Siempre recuerdo lo que, en los últimos minutos del día 6 de diciembre de 1967, o los primeros del día 7, me dijo el Dr. Carlos Manini Ríos.
Yo trabajaba en Hechos, el diario de la “99” que dirigía Zelmar Michelini. Unos meses antes, SEUSA, sociedad editora de La Mañana y El Diario, había comprado Hechos.
Carlos Manini Ríos fue abogado, diputado, senador, ministro, director de Planeamiento y Presupuesto, embajador, pero por sobre todo y primero que nada fue periodista.
Aprendí mucho de ese periodista
Un poco más acá, en marzo de 1990, yo dirigía Búsqueda y le ofrecí al Dr. Manini que escribiera una columna para el semanario. Me dijo que sí y que comenzaría al retorno de un viaje a Europa que tenía previsto para esas semanas. Se mostró entusiasmado.
Manini fue mi director, luego ambos fuimos columnistas, desde la primera hora, del semanario Opinar y el tiempo me iba a dar la oportunidad de ser su director. Demasiado.
Aquella noche y madrugada de diciembre del ’67 estaba solo en la inmensa redacción de La Mañana y El Diario, en la que se había asignado un espacio a Hechos. Yo hacía sindicales. Héctor Rodríguez, uno de mis grandes maestros era mi jefe. Hechos era vespertino, pero yo iba por las noches porque era más fácil ubicar a los dirigentes en sus casas o en el sindicato. Durante el día dormían hasta tarde, o estaban en reuniones o en el trabajo, porque en esas épocas iban a trabajar.
En ese escenario irrumpió todo sofocado Alberto Valles, jefe de información política de La Mañana y especie de secretario político de Manini.
—No tengo ni un periodista de La Mañana. Me podés dar una mano. El Dr. Manini necesita uno.
Asentí y me paso el teléfono: “Le doy con Arbilla, doctor”.
—¿Quién es?
—Danilo Arbilla, doctor. Soy periodista de Hechos.
—Es periodista de SEUSA supongo —me dijo secote e imperativo el doctor Manini.
—Mire, necesito que se vaya a Casa de Gobierno, ¡ya! Estese despierto y con los ojos bien abiertos, hable con la gente que vaya, viche por todo los rincones y anote todo. Yo voy para allá con Pacheco Areco. Murió Gestido.
Rajamos con Valles para el Palacio Estévez. Manini había entrado por la puerta de atrás (San José) con Pacheco que ya estaba arriba. Lo vi algo ansioso a la espera del escribano de Casa de Gobierno.
Durante el maremágnum solo en un momento tuve un contacto con el Dr. Manini:
—Bueno, ya está, Pacheco asumió. Ese hueco no podía estar vacío. Mucha gente y milico nervioso. El Gral. Seregni (Jefe de la Región Militar N°1) fue de los primeros en llegar a la casa de Gestido y se puso a la orden de Pacheco. Ese hombre es una garantía y con su actitud aventa cualquier riesgo.
En muchos meses no volví a cruzar palabras, por decirlo así, con el Dr. Manini. Pero esa noche yo, despierto, con los ojos bien abiertos, vichando por todos lados y tomando nota, seguí al pie de la letra sus indicaciones.
Manini tenía un gesto autoritario, acostumbrado, y una voz ronca, como paternal. Era intenso: en su actividad política y en su vida social, pero siempre pendiente del diario al que iba, aunque sea un rato, todas las noches y si había algo urgente, a cualquier hora.
Francisco Luis Llano -Pancho- decía que era un gran periodista. “Ese hombre es un desperdicio” comentaba en la sala de periodistas, cada vez que lo veía entrar a casa de Gobierno, como ministro o director de Planeamiento. Llano, uno de los más grandes periodistas del Río de la Plata, fue el hombre que hizo Clarín, secretario de Redacción de Acción y después le acepto a un Noble, arrepentido de ser Corresponsal de Clarín en Montevideo. Me contrató como su ayudante. Fue otro de mis grandes maestros. Cuando hablaba de periodistas y periodismo, sabía lo que decía.
Manini era intenso: en su actividad política y en su vida social, pero siempre pendiente del diario
Pero Manini, aún periodista, se fijaba prioridades. En agosto de 1980, yo dirigía Noticias y le ofrecí una columna. Enrique Tarigo, Juan Martín Posadas, Luis Alberto Solé y Marta Canessa de Sanguinetti ya eran columnistas de la revista. Me dijo que no, que estaba en otra cosa y no podía ejercer como periodista. Los militares le habían pedido “reconstruir” el Partido Colorado. Les respondió que el Partido Colorado estaba vivo y que tenía sus autoridades: Jorge Batlle, Pacheco Areco y Amilcar Vasconcellos. Que era con ellos que había que hablar. Le dijeron que ellos no, que estaban proscriptos. Entonces que actúen sus delegados o representantes no proscriptos, no hay otra, les dijo. Y así fue. Con los blancos pasó distinto.
