La temprana vocación de Camille Claudel por la escultura la llevó a ser alumna del ya consagrado maestro Auguste Rodin. La intensa y tormentosa relación que vivieron ambos no fue en desmedro de su producción artística, en la cual se potenciaron mutuamente, con un lenguaje nuevo que, lejos del canon académico, sentó las bases de la escultura moderna. Los últimos 30 años de su vida, Camille estuvo recluida en un asilo siquiátrico, apartada contra su voluntad de toda actividad creativa. Hoy es reconocido el gran valor de su obra, expuesta en importantes museos.
Los inicios
Desde pequeña Camille metía las manos en el barro y modelaba las figuras de todos los que tuviera alrededor, entre ellos su hermano Paul, que más tarde sería un conocido poeta. Con tan solo 17 años modeló un busto de “la vieja Helena”, que llamó la atención del profesor Alfred Boucher, quien la aceptó como alumna. Su padre y hermano incentivaron el desarrollo de su vocación, a pesar de que en ese entonces, que una joven se dedicase profesionalmente a la escultura, era algo totalmente inusual.
La familia se trasladó a París y Camille fue admitida en la academia Colarossi, una de las pocas que aceptaban mujeres. Poco después conoció a Rodin, quien se impresionó por el talento de la joven, así como con algunas características de sus obras en las que reconocía afinidades con su propio lenguaje escultórico. El avezado maestro, más de 20 años mayor que Camille, en seguida percibió que estas afinidades no estaban originadas en un afán de imitación sino en la total ruptura con el lenguaje académico convencional, lindando casi con el expresionismo.
La puerta del infierno
La relación amorosa entre ambos escultores comenzó al poco tiempo de conocerse. En una carta fechada en 1883 Rodin se refiere a ella como “Feroz amiga” y dice “Hay momentos en los que francamente creo que te olvidaré. Pero en un solo instante siento tu terrible poderío”.
El maestro cae rendido ante la belleza y el sorprendente talento de una alumna que pronto se convierte en su modelo y musa y en la que, a pesar de la diferencia de edad, reconoce una paridad total con su propio nivel creativo.
En 1885 Camille Claudel entró oficialmente al taller de Rodin, en donde además de crear sus propias obras, participaba en los numerosos trabajos de gran porte que le habían sido encomendados al maestro para distintos lugares de Francia. Entre estos, “La puerta del Infierno”, monumental obra en bronce en la que Camille realiza con gran maestría la mayor parte de las figuras que la componen.
La pasión entre ambos artistas se refleja en su obra conjunta, en la que es difícil distinguir cual ha sido la mano creadora. Ese sentimiento poderoso encuentra expresión en un nuevo concepto de escultura, que ha dejado de ser una fría imitación de la naturaleza para volcarse en vehemente expresión de sentimientos. La materia parece trasponer sus límites y se vuelve luz, sombra, movimiento, pasión, éxtasis y dolor perpetuados en piedra.
A pesar de la simbiosis entre ambos artistas, Camille lograba éxitos con producciones en las que Rodin no había tenido intervención, como “Sakountala”, que obtuvo Mención de Honor en el Salón de París de 1888.
No obstante era Rodin quien mantenía la fama y el reconocimiento público y Camille, pese a la calidad de su obra, era vista como su amante, su aprendiz, una mujer trasgresora que había traspasado las convenciones sociales hasta en la profesión elegida.
Si bien es innegable la influencia que Rodin tuvo en la formación artística de Camille, no hay que desconocer otras fuentes de inspiración, como lo fueron el movimiento Art Nouveau, el simbolismo y las culturas orientales, en especial la japonesa.
En 1892 Camille se instaló en un estudio propio, buscando independizarse de la sombra de Rodin. Está sumida en una honda depresión ya que su amante la ha obligado a abortar y a pesar de sus reiteradas promesas, sigue unido a su compañera Rose Beuret, con quien tiene un hijo. Camille, a pesar de encontrarse sola, angustiada y con dificultades de trabajo, mantiene intacta su creatividad y en 1903 esculpe “El gran vals”, una de sus obras más bellas.
Camille logró en esos últimos años de actividad reconocimiento como artista. A menudo aparecen notas sobre su obra en prestigiosas revistas de arte y le son encargadas obras, incluso por parte del Estado, como es el caso del complejo escultórico “La edad madura” en la cual se representa en forma cruda el drama de su separación con Rodin, aunque también caben interpretaciones más universales que aluden al destino del hombre que se resiste a la vejez y a la muerte.
Su padre, Louis Prosper Claudel, fue siempre un gran apoyo para Camille. En sus últimos años era él quien le hacía ver la necesidad de independizarse de Rodin, y se esforzaba para que su hija tomara conciencia de su propio valor como artista, totalmente equiparable al de su maestro, o quizá hasta superior. Las crisis depresivas de Camille se venían sucediendo con frecuencia. Sola en un pequeño departamento parisino, solía destruir sus propias obras, muchas de las que representaban cabezas de niño. La muerte de su padre la dejó indefensa y pocos días después su madre y hermano la internaron en un hospital siquiátrico del que nunca más salió. La puerta del infierno estaba abierta.
Camille Claudel hoy
Más de 40 museos exponen sus esculturas. La mayor parte de su obra se encuentra en el Museo Camille Claudel en Nogent sur Seine, el Museo Rodin de París, el Museo Sainte Croix de Poitiers y el Museo de Arte y de Industria de Roubaix.
Su vida ha sido llevada dos veces al cine y la genial artista fue representada por las actrices Isabel Adjani y Juliette Binoche.
*Columnista especial para La Mañana desde Madrid.
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