Enrico Caruso nació en 1873, en la antigua ciudad que los griegos llamaron Parténope y refundaron como Neápolis. En esa misma ciudad meridional, falleció el segundo día del mes más cálido y húmedo de 1921.
Alguien podrá objetar que, si estamos hablando de agosto, ¿por qué evocarlo en febrero? Y no dejará de tener algo de razón. Como descargo alegamos que este mismo texto podría publicarse en agosto. El pasado no puede cambiarse. ¿Entonces, por qué esperar? Ya habrá quien se ocupe del tema en su momento. Sobre Caruso hay mucho para escribir.
De familia
En 1897, estando Caruso en el teatro Verdi de Salerno, el director del teatro para sacárselo de encima como rival en una disputa amorosa por una bailarina, le consigue un contrato en el Goldoni de Livorno. Allí comparte escena con la soprano Ada Giachetti, casada y separada del empresario Gino Botti. Seducida por el joven tenor, Ada se va a vivir con él. Ella le enseña a moverse en el escenario y, además, buenos consejos comerciales. Le dará dos hijos: Rodolfo (1898) y Enrico (1904). Caruso entre tanto -hombre de familia- se dedicaba a atender a la hermana de Ada, Rina.
Cuando Ada retornó a Italia para el parto de Enrico, Caruso le compró una villa cercana a Florencia. Aburrida, celosa de su hermana, emocionalmente estafada, Ada decide fugarse con su chofer en el verano de 1908. Caruso derrama una furtiva lágrima sul suo amore infranto y va tras ella por Italia y por Francia. No sabe qué hacer, llega hasta a pedir consejo a Gino Botti. El antiguo marido de Ada le da uno bueno: olvídela. Ada reapareció a principios de 1909. Pero ya no había tiempo para reencuentros, ni siquiera los hijos querían saber nada con ella. Ada se irá a la Argentina tras un nuevo amor.
Enjaulado
El 16 de noviembre de 1906, no se sabe bien qué estaba haciendo Caruso frente a la jaula de los monos en el zoológico del Central Park, pero fue acusado de pinch the backside a una mujer y arrestado por la policía. La dama en cuestión, a quien la prensa definió como una belleza, dijo ser Hanna Graham, domiciliada en el Bronx, y no compareció durante el juicio.
Un oficial de policía declaró en el juicio que tenía un expediente de denuncias de mujeres contra Caruso, por acoso. Los periódicos dieron una amplia cobertura al caso vendiendo miles de ejemplares. Algunos medios cargaron contra los italianos en una evidente muestra de racismo.
Pese a sus alegaciones de inocencia y a la falta de pruebas, Caruso fue condenado a pagar ¡una multa de diez dólares! El cantante afirmó que el incidente había sido provocado por sus enemigos para desacreditarlo. Sus fanáticos no parecieron inmutarse y en su próxima aparición lo recibieron con una estruendosa ovación. El 17 de diciembre, unos pocos días después del juicio, el Metro de Nueva York subió a escena La Bohème con Caruso en el papel de Rodolfo y Marcella Sembrich como Mimì ante el delirio del público. Eran otros tiempos.
El medio El País de Cataluña nos actualiza la situación con el caso de Plácido Domingo. Ocho mujeres cantantes y una bailarina denunciaron que Domingo las había acosado sexualmente treinta años atrás. Del conjunto, solo Patricia Wulf se identificó públicamente. Relató que el tenor se había aproximado a ella y le dijo: «¿Patricia, tienes que irte a casa esta noche? Fue impactante. Fue muy difícil. Él es como Dios en mi profesión». Asegura que sus intenciones eran claras: «quería acostarse conmigo», aunque admite que él no la tocó.
La Mano Negra
Pero los problemas de Caruso no solamente eran cuestiones de faldas. Salía del teatro después de una de esas aplaudidas funciones y como de costumbre lo esperaba una multitud. En ese grupo estaba Giuseppe Joe Petrosino, un policía paesano de Caruso, que había concurrido a la función y aguardaba cerca del coche del divo esperando darle la mano. Observando la hermosa máquina advirtió que el capó había sido forzado. Se acercó al conductor y le gritó que no encendiera el coche. Petrosino era un experto en bombas. Abrió el capó y, por fortuna, para Caruso, el chofer y seguramente para algunos otros, no se había equivocado: había una bomba. Según parece tenía un mecanismo de relojería que la haría explotar ocho minutos después de arrancar el vehículo.
Petrosino pasó a ser el personaje preferido de Caruso, porque no solo desactivó esa bomba, sino que lo ayudó en un intento de extorsión que la Mano Negra intentaba contra el cantante.
La Mano Negra era una organización criminal de inmigrantes meridionales, que se dedicaba a extorsionar no solo a los inmigrantes exitosos, sino en general a sus propios compatriotas. Mandaban toscas cartas