Los periódicos de hace doscientos años no disponían de la alienante masa de «información» de estos tiempos. De todos modos, había que llenar esas horribles hojas en blanco con lo que fuera. Véase un ejemplo de El Correo (Madrid) del 10/9/1830. Bajo el rótulo «Novedades Generales» publica en la portada: «Ha comparecido en el tribunal de policía correccional de París una vieja acusada de vagamundería, y otra muger que iba á deponer en su favor. El presidente preguntó á esta: ¿Conocéis á la acusada? (La muger.) Sí, señor presidente; la conozco hace mucho tiempo; jamás ha sido citada, ni ha tenido nadie por qué reconvenirla. (La acusada con vehemencia.) No la escuchéis, señor, que es una embustera. (El presidente.) Pero si está haciendo vuestro elogio. (La acusada con mayor encono.) Miente, miente, no la escuchéis. El tribunal escuchó sin embargo más á la que servía de testigo que á la acusada, y absolvió á la pobre vieja, de quien después se supo que era sorda».
En cambio, dedica solo un par de renglones a comunicar que «EI Instituto de Francia había consignado dos grandes premios de composición musical. Mr. Berlioz y Alejandro Montmorf [debió decir Montfort] los han obtenido». Ese Mr. Berlioz era Hector Berlioz, quien un par de meses después estrenaría su Sinfonía Fantástica en el Conservatorio de París.
El romanticismo europeo nace junto con el siglo XIX, igual que Berlioz. Más que una corriente musical o literaria, el romanticismo era una actitud frente a la vida. Y si para el romántico la realidad es el dolor, la angustia del deseo insatisfecho, la historia de Berlioz parece confirmarlo. Había nacido en 1803 en La Côte-Saint-André, una población y comuna francesa en la región de Ródano-Alpes. Era hijo de un médico que lo veía como su sucesor y lo había enviado a París intentando torcer la voluntad del joven que quería ser músico.
Rebelde con causa
El medio madrileño La España en una edición de julio de 1848 dedica unas cuantas líneas a la actitud del muchacho ante la imposición paterna. Así lo cuenta el periodista: «Teniendo a su vista el anfiteatro de la escuela de medicina y el escenario de la grande ópera; colocado entre la muerte y la voluptuosidad; ante los repugnantes cadáveres y las lindas y seductoras bailarinas […] el pobre estudiante conoció que le faltaban las fuerzas para cumplir las […] promesas hechas a su familia al tiempo de partir». Y pese a que su decisión le costó que le suprimieran la mesada, optó por su vocación. Acosado por el hambre, solicitó un puesto de flautista en un teatro. Pero no había vacantes de modo que concursó como corista. Se habían presentado varios postulantes y cuando le llegó el turno: «¿No ha traído Vd. ningún papel de música? le preguntó el presidente del jurado». «No señor, respondió Berlioz pero eso no importa, puesto que lo que sobrará aquí será música». «Pues se ha equivocado porque no tenemos nada que Vd. pueda cantar […] además, no es probable que Vd. sepa ni pueda cantar a primera vista». «Perdone Vd., caballero, y tenga entendido, que sé y puedo cantar a primera vista todo lo que a Vd. se lo antoje». «[…] quiere decir que sabrá Vd. algún trozo de las óperas más en boga». «Sí señor; precisamente sé de memoria todo el repertorio de la grande ópera […]. «Cantad el aria y recitado del tercer acto de Edipo». Lo hizo, y al día siguiente fue contratado con una paga de cincuenta francos mensuales. Como resultado, su familia le devolvió la mensualidad y así, complementando sus ingresos con clases de solfeo, logró terminar sus estudios.
Loco por Harriet
Pero esos tiempos difíciles todavía no habían hecho revelar al romántico. El drama supremo de su vida, como relata en sus memorias, se produjo cuando descubrió a Harriet, una actriz irlandesa. «Una compañía inglesa había venido a París para presentar una temporada de Shakespeare en el Odéon. Estuve en la primera noche de Hamlet. En el papel de Ofelia vi a Harriet Smithson». Ya no una flecha sino una lanza de Cupido directa al corazón. El sentimiento desbordado se transformó en obsesión. Le enviaba flores, le escribía cartas, concurría a todas sus representaciones. Ella lo ignoraba; de hecho, cartas y flores las recibía en cantidades. En determinado momento Berlioz comenzó a reclamarla de amores desde la platea del teatro. Ella hizo intervenir a la policía para retirar a ese hombre que le gritaba. Mientras Berlioz se convertía en un acosador, ella no quería saber nada con él. Empezó a transformar su pasión en música. Compuso su Irlanda, la primera colección de melodías sobre poemas de Thomas Moore traducidas al francés por Thomas Gounet, en 1829, publicadas en 1830 y luego su autobiográfica Sinfonía Fantástica, la historia de un artista enamorado de una mujer que ignora su existencia. La idea era que Harriet asistiera a la representación, pero no lo hizo. En el estreno de la obra el autor repartió unos impresos que explicaban el argumento cosa que a los asistentes les resultó muy extraña. El texto fue revisado por Berlioz en sucesivas oportunidades. En el de la versión de 1855 puede leerse: «Un joven músico de sensibilidad mórbida e imaginación ardiente se envenena con opio en un arrebato de desesperanza causado por la frustración del amor. La dosis del narcótico, a pesar de haber sido demasiado débil como para causarle la muerte, lo sumerge en un profundo sueño acompañando por las visiones más extrañas, en donde sus experiencias, sentimientos y memorias se traducen febrilmente en pensamientos e imágenes. Su amada se transforma en una melodía, como idée fixe que retorna y se manifiesta en todos lados».
Las vueltas de la vida
Visto que Harriet le hacía caso omiso, Berlioz amplió su corazón para dar cabida a una joven pianista veinteañera: Marie-Félicité-Denise Moke. El matrimonio se consumaría cuando Berlioz regresara de una beca en Roma concedida por la Academia de Francia que se extendería por dos años. No obstante, a poco de llegar, se le comunicó la ruptura del compromiso: Marie se casaría con Camille Pleyel, hijo del propietario de la famosa empresa que proporcionaba los pianos a Chopin. Berlioz no tomó a bien la noticia. Ya su desairado amor con Harriet le había causado suficiente dolor. Y entre «sufrir los golpes y dardos de la insultante fortuna» o «alzarse contra un piélago de dificultades y acabar con ellas», optó por la segunda. Compró un atuendo femenino, un velo, un sombrero y una peluca, pero no es que hubiera decidido cambiar su opción sexual. Quería ir bajo un disfraz femenino y matar a tiros a la joven, a su madre y a Pleyel y luego suicidarse. Parece que llegó hasta Niza y allí, de algún modo, descubrió que estaba haciendo el ridículo.
Lo interesante de esta decisión, es que le permitió seguir con vida para encontrarse con Harriet. En 1832, la actriz irlandesa asistió a una interpretación de Lélio, una secuela de la Sinfonía Fantástica. Y por fin asoció que las dos obras estaban íntimamente ligadas con ella. Entonces contactó a Berlioz. Se casaron el 3 de octubre de 1833 en París. Si hubiera sido una película norteamericana de los 50, la historia hubiera culminado con ese happy end. Pero no fue así. Se separó de Harriet y se fue a vivir con la cantante de ópera Marie Recio. Harriet murió en 1853 y Berlioz y Marie se casaron al año siguiente.
Berlioz murió en 1869. Está enterrado en el cementerio parisino de Monmartre, salomónicamente, entre sus dos mujeres.
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