Carlos Flores Mora nació el 1º de junio de 1928 y murió el 9 de agosto de 1985. Había egresado de la Universidad de la República como abogado en 1972. Fue periodista, director del Banco de Seguros, diputado durante la 40ª Legislatura en la que su hermano Manuel se desempeñó como senador, y poeta.
La Cámara de Representantes recogió en una edición de 1989 sus Poesías Completas. El libro tiene un prólogo del ensayista, narrador, docente y crítico literario José Pedro Díaz del cual se cumplió este año el centenario de su nacimiento. El texto contiene las dos obras editadas por Carlos Flores Mora en 1952 y 1983, y agrega su hasta entonces inédita poesía, sin indicación de fecha de ejecución.
El prologuista fue amigo de los Flores Mora a quienes conoció cuando vivían en la pocitense calle Barreiro a comienzos de los 40. De Carlos recuerda «su casi empecinado mutismo» que interpreta como una forma de sensibilidad y delicadeza. Ese volverse sobre sí mismo, esa actitud contemplativa -que es fuente de la poesía- le permitía percibir «la calidad milagrosa de la existencia misma».
El amor, la vida la muerte, el más allá, el tiempo, el pasado…, son los temas habituales de la poesía.
Borges explica la esencia de la poesía con un ejemplo tomado de Berkeley. Así como el sabor de la manzana, dice, está en el contacto de la fruta con el paladar, «la poesía está en el comercio del poema con el lector». Es allí que se produce el hecho estético. Antes y después un libro de versos continúa siendo solamente un objeto. Una serie de símbolos registrados sobre el papel. E insiste en el origen mágico de la palabra. Como, además, la literatura parte del verso, esto es, primero es el verso y mucho después la prosa, y a su vez, el carácter mágico de la palabra se fue diluyendo, es al poeta a quien corresponde esa restitución. Así, los deberes del verso serían «comunicar un hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar». Creo que la poesía de Carlos Flores Mora alcanza ese objetivo.
José Pedro Díaz señala como una de las líneas más sensibles el poema «Tu rostro», del libro Solo para una luz:
Miro tu rostro y tiemblo./ Su delicada curva/es como un árbol solo/ al borde de un gran río./ Es como la memoria de un mundo,/ es el recuerdo/ de un paisaje olvidado/ contemplado de niño.
Entiende el calificado comentarista que este poema es indicativo del «temple» de la expresión del poeta. Pero no duda de que el lector encontrará otros que también lo sean.
En lo personal, prefiero estos, que aparecen dentro de la clasificación de «Otros poemas», una segunda categoría dentro de los inéditos. Versos sin título y que a criterio del prologuista no habrían sido considerados publicables por el autor. A mí, me tocan como la cercanía del mar:
Cuando Matilde canta
caen copos de esperanza
sobre nuestra nostalgia.
Matilde canta aromas
más que canciones. Canta
un arroyito de oro
con orillas de infancia.
El milagro de la existencia
Como hace notar José Pedro Díaz la mirada de Carlos Flores Mora percibe el milagro de la existencia a través de las cosas. Y resalto la palabra «milagro» en su primera acepción. Son varias las referencias a Dios en la poemática de Flores Mora. Como se trata de un poeta poco conocido o, por lo menos, escasamente publicitado trataré de transcribir los textos aunque más no sea fragmentariamente. Las explicaciones o comentarios huelgan, porque si como dice Borges la poesía es mágica, la magia no requiere explicación: es magia.
De su libro Poemas del tiempo y de Lise (1952):
Cuando lloro parece que llorara/ junto a mi lado Dios y no lo veo.
Sueño para soñarlo y no lo sueño. / Callo para escucharlo y no lo oigo.
Acaso es la mirada de mi madre,/ o el recuerdo de mi padre muerto
o es esta pena que me duele tanto./ Mi fatigado corazón te espera
en las ruinosas sombras de la muerte/ y ha de llorar el día que te vea.
La casa del jazmín la vieja casa./ No existe ya, tal vez no haya existido.
Era un trozo de amor. No era una casa./ Yo no imagino, no puedo imaginar
que se hayan desatado sus paredes/ de aquel temblor de Dios que las llenaba,
de aquella juventud que les ponía/una luz milagrosa en las entrañas.
Sobre el piso de tabla, madera de ilusión/ hoy mi nostalgia me va buscando a gritos
sin encontrar siquiera ni una araña./ La casa del jazmín, la vieja casa.
De Solo para una Luz (1983)
A Manolo Lima
Dios dé tiempo al pincel/ y a tu ojo cielo,/ que tú después/ has de cuidar de ellos.
De «Recopilación de poemas inéditos»
Al sur de las estrellas/corre mi infancia./Sobre lágrimas boga/ la remota certidumbre de Dios.
Ella fue la más niña/ criatura del cielo,/ la que tuvo más huella/ de Dios bajo su pie.
…sin eucaliptus, nubes ni setiembre;/ mientras la lluvia cae/ la voz de Dios/ ya ni la tierra entiende.
De «Otros poemas»
Mirad el arbolito/ al borde del barranco./Mirad como se mueve/ su follaje liviano.
Parece que la mano de Dios lo sostuviese,/ que lo envolviese un grito/ de amor desesperado.
Dios mío,/ llévame a la tierra del olvido/ donde crecen los árboles/
cuya historia ya nadie conoce/ y cuyas ramas son brazos/ que ya nada sostienen.
Soy la sombra de Dios./ Por eso sigo y ando/ su camino. Por eso/en el mediodía del tiempo/
me uniré a su cuerpo./ Como el vuelo cesa en el pájaro,/así mi corazón/ caerá en su mano.
¡Oh, Dios, nuestros caminos! ¡Con cuánta piedra tropezamos!
Dice Borges en su prólogo a Los conjurados que «no hay poeta, por mediocre que sea que no haya escrito «el mejor verso de la literatura» y que como la belleza no es patrimonio de unos pocos, alguna línea de su libro será «digna de acompañarte hasta el fin». En la obra de Carlos Flores Mora hay más de una, y si bien el texto luce la leyenda «Distribución gratuita. Prohibida su venta», algún ejemplar se puede conseguir en Internet. Vale la pena
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