su convicción del incendio como castigo divino. A través de esa expiación, dijo, esperaba encontrar una Francia invencible por la unidad en la fe.
No todos eran optimistas en lo que a unidad se refiere. Esa presencia era solo cálculo político. «En gente que no admite la existencia de Dios ni el poder de la Iglesia, dice El Día de Madrid, […] la asistencia […] es sólo un tributo de respeto a la mayoría». Y descarga sus iras contra los republicanos que «no hacen en el poder nada de cuanto en la oposición prometieron y que se limitan a ser continuadores de los regímenes que tan malos les parecían en el período de lucha».
La nota termina lamentando la ausencia de un caudillo militar: «si surgiera de pronto un hombre de gran prestigio, se llevaría detrás las masas cómo se las llevó [el general Georges] Boulanger», dice con nostalgia.
¿Y qué ocurrió con la familia de Zorrilla de San Martín? Nos lo cuenta su hija Cochonita en su Momentos Familiares: «Mi madre y mi hermana mayor que integraban uno de los kioscos, se salvaron de asistir esa noche, casualmente». Algo tan simple. Tan terriblemente simple.
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