Creado en el Uruguay de 1905, el Círculo de Bellas Artes fue el primer lugar de enseñanza de los conocimientos artísticos. Este centro es testigo de los cambios culturales y sociales que atravesó nuestro país en el último siglo.
Hay quienes dicen que los hechos muestran por sí más que cualquier análisis a posteriori. Y en esta teoría, la historia del Círculo de Bellas Artes se ajusta a la perfección. Es que para referirse a un centro que fue cuna de maestros del arte, impulsor de vanguardias y dinamizador de la identidad nacional, se debe bucear por aspectos históricos y culturales intrínsecos a Uruguay y el mundo. Un mundo que, por cierto, viene de un siglo que tuvo la fuerza de un maremoto y que va hacia un futuro donde la tecnología promete cambios imposibles aún de imaginar. Ya fuese en la áspera piedra de una caverna o en un holograma que flota en los aires, detrás de ello no hay más que una de las facetas más humanas: la expresión de la identidad propia y social. O no; o tal vez hay más. Y es ese misterio, esa duda, lo que hace que el arte sea el arte.
El desarrollar una carrera ligada al arte no siempre tuvo el mismo peso en la sociedad uruguaya. Para muestra, basta un botón. A tres años de la creación del Círculo de Bellas Artes, la institución recibió una solicitud de beca para un joven cuya situación económica no le permitía costear sus estudios. Su sueldo era de 25 pesos, que era sustento de su madre viuda y sus dos hermanas. La edad del joven era de seis años. Se trataba de José María Pagani, quien más tarde se desarrolló como pintor y muralista. Lo cierto es que a principios del siglo pasado no se podía vivir del arte en Uruguay –salvo ciertas excepciones– pero a pesar de ello podría decirse que había cierto tipo de fe, de positivismo en torno a esta idea, que hacían ver en un niño de seis años que mantenía a su madre y hermanas, el desarrollo de una carrera artística como una oportunidad de futuro.
No obstante, a principios del siglo XX, quienes accedían al conocimiento artístico eran quienes tenían la fortuna de viajar a la lejana Europa. Fue esto, justamente, lo que impulsó la creación del Círculo de Bellas Artes como un lugar de formación, una escuela de enseñanzas que permitiera que todos los conocimientos artísticos adquiridos en el viejo continente pudieran ser volcados en nuestro país. En su acta fundacional participó incluso Pedro Figari, gran entusiasta de la idea, así como otros intelectuales de la época.
Anterior a lo icónico
El Círculo de Bellas Artes es anterior a la construcción de grandes íconos arquitectónicos de Montevideo, como el Palacio Salvo, el Estadio Centenario e incluso el Palacio Legislativo. De hecho fue en su momento el único gran centro de enseñanza, donde se enseñaba dibujo anatómico y geometría, conocimientos considerados por los artistas como fundamentales en la base de su formación.
De lo que habla la historia del Círculo no es solamente de la institución, sino del tipo de Uruguay que había, de la forma en que los individuos veían el mundo. En diálogo con La Mañana, el profesor y dibujante Gerardo Ruiz –exestudiante de Círculo y ahora docente del mismo– profundizó sobre el tema y citó el ejemplo de uno de los exalumnos, Florencio Sánchez, quien había participado unos años antes en la guerra de 1897. “¿Cómo podía ser que un joven que había estado en la guerra luego fuera a estudiar pintura y dibujo? Había un gran fervor en la gente joven relacionado al desarrollo del espíritu”, dijo.
