“Para huir de mi preocupación, recurrí a otras mujeres”.
Recuerdo de las sierras, Bioy Casares
Hace ya algunos años, aprovechando que Edmundo Canalda me había editado un par de textos, le sugerí un libro de cuentos. “La gente no quiere cuentos”, me contestó, agregando: “Tenés que escribir una novela”.
Encontré consuelo leyendo la introducción que hace Bioy a su Historias de amor. Según el escritor argentino, su editor francés, para atraer a los lectores, que prefieren las novelas, publicó hacia 1972 una selección de sus cuentos. Los reunió en dos volúmenes: el citado más arriba e Historias fantásticas. Prolongando sus Historias de amor, reflexiona Bioy, que él “había escrito sobre lo que no entendía […] que era lo fantástico”, y de pronto tuvo su pequeño apocalipsis: “Debía escribir sobre lo que conocía un poco, que eran las mujeres”. Obviamente, no pretendo compararme con Bioy, y menos en el campo de su especialidad. En ese sentido soy más como Borges: él nunca escribió una novela y yo tampoco.
Esa temática de Bioy es una constante en su literatura. Y su sentido del humor hacía pensar a “algunas [de sus] amigas, que me [se] estaba burlando de ellas, porque a veces las presento en situaciones ridículas o frívolas”, dice. Se apresura a refutar el malentendido arguyendo que, “el escritor satírico bromea con lo que más quiere” y que, si en sus cuentos desliza alguna queja, no es por indiferencia, sino “porque de alguna forma yo he sido su mártir”.
Si usted no ha leído los cuentos de Bioy, no sabe lo que se pierde. Estos dos relatos breves que se transcriben a continuación no forman parte de Historias de amor, pero pueden resultar buenos indicadores de su estilo.
Rescate
Dormía en la cama donde siempre había dormido con su mujer. Seguía ocupando el lado izquierdo del colchón, como si la mujer ocupara el derecho. La verdad es que, a pesar de estar muerta, de alguna manera todavía lo ocupaba, porque todas las noches, quizás en sueños, lloraba a su lado, lo acariciaba, le decía que era desdichada sin él y que lo esperaba ansiosamente.
O si no, decía:
–No olvides que tu mujer te espera. Abro los brazos para recibirte.
Y también:
–Morir no es horrible; lo horrible es estar separados. No tardes.
Después de mucho tiempo llegó el día en que el viudo conoció en un club a una muchacha. Esta lo acompañó a su casa y se quedó a vivir con él. La primera medida que tomó la muchacha fue cambiar el viejo colchón por uno nuevo. La muerta no persistió en sus visitas.
Un amigo de Morfeo
Me casé con una divorciada. Recuerdo que durante el noviazgo insistía en preguntarme si yo me dormía a cualquier hora.
–A la noche, nomás –yo le contestaba.
–Durante el día, ¿nunca?
–Nunca, no. Si no hay nada que hacer me recuesto un rato después del almuerzo.
–Pero fuera de la noche y de la siesta, ¿nunca te quedás dormido?
–¿Cómo se te ocurre? –le dije–. Sólo una marmota se duerme así.
–Estás muy equivocado –respondió acaloradamente.
Por más que insistí, no quiso aclarar por qué me replicaba de esa manera. Como dijo no recuerdo qué escritor, amarse no consiste únicamente en besar y acostarse; también en hablar de todo. Por eso llegó el día en que mi mujer me habló de su primer marido.
–Se dormía a voluntad, en cualquier momento. Nunca pude reprocharle nada.
Quizá por estar un poco distraído le pregunté:
–¿Era perfecto?
–Casi te diría: todo lo contrario.
–Entonces, ¿por qué no podías reprocharle nada?
–Porque inmediatamente quedaba dormido.
–¿Se hacía el dormido?
–Eso hubiera tenido remedio. Dormía profundamente.
-No sé cómo toleraste…
–Toleraba todo. La primera vez que sucedió, yo no podía creerlo. Dormía apaciblemente y de vez en cuando roncaba un poco. Lo sacudí hasta despertarlo. Lo increpé: “¿Cómo te dormís cuando te hablo?”. Por toda repuesta se durmió de nuevo. Otro día me contó que en sueños le pasaban siempre cosas muy gratas. “¿Nunca soñás cosas desagradables?”, le pregunté. “Rara vez, pero entonces me despierto. Me queda siempre ese recurso. Para librarme de los pensamientos desagradables, me sacudo como un perro después del baño”.
–Yo no sé cómo lo tolerabas.
–Yo tampoco. Lo toleré hasta el día en que entraron ladrones. Cuando él los oyó, se durmió rápidamente; mientras dormía desvalijaron la casa y me violaron. Furiosa, después le dije que me había cansado y que pediría el divorcio. Antes que terminara de hablar, se había dormido.
Un especialista
Bioy y Silvina Ocampo (1903-1993) se conocieron en 1932. Se casaron a principios de 1940. cuando él tenía veintiséis y ella treinta y siete. Puede decirse que Bioy fue hombre de un solo matrimonio. Pero, seguramente por motivos literarios, fue un gran investigador en su tema preferido. ¿Cómo podría escribir “sobre lo que conocía un poco, que eran las mujeres”, sin una investigación profunda y concienzuda, llevada a cabo a través de muchos años de denodada labor?
Un mes antes de morir, fue entrevistado por la poeta y periodista franco-argentina Cristina Castello. Ella le preguntó sobre la notable escritora mexicana Elena Garro: “¿Elena Garro fue para usted ‘ese’ amor que es respuesta a la gran pregunta de la vida?”. La entrevistadora asume que Bioy desea responderle, pero se contiene. Aduce que no puede contestar porque “otras amigas se enojarán, pero… sí, estuve perdidamente enamorado de ella”, reconoce.
Elena Garro (1996-1998) estaba casada con Octavio Paz. Se conocieron en el París de 1945, durante una visita del matrimonio Bioy-Ocampo. Dicen que se vieron dos veces más: en 1951, otra vez en la capital francesa, y en 1956 en Nueva York. En alguno de esos encuentros Elena quedó embarazada de Bioy, de acuerdo con las Memorias de su hija, la poeta Helena Paz Garro (1938-2014) publicadas en 2003. El resto de la relación entre Bioy y Garra se realizó por correspondencia. En 1954 Bioy dio a conocer su novela El sueño de los héroes, que, en otras cosas, es una historia de amor entre Emilio Gauna y Clara Taboada. El personaje femenino está inspirado en Elena. No es imprescindible saberlo para saborear el texto.
Después de esa evasiva respuesta de Bioy, la entrevistadora pasó de lo particular a lo general:
–¿Cómo son las mujeres que lo enamoran?
–Mire, la vida lo jubila a uno, pero no pierdo de vista (con regocijo) que la fertilidad del mundo en mujeres lindas es muy grande.
–¿Sensible, inteligente, con vida interior, refinada, sencilla y…?
–Bueno, mi deseo es mucho más moderado, pero… por lo menos que no desmienta la armonía de todos esos valores. Aunque… por favor querida, no se moleste, pero… mis amigas son muy celosas.
Tenía 84 años. Genio y figura hasta (un mes antes de) la sepultura.
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