“…el neogótico quizás como ningún otro estilo arquitectónico, esconde el deseo por un retorno al pasado desde donde proponer un acceso diferente a la modernidad… El resultado de todo ello es que a través de la construcción o la restauración de templos católicos en estilo neogótico, el pasado y la modernidad se darán de la mano en los entornos locales: ciudades y pueblos de todo el continente”.
Martín M. Checa-Artasu
“…es una interpretación del gótico, toma la esencia del gótico, pero luego la reinterpreta. Es una nueva filosofía, porque hay otro tiempo, otro espacio, otro momento histórico, no puede ser una imitación, sino que tiene que ser una visión de aquello que se vuelve a traer al presente”.
Prof. Ramón Cuadra sobre el neogótico
La iglesia de la “Virgen del Carmen y Santa Teresita”, más conocida como de las “Carmelitas”, ubicada en el barrio del Prado, es una de las obras arquitectónicas más bellas de nuestro país y uno de los pocos ejemplos que tenemos de arquitectura neogótica, junto con la iglesia de la Sagrada Familia, más conocida como la capilla Jackson, y el palacio de la Junta Departamental de Montevideo.
El neogótico fue inspirado en el estilo gótico de la Edad Media, el cual tuvo su origen en el siglo XII, en Francia, y desde allí se expandió por Europa. El gótico fue una revolución en su momento, desarrollando uno de los movimientos más trascendentes de la historia del arte. Hay que tener en cuenta que en la ciudad medieval la catedral gótica fue el edificio más elevado de todos, y con sus altas torres y sus finas agujas apuntando hacia el cielo daban la sensación de ascenso a quienes se acercaban y entraban en el edificio. Desde la perspectiva de la óptica espacial, la catedral gótica, a diferencia de la románica, además de ser mucho más elevada, ocultaba la estructura que sostenía la altura y verticalidad del edificio, dando la impresión de que era una arquitectura que se sostenía por sí sola. Esto era así porque la estructura que sostenía el edificio estaba en la parte exterior del mismo y se ocultaba bajo los revestimientos.
Otro aspecto importante a nivel visual fueron las esculturas y su fuerte carga iconográfica en las fachadas y en los pórticos, capaces de hacernos pensar en una iglesia como un libro de piedra. Y quizá uno de las características más importantes, sin desmerecer las anteriormente mencionadas, fueron los vitrales y la estética de la luz, y con la luz, la suave persuasión de las imágenes. La luz en la estética cristiana ocupa un lugar fundamental como metáfora del Bien. Por otro lado, el pasaje de la luz en su diario recorrido seguía el circuito de vitrales, teniendo su culminación en el pórtico occidental donde, al atardecer, dedicado en la mayor parte de los casos al “Juicio Final”, establecía una perfecta conexión entre arquitectura, luz, movimiento y arte. La catedral gótica a nivel espacial funcionaba como una comunión, un centro entre el cielo y la tierra. Hay que tener en cuenta que en aquel período la mayor parte de la población no sabía leer por lo que las imágenes eran para muchos el único medio de interpretar las historias bíblicas y el templo constituía el espacio sagrado por excelencia en la sociedad medieval.
Neogótico como nuevo acceso a la modernidad
Así sobre el final siglo XIX y principio del XX, surgen distintos estilos arquitectónicos como artísticos en general, y en este contexto de búsqueda tomó impulso nuevamente el gótico bajo una nueva interpretación, como un nuevo acceso a la modernidad desde otra perspectiva del pasado. El neogótico recala en territorio americano en un período en el que los nuevos Estados comenzaban a definir su carácter y así este estilo fue empleado en numerosos edificios religiosos como una muestra de la renovación cristiana por medio del arte y la arquitectura.
Nuestro país ingresa en la modernidad al igual que casi toda Latinoamérica a principios del s. XX, y en este contexto, fue que el neogótico enraizó en nuestro suelo. Hubo tres órdenes que desarrollaron el neogótico en América Latina: los Carmelitas Descalzos, los Salesianos y los Jesuitas en su retorno sobre mediados del s. XIX, luego de su expulsión en 1776. En nuestro país fueron los Padres Carmelitas Descalzos quienes propulsaron la construcción de la Iglesia neogótica del Prado, en un momento en que el barrio comenzaba a cambiar, dejando de ser aquel espacio de quintas y solares, para pasar a formar un entramado más urbano que sabía mezclar las viejas casonas con casas del tipo que preferían los nuevos migrantes más adaptadas a los tiempos que venían.