Propulsor de movimientos propios
Pero también el Círculo propició la creación de movimientos que aportaron directamente a lo cultural. Ruiz recordó que fue en la institución donde surgió “el único movimiento pictórico con sabor nacional uruguayo”: el planismo. Pertenecen a él aristas tales como Petrona Viera, José Cúneo, Humberto Causa, entre otros. “Este movimiento tuvo la particularidad de tener una independencia intelectual de no plegarse a las corrientes de moda europeas del momento, que eran varias y muy intensas”, subrayó Ruiz. Es que, mientras que en Uruguay corrían los grandes planos de colores casi puros y se pintaban parques coloridos y niños jugando, en Europa –sumida en un contexto social y político de guerra y posguerra– se generaba el cubismo, el surrealismo y el futurismo, figuras que asemejaban a un espejo roto. “A los pintores de Uruguay no les importó lo que se hacía en el mundo, querían ser pintores orientales”, subrayó el docente.
El Círculo llegó a tener tal credibilidad para el exterior que incluso la TASS, una agencia soviética, le solicitó que manifestara su opinión respecto al avance del nazismo en el mundo.
Cambio de senda
Pero esta historia fue otra a partir de los años 40. “Cuando las cosas comenzaron a decaer en el país, las instituciones no pudieron mantenerse ajenas. La gente fue cambiando y comenzó a haber otro tipo de gente dentro de las directivas de las instituciones. El Círculo tuvo un quiebre en el año 1943 cuando Domingo Bazurro, un gran pintor, alumno, maestro y directivo de la institución viajó a Europa y sintió que lo que él hacía como artista estaba totalmente fuera de moda. Volvió a Montevideo y quemó más de 500 cuadros que tenía en su casa, que eran extraordinarios”, recordó Ruiz.
Bazurro tuvo una crisis cultural, estética y filosófica al ver que una cosa era lo que se hacía en Europa y otra en Uruguay. Motivado por ello, habló con el ministro de Cultura de la época para propiciar la apertura de la Escuela de Bellas Artes, un instituto que se adecuara a las tendencias europeas y se modernizara. Esta visión –que se distancia de la visión de Rodó y Figari, americanistas ambos– va de la mano de la línea batllista que entendía a Uruguay como “una sucursal de Francia”. Finalmente, la Escuela de Bellas Artes abrió y el Círculo cerró, pero no por mucho tiempo: seis años más tarde –juicios mediante– sus puertas volvieron a abrirse.
Hoy ambas funcionan con normalidad, pero los legados, tanto de uno como de otro, difieren, según la opinión de Ruiz. “Finalizado el siglo XX, cuando se pasa raya, resulta que la mitad de los grandes pintores uruguayos salieron del Círculo y la otra mitad salieron del Taller Torres García”, resaltó el entrevistado.
Pero también deben hacerse otras consideraciones, ya que la historia de la pintura va de la mano con la historia política del Uruguay, sin que el pintor se haya propuesto politizar la pintura. Respecto a esto, el dibujante aseveró: “No es casualidad que cuando la Segunda Guerra Mundial termina y Estados Unidos se impone como potencia mundial, se impone en Uruguay también, casi de un día para el otro, la pintura abstracta al estilo norteamericano, que al mismo tiempo era antagónica al realismo socialista figurativo de la Unión Soviética”.
Presente y futuro
Hoy el Círculo de Bellas Artes brinda charlas y clases que engloban a unos 150 alumnos, aunque durante la pandemia debió permanecer en un impasse. Los estudiantes que asisten, señaló Ruiz, conforman un grupo heterogéneo, de diversas edades y realidades, aunque lo que normalmente se debe dar es una nivelación “para tapar los baches que no se aprenden en secundaria”. Pero esto no es el único obstáculo; Ruiz también nota que en las últimas décadas, a nivel general, ha caído profundamente la curiosidad de las personas. Y sin curiosidad, avanzar siempre se hace más cuesta arriba.
A pesar de eso, el optimismo está. En cuanto al futuro, el docente indicó: “Creo que el Círculo tiene un gran futuro si se plantea seriamente ser un centro de referencia en la enseñanza del dibujo, con esto la institución ya cumpliría su misión”. Aunque indicó que es difícil ver hacia donde van las artes, pues recordó: “Las artes van para todos lados al mismo tiempo a la vez”.
TE PUEDE INTERESAR