Hace unos años me encontraba con unos compatriotas en un pintoresco restaurante de la costa asturiana. Un parroquiano que advirtió nuestro acento rioplatense se acercó a preguntarnos si éramos argentinos o uruguayos. Recuerdo que le respondí: “República Oriental del Uruguay”. Departimos con el hombre sobre sus amigos uruguayos a quienes nosotros no conocíamos. La anécdota es trivial. Pero me quedé pensando en la pregunta de Borges en “El Otro” en ese diálogo que tiene consigo mismo. Está sentado en un banco frente al río Charles en el tramo que separa Cambridge de Boston. Percibe que un joven se sienta en el extremo del banco y primero silba y tal vez cantaría “Entre los pastos tirada/Como una prenda perdida,/En el silencio escondida/Como caricia robada…”, versos de “Mi Tapera” de Elías Regules. La voz le suena familiar y le pregunta: “Señor, ¿usted es oriental o argentino?”.
No es exactamente la misma pregunta, porque usa el término “oriental” y esa sutileza al asturiano hubiera pasado inadvertida.
Hay un pasaje del cuento “El congreso” en que el narrador –pero el que le hace hablar es Borges– se refiere a otro personaje. Se trata de un Fermín Eguren sobre el que dice: “Ejercía diversas soberbias: la de ser oriental…”. Las otras soberbias no vienen a cuento, pero en mi respuesta al inquisidor parroquiano, ¿no había una nota de cierta soberbia? ¿Existe una soberbia de ser oriental?
Aparentemente es lo mismo ser oriental que uruguayo. La Constitución dice que ciudadanos naturales son los nacidos en el territorio de la República o “los hijos de padre o madre orientales cualquiera haya sido el lugar de su nacimiento”, cumpliendo ciertos requisitos de avecinamiento e inscripción en el Registro Cívico. Todo esto ha generado no poca polémica. Se entrevera nacionalidad con ciudadanía y las soluciones jurídicas desde la Ley Ortiz y su reforma en 2015 han extendido la calidad de “nacionales” –ya no hablamos de orientales– a los nietos. Pero no es la cuestión jurídica lo que nos interesa. El Estado Oriental inicial hoy se llama República Oriental. Si la denominación tiene una connotación geográfica ésta no ha variado. Banda, Provincia, Estado, República siempre orientales. El himno sigue diciendo “Orientales la Patria o la tumba”. La sociedad organizada ha preferido ser oriental y no cisplatina.
En una entrevista que le hiciera el escritor y periodista argentino Rodolfo Braceli el 28 de marzo de 1978, para la revista Siempre, Borges contesta: “Y… si tengo que nacer otra vez elegiría algo completamente distinto… me gustaría ser noruego, ser persa, no montevideano, eso sería como cambiar de barrio…”. ¿Es que Borges considera a Montevideo como un anexo bonaerense? Veámoslo en el contexto de su obra.
Rioplatense
Como hace notar Emir Rodríguez Monegal, basta remitirse al texto de Borges en la Antología de la moderna poesía uruguaya,de Ildefonso Pereda Valdés.
“¿Qué justificación la mía en este zaguán? Ninguna, salvo ese río de sangre oriental que va por mi pecho; ninguna salvo los días orientales que hay en mis días y cuyo recuerdo sé merecer. Esas historias –el abuelo montevideano que salió con el ejército grande el cincuenta y uno para vivir veinte años de guerra; la abuela mercedina que juntaba en idéntico clima de execración a Oribe y a Rosas– me hacen partícipe, en algún modo misterioso pero constante, de lo uruguayo. Quedan mis recuerdos, también. Muchos de los primitivos que encuentro en mí son de Montevideo; algunos –una siesta, un olor a tierra mojada, una luz distinta– ya no sabría decir de qué banda son. Esa fusión o confusión, esa comunidad, puede ser hermosa”.
Cuarenta años después, Borges seguía teniendo el mismo cariño por esta tierra oriental. En 1965 se conoce su “Milonga para los Orientales”. En el prólogo a Para las seis cuerdas, donde incluye este poema,se ocupa en aclarar que esas milongas compuestas hacia el 900 serían “ingenuas y bravas” y que a la fecha de su publicación “son meras elegías”. Lo cierto es que son de los pocos escritos de Borges que no requieren esfuerzo de interpretación.
“Milonga que este porteño
dedica a los orientales,
agradeciendo memorias
de tardes y de ceibales.
El sabor de lo oriental
con estas palabras pinto;
es el sabor de lo que es
igual y un poco distinto.
Milonga de tantas cosas
que se van quedando lejos;
la quinta con mirador
y el zócalo de azulejos.
En tu banda sale el sol
apagando la farola
del Cerro y dando alegría
a la arena y a la ola.
Milonga de los troperos
que hartos de tierra y camino
pitaban tabaco negro
en el Paso del Molino.
Milonga del primer tango
que se quebró, nos da igual,
en las casas de Junín
o en las casas de Yerbal.
Como los tientos de un lazo
se entrevera nuestra historia,
esa historia de a caballo
que huele a sangre y a gloria.
Milonga de aquel gauchaje
que arremetió con denuedo
en la pampa, que es pareja,
o en la Cuchilla de Haedo.
¿Quién dirá de quiénes fueron
esas lanzas enemigas
que irá desgastando el tiempo,
si de Ramírez o Artigas?
Para pelear como hermanos
era buena cualquier cancha;
que lo digan los que vieron
su último sol en Cagancha.
Hombro a hombro o pecho a pecho,
cuántas veces combatimos.
¡Cuántas veces nos corrieron,
cuántas veces los corrimos!
Milonga del olvidado
que muere y que no se queja;
milonga de la garganta
tajeada de oreja a oreja.
Milonga del domador
de potros de casco duro
y de la plata que alegra
el apero del oscuro.
Milonga de la milonga
a la sombra del ombú,
milonga del otro Hernández
que se batió en Paysandú.
Milonga para que el tiempo
vaya borrando fronteras;
por algo tienen los mismos
colores las dos banderas».
Y en su poema “Montevideo”:
“Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive.
La noche nueva es como un ala sobre tus azoteas.
Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente.
Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas.
Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve.
Claror de donde la mañana nos llega, sobre las dulces aguas turbias.
Antes de iluminar mi celosía tu bajo sol bienaventura tus quintas.
Ciudad que se oye como un verso.
Calles con luz de patio”.
Escrito hacia 1925 y leyéndolo ahora, –“bien cumplidos los setenta años que aconseja el Espíritu»– también me llena la nostalgia del Montevideo que tuvimos. Con la legislación actual, Borges sería nacional del Uruguay. Y tal vez, alguna calle de la antigua San Felipe llevara su nombre.
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