Pocos han tallado el idioma como él, pocos han logrado extraer tanta belleza del castellano como Jorge Luis Borges. Asimismo, el universo de los libros está radicalmente definido por él. Biblioteca y Borges se implican mutuamente. Quizás, más que su trabajo como director de la Biblioteca Nacional argentina y su ardorosa defensa de los libros, lo que defina una asociación tan profunda sea la trágica humanidad del “Poema de los Dones”. “Nadie rebaje a lágrima o reproche /esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche”.
A mediados de los años 80, una editorial soñó un proyecto radicalmente original. Que Borges seleccionara textos claves y los prologara. La idea era un centenar de títulos. La muerte truncó dicha empresa, siendo sesenta y seis los prólogos editados. Lo fascinante de la presente antología, producto de innumerables listas de títulos y autores, es la apuesta a sortear las plumas obvias. Dante, Shakespeare, Cervantes no figuran por considerarse que su inclusión hubiese sido demasiado obvia. Pero dos principios primaron: el criterio de conformación de esa biblioteca sería indiscutiblemente borgeano, que solo habría de ligarse al placer de la lectura y a la memoria de sus lecturas, al margen de cronología o clasificaciones de cualquier tipo, y que estaba dispuesto a defender su convicción de que una verdadera biblioteca no se arma con miles de volúmenes.
“A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que en los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector”.
“La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. Que otros se jacten de los libros que les ha dado sido escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer”.
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