Inicios de los Padres Carmelitas en el Prado
La primera construcción que se realizó en la calle Irigoitía por parte de la Orden los Padres Carmelitas Descalzos fue la Capilla y Convento diseñado en estilo neogótico por los arquitectos Román Berro, Américo Bonaba. El 31 de marzo de 1916, fiesta de San José, se colocó la piedra fundamental y se inauguró en 1917.
Entonces el Padre Lorenzo de San Joaquín adquirió los terrenos adyacentes al convento dando origen al proyecto de una gran iglesia. Los arquitectos Guillermo Arma y Albérico Isola presentaron los planos a la comunidad y estuvieron a cargo de la construcción. En 1929 se colocó la piedra fundacional.
El Templo se inauguró el 24 de setiembre de 1937, aunque aún restaba finalizar el revoque exterior, los vitrales, etc., y no se dio concluido hasta 1954. Fueron 25 años de ardua labor. Aunque el estilo adoptado fue el llamado gótico flamígero muy propio de las iglesias fundadas por la orden en aquel período en América, los arquitectos no se ciñeron a una arqueológica del estilo, y obraron con libertad y originalidad dentro de la armonía de líneas.
“El templo está dispuesto en tres naves con crucero (tienen una longitud de 39 m de largo y 17,50 m de ancho. La nave central tiene 22,5 m de alto), su atrio y sus canceles están concebidos con gran originalidad, lo mismo que el coro. Su estructura –pilares, arcos, nervaduras, bóvedas– es en cemento armado. El grueso de los muros es en ladrillo, y los revestimientos interiores se han hecho en losas y bloques de símil piedra, construidos aparte, y colocados luego, dando este procedimiento la idea de una iglesia construida realmente en bloques de piedra tallada. El piso queda terminado en losas de mármol reconstruido con juntas de bronce. El techo es de pizarra sostenido por cerchas de hierro, y los paramentos exteriores de los muros que aún están en rústico, serán revocados en imitación piedra”. (Orden de los Carmelitas Descalzos, 100 años en Uruguay)
En la parte exterior, el pórtico central del edificio con su Tímpano funciona como el eje de la composición escultórica, obra de Mario Olaso, donde resalta la Virgen María entregándole a Santa Teresita el escapulario y las rosas que ella llevará por el mundo como símbolo de la gracia divina. Debajo, el friso muestra los doce apóstoles, y sobre las columnas laterales hay ocho grandes estatuas esculpidas en piedra por Borbodillo de Burgos, representando los santos de la Orden carmelitana, a la derecha, san Elías, san Alberto de Sicilia, san Simón Stock y san Juan de la Cruz. A la izquierda, la beata Ana de San Bartolomé, santa Teresa del Sagrado Corazón de Reddi, santa María Magdalena de Pazzis y santa Teresa de Jesús.
En el interior del edificio, las paredes laterales están desprovistas de altares e imágenes como es propio del estilo gótico, y hay que destacar la ornamentación de los capiteles de todas las columnas que tradicionalmente se hacen con hojas de acanto, en este caso, culminan en capullos de rosa en honor a Santa Teresita.
El templo queda iluminado a través de bellísimos vitrales que representan escenas de la vida de diversos santos, como “La visión de Elías” y diversas etapas de la consagración de Santa Teresita. Los vitrales de ábside y la nave crucera son de origen alemán, los restantes son de origen argentino, y el rosetón de la Pasión es obra uruguaya, efectuado en 1943 por la casa Cristal Palace.
Desde la perspectiva actual, una visita a la iglesia de la Carmelitas del Prado no es solo una oportunidad para conocer una iglesia neogótica uruguaya, sino también para realizar un viaje al pasado, para volver por unos instantes al mundo medieval, e ingresar en una órbita sagrada, en la que la religión, el arte y la cultura se estrechan la mano. Así, mientras la tenue luz se derrama a través de los altos vitrales, contemplando las altas columnas y los arcos ojivales que sostienen las bóvedas, apoyando la palma en la suave superficie de madera de uno de los bancos que mira hacia el altar, parece que sin darnos cuenta, al fin, hemos llegado al centro, al punto donde siempre se han tocado la tierra y el cielo.
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