¿Cuántas veces escuchamos esta frase, constantemente repetida por los uruguayos que tuvieron la oportunidad de disfrutar los que hoy son leyendas de las carnestolendas?
—¡Vedettes eran las de antes! —decía la abuela Isabel.
Que la “Negra Jhonson” o Marta Gularte, que Rosa Luna, no se pueden comparar con las de ahora. ¡Esas era mujeres hermosas y artistas de gran talla!, todo natural, sin siliconas.
“Pirulo” legendario, nadie como él y este año que se fue “Piel canela”, el trono de coreógrafos y bailarines del reino de “Momo” quedó vacío.
—Las murgas eran otra cosa, –repetía mi abuela con desilusión.
Y claro, no estaban al servicio del gobierno como lo hacen hoy, que confunden el rol de ser críticos e irónicos, con ser militantes serviciales, utilitarios y condescendientes con el poder de turno, esto solo si es de izquierda.
De niño y adolescente disfruté de mucho carnaval, sea en el tablado del club Goes o el de la “Terminal”, también en el Jardín de la Mutual, donde conocí al gran Daltón Rosas Riolfo, un pionero.
Soy de la época de los “Patos cabreros”, “ La milonga nacional”, los viejos y recordados “Asaltantes con patente” entre otros tantos.
En los parodistas, “Gaby’s” y “Klapers” tenían el valor deportivo de un “clásico”.
Este año las murgas vienen haciendo una especie de catarsis que los políticos y militantes, hasta hoy oficialistas, no pueden hacer pública. Pero disfrutan de los insultos y agravios que los “hijos de Momo” profieren a diestra y siniestra, olvidándose del 61 por ciento de la población que les cantó la “polca del espiante” a los enfurecidos y enriquecidos gobernantes salientes.
Claro está que siempre la crítica o sátira política existió, pero la novedad de este año fue escuchar críticas vehementes a un gobierno que no asumió aún.
Perder elecciones duele, lo entiendo, sobre todo con tanto compromiso adquirido con Cuba y Venezuela… Pero de ahí a lo que se está cantando en carnaval… Es una muestra tal de incapacidad y mala intención, que si se hicieran un análisis psicológico por parte de cualquier profesional de la salud mental, que no fuera afín a la gorra del “Che”, estos profesionales se harían un festín.
El muñeco del Gral. Manini, que pretendió satirizarlo, al final de cuentas, fue hacerle un monumento. Su figura crece exponencialmente con cada crítica; la gente de Cabildo agradecida.
La figura de Lacalle Pou se engrandece ante cada arremetida murguera.
Cada couplet que los nombra o insulta, muestra la estatura y estrechez mental de quien escribe el libreto, con rimas y chascarrillos fácilmente adivinables y perceptibles.
No puedo imaginar peor escenario para una tortura auditiva, que una noche de murgas en el “Teatro de verano”.
Si esto sucediera, sugiero le entreguen un premio a aquella murga que no caiga como recurso en el chiste fácil de la frase “Se acabó el recreo”.
El carnaval era de todos, con problemas de sonido, luces y voces que no modulaban ni afinaban a la perfección.
Pero era la voz del pueblo.
Hoy apenas es el susurro de la ignominia totalitaria.
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