Tenía cosas bien divertidas, las que dado su estilo resaltaban aún más. En agosto de 1968 Ulysses Pereira Reverbel, dos veces secuestrado por los Tupamaros, fue liberado por primera vez. Fue dejado a las puertas de una casa de la calle Vidal y Fuentes, donde vivía una señora de 60 años, con su hija divorciada (no muy delegada pero buena moza). Estaban muy contentas de ser noticia. El periodista de La Mañana que hizo la crónica, al transcribir algunas impresiones de la señora, la califico de “anciana”. Ella se agravió mucho y exigió reivindicaciones. Una noche Manini aparece en la redacción general, lo que no era común y pregunta quién había escrito el artículo en cuestión. Fue hasta su escritorio:
—Usted fue quien hizo la nota sobre Pereira Reverbel.
—Sí doctor.
—¿Cuántos años cree que tengo yo?
—No sé doctor.
—Tengo 59 años. ¿Usted diría que yo soy un anciano?
—No doctor.
—Entonces por qué carajo le puso anciana a esa vieja de miércoles que me tiene lleno y no me deja en paz.
Con Manini uno aprendía leyéndolo. Sus editoriales y sus sueltos. Memorables: filo, contrafilo y punta. Sus crónicas periodísticas y las deportivas: cubrió casi todos los mundiales haciendo yunta con Alfredo Testoni. Daba gusto escucharlos hablar. En el año 1971 Manini fue a la final de la copa Libertadores entre Nacional y Estudiantes, en Lima. Acompañaba, como siempre, como un periodista complementario del enviado. Su crónica de esa vez muestra su calidad como periodista: solo se limitó a transcribir la crónica de una diario peruano, excepcional, en la que el cronista relató cómo “el gordito” (Cubillas) tomó la pelota, bailó sobre ella, y al final levantó la cabeza y envió un centro (“que ni con mano”) para que cabeceara Artime: “hacer el gol fue lo más fácil”, concluía el colega trasandino.
“La Mañana tenía que informarlo y hacerlo bien”
Periodista cuando escribía y más aún, cuando decidía. El 26 de marzo de 1971 el Frente Amplio realizó su primer acto público como tal. Fue mucha gente. Yo, que había pasado a La Mañana al cierre de Hechos, estaba acreditado en Casa de Gobierno y junto con Eduardo Balcarcel, que iba al parlamento, hacíamos la sección “Noticias políticas y de gobierno” que encabezaba la página editorial con título a seis columnas y un recuadro principal. Fui a cubrir el acto. También Alberto Valles. Cuando nos encontramos en el diario me preguntó cuánta gente creía que había: unos 70 mil le dije.
—Estás loco. No había ni 10 mil. Te pesa el corazoncito.
De vez en cuando me miraban como sapo de otro pozo. Mi pase a “política” fue bastante discutido: el prosecretario de Redacción Leonidas Piria me apoyó y también pesó la opinión de Michelini.
El otro que también “se dio una vuelta”, fue don Héctor Quinteros, secretario de Redacción histórico de La Mañana. Don Héctor era un hombre severo, adusto pero muy ecuánime. Delgado, relativamente alto, siempre de impecable traje oscuro y chaleco, camisa blanca y cuello almidonado y corbata con nudo perfecto. Fumaba y se decía que tomaba bastante, pero nunca en el diario y jamás se le notó. Tenía una rueda en el Crillón, se chusmeaba.
Don Héctor nos pidió nuestras impresiones. Valles le dijo que yo calculaba 70 mil.
—M‘hijo, como que se le fue la mano. ¿Y usted Valles?
—Creo que no había más de 10 mil.
—¿Diez mil? ¿Pero a donde fue Usted, m‘hijo?
Y llegó el doctor Manini Ríos, quien ávido preguntó sobre el tema. Don Héctor le informó:
—Fue importante. Arbilla, bastante entusiasmado, vio 70 mil, Valles dice que eran 10 mil, lo que es ridículo: había unas 40 mil personas, director. Usted dirá cómo lo encaramos.
—¿Usted qué opina Don Héctor? —pregunto Manini.
—Lo que usted diga director —fue la respuesta. Valles en tanto insistía en que no había que darle trascendencia.
Manini me miró y me dijo:
—¿Y usted?
— Yo no sé si había 10, 40 o 70 mil, pero había mucha gente doctor, y muchos de ellos van a comprar La Mañana.
Manini no lo pensó mucho, me miró y me dijo:
—Haga la crónica, son 40 mil, y no lo ponga en cabeza pero sí en el recuadro.
No dijo más nada. A la noche siguiente se acercó a mi escritorio y me comentó:
—Hicimos bien. No sé si será un hecho histórico o no, eso lo dirá el tiempo, pero La Mañana tenía que informarlo y hacerlo bien.
Carlos Manini Ríos murió en abril de 1990 en Madrid. Nunca escribió su columna en Búsqueda. No pude ser su director. Era demasiado lujo.
*Ex Director de Búsqueda y encargado de noticias políticas de La Mañana
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