Desde las riberas del Tíber sigue resonando una pieza oratoria magistral: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia? ¿Cuánto tiempo hemos de ser todavía juguetes de tu furor? ¿Dónde se detendrán los arrebatos de tu desenfrenado atrevimiento? ¡Qué! ¿No han contenido tu audacia ni la guardia que vela toda la noche en el monte Palatino, ni las que protegen la ciudad, ni el espanto del pueblo, ni el concurso de todos los buenos ciudadanos, ni el templo fortificado en que el Senado se reúne hoy, ni los semblantes augustos e indignados de los senadores? ¿No has comprendido, no estáis viendo que ha sido descubierta la conjuración?”.
Se podría decir que Catilina claramente no era grato a los dioses romanos. Su suerte política y personal fue infausta, su causa fue derrotada y arrasada en su momento. Los testimonios que han perdurado a través de los siglos son, claramente, peyorativos por la simple razón de ser producto de la pluma de algunos de sus más enconados adversarios.
Ahora bien, ¿qué simbolizaba Catilina en la Roma republicana para haber generado tanto encono? Encarnaba las esperanzas de la causa popular, cuyas demandas una y otra vez quedaban bloqueadas en el Senado por la fracción que respondía a los intereses de los terratenientes y de los financistas que, a través de prácticas que bordeaban la usura, habían arrasado con los sutiles equilibrios de la República romana. La vía electoral había fracasado de forma sistemática, la capacidad de articular demandas en la antigua Roma había entrado en un declive que tan solo auguraba una espiral de violencia creciente. Y la “grieta” implicaba, obviamente, el ataque personal sin límites. Salustio, otro enemigo con capacidad retórica que ha sobrevivido el paso del tiempo, no vacilaba en calificarlo de la siguiente manera: “Lucio Catilina… fue de gran fortaleza de alma y cuerpo, pero de carácter malo y depravado. A este, desde la adolescencia, le resultaron gratas las guerras civiles, las matanzas, las rapiñas, las discordias ciudadanas, y en ellas tuvo ocupada su juventud. Su cuerpo era capaz de soportar las privaciones, el frío, el insomnio más allá de lo creíble para cualquiera. Su espíritu era temerario, pérfido, veleidoso, simulador y disimulador de lo que le apetecía, ávido de lo ajeno, despilfarrador de lo propio, fogoso en las pasiones, mucha su elocuencia, su saber menguado”.
También se habían esparcido rumores de hipotéticos sacrificios humanos realizados por Catilina, toda estrategia posible fue empleada para enfrentar la llamada Conjura de Catilina que, claramente, implicó un levantamiento armado el cual a su vez fue aplastado por las fuerzas leales al Senado. Pero lo que se comienza a vislumbrar con meridiana claridad al analizar las luchas sociales en la antigua Roma es lo insostenible que era la situación de los frágiles en dicha sociedad. La espiral de deudas había arrasado las bases de la República. Y si bien es cierto que la muerte de Catilina y de gran parte de los conjurados pareció traer tranquilidad a la situación política romana, ya comenzaba a despuntar un nuevo desafío al Senado dominado por esa aristocracia de financistas y terratenientes: Julio César.
Estas tensiones tan mal resueltas y que eternizaban guerras civiles implicarán la caída definitiva de la República. Implicarán también una resolución desde un poder centralizado al tema de las deudas y la tierra. Claro que las diversas formas de contar la historia muchas veces desdibujan personajes centrales; Julio César fue mucho más que un genio militar o un hábil político. Fue, también, el que intentó continuar el proyecto de los Graco y de Catilina.
Pero la experiencia civilizatoria indeleble que marca Roma encierra otras enseñanzas menos visibles aún. Cicerón no solo fue un brillante orador o un teórico de fuste del arte de la retórica. También fue un avezado observador de la naturaleza humana y de las instituciones. Recuperando un verso de Ennio logra sintetizar la clave de la vida republicana: “La República romana se funda en la moralidad tradicional de sus hombres”. Difícil sostener proyectos políticos sin Virtud.
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