La Segunda República Francesa había sido extinguida por Napoleón III dando inicio al Segundo Imperio. Hacia 1870 la tensión con Prusia explotó con el famoso episodio del telegrama de Bad Ems: una comunicación del rey Guillermo al canciller Bismarck que este se encarga de adulterar de forma ofensiva para Francia, lo que motivó que Napoleón III declarara la guerra a Prusia el 19 de julio de 1870.
El resultado para Francia fue desastroso. Aplastadas militarmente las fuerzas armadas por los prusianos, el propio emperador es tomado prisionero. Las exigencias germanas son duras: la entrega de Alsacia y Lorena y una fuerte indemnización de guerra. Fuera de la escena Napoleón III, en París se proclama la Tercera República que continúa un combate ya perdido. Sitiada, la Ville lumière capitula.
Los germanos se apoderan de Francia. Guy de Maupassant describirá la atmósfera de esa presencia en su relato Bola de Sebo: se percibía «en el aire algo sutil y desconocido, un ambiente extranjero intolerable, como un olor apestoso, la peste de la invasión».
La amputación de las provincias genera en la población el sentimiento de odio que se conoce como «revanchismo». Habrá que esperar hasta el fin de la Primera Guerra Mundial para satisfacer ese anhelo.
En ese contexto emergió un personaje que significó un rayo de esperanza para muchos franceses: el general Georges Boulanger, «le Général Revanche».
Su carrera es, cuando menos, extraña. A medida que acumula éxitos y condecoraciones militares, se apoya en el conde de Aumale para abrirse paso en el intrincado ambiente de la sociedad francesa. En 1865 se había casado con su prima Lucie Renouard –un matrimonio de conveniencia– con la que tenía dos hijas. Hombre de familia de misa y comunión. En 1880 ya es el general más joven del ejército. En un brusco viraje abandona la misa, se acerca a la izquierda y se convierte en un verdadero tomber de femmes. De la condesa de Trêmes adquirirá las nociones de savoir vivre que le permitirá alternar en la alta sociedad. De su viaje a los EE. UU., la importancia de la propaganda.
Subir, subir y luego caer…
Protegido del médico Georges Clemenceau –en ese entonces líder de la extrema izquierda–, llegará su nombramiento como ministro de Guerra. Dice el historiador sueco Carl Grimberg que a poco de iniciada su tarea ministerial, Boulanger ordenó a las tropas enviadas contra unos mineros en huelga, que repartieran su pan con los huelguistas. (El gesto habrá hecho las delicias de Clemenceau, quien lejos estaba de suponer que unos años después, siendo él mismo ministro del Interior, mandaría a reprimir duramente una situación similar, sustentando con justicia su apodo de «El Tigre»).
Una de las primeras medidas del novel ministro es abrir una oficina de prensa, que se ocupará de informar detalladamente sobre sus actividades y distribuir fotografías y folletos propagandísticos.
La estampa gallarda de Boulanger sobre su caballo negro –al que había bautizado como «Túnez»– y sus campañas militares que le habían valido heridas y condecoraciones abogaban a su favor. Rápidamente se convirtió en el favorito de miles de franceses que veían en él la posibilidad de renovar marchitos laureles.
Sus colaboradores estaban sorprendidos de cómo hacía, con su sobrecargada agenda, para dedicar tiempo a las damas en su garçonnière del 128 del Br. Haussmann.
Su fama trasciende fronteras. Desde el Reichstag, Bismarck expresa su preocupación: ¿tendrá el general intenciones de iniciar una guerra? El planteo de Bismarck terminó de transformar a Boulanger en un ídolo popular. Se publica una biografía que vende cien mil ejemplares. El delirio es tan grande que el general debe explicar a la prensa que se trata de un trabajo no autorizado y que demandará al editor. A la vez, le envía un emisario para alentarlo y comprar miles de folletos para repartir en las zonas pobres de la ciudad. Proliferan las canciones en su honor y la cara del general aparece en los más diversos productos: desde pomada de zapatos o barras de jabón hasta bomboneras y tazas de té.
Por cierto, que el sistema político estaba preocupado con este ascenso irresistible. Boulanger había mejorado el ejército, su armamento, su atuendo y sobre todo su moral. No era solamente Bismarck quien veía como un peligro a este militar que concitaba adhesiones desde los más opuestos sectores de opinión.
Cuando a fines de marzo de 1887 el presidente Jules Grévy lo cesó en su cargo, se vio obligado a renovar todo el gabinete ministerial.
Y venir el amor…
La privación de su cargo de ministro no le hizo perder popularidad, sino que radicalizó aún más a sus seguidores. Aunque el traslado a una localidad menor –Clermont Ferrand a 425 km de París– no le sentó del todo mal. Es que el bizarro militar que iba de flor en flor sin comprometerse con ninguna, se había enamorado. En una reunión organizada por una dama interesada en él, a la que había sido invitado, conoce a la vizcondesa Marguerite de Bonnemains. Para gran frustración de la anfitriona, el general cae rendido a los pies de Marguerite. Ella vendrá desde París y vivirán su amor en el hotel de Royat a pocos kilómetros de Clermont-Ferrand.
A todo esto, Grévy debe renunciar como consecuencia de un escandaloso asunto en el que estaba implicado su yerno. Esto redunda en un incremento de la popularidad de Boulanger, de tal modo, que, aunque no participa de las elecciones –como militar en actividad–, obtiene miles de votos.
En marzo de 1888 las cosas se empiezan a complicar. El ministro de Guerra informa al presidente Carnot que «el general Boulanger ha venido tres veces a París: el 24 de febrero y el 2 y el 10 de marzo; estas dos últimas veces con un disfraz, llevando gafas azules y simulando una cojera», sin autorización. Se asocia el hecho con las elecciones, pero es más probable que haya ido a ver a su amada Marguerite. Ante esta contumacia, el ministro propone que sea declarado en «situación de cuartel y privado del mando», y así se procede.
En abril es electo diputado, aunque él había renunciado a la postulación. «Vuestros votos confirman la necesidad de la disolución (del Parlamento) y de la revisión constitucional. El sufragio universal es nuestro amo», dirá a sus partidarios. Va por más: quiere ser electo por el departamento del Norte. Pocos días después su triunfo es arrollador. Los votos provienen de las regiones «rurales donde el republicanismo tiene muy pocos partidarios, y las mujeres han tomado gran participación en la elección, obligando a los hombres a votar por Boulanger», interpreta un periódico español. Ni liberales ni socialistas. El boulangismo es un fenómeno nuevo. El sistema tiembla. Habrá que destruir a Boulanger a como dé lugar…
…Cuando no puede ser
Boulanger es elegido por 245.236 votos. Las cifras galvanizaron a la multitud. En las calles se grita: «¡Al Elíseo!». El presidente de la República ya ha hecho sus maletas para escapar.
Grimberg afirma que ante la multitud que pedía un golpe de Estado, «actuó con la máxima debilidad». Y que por esa vacilación el ministro del Interior amenazó con detenerle por conspiración. Entonces «tuvo miedo y huyó a Bruselas». Por lo visto, el sueco era golpista… Boulanger dirá en su testamento: «ofrecí constituirme preso si se me sometía a jueces de derecho común… y los que detentaban el poder, se han negado a mi demanda, porque estaban seguros de mi absolución».
Otros enfoques biográficos prefieren una solución diferente. Más apropiada al espíritu finisecular y acorde con el final romántico de la historia.
El presidente de la República ya ha hecho sus maletas para huir. Pero no habrá golpe.
Marguerite está enferma. Boulanger se enfrenta a otra elección. Se encontrarán en Bélgica donde la tisis vencerá la batalla. Dos meses y medio después el general se quitará la vida sobre la tumba de su amada.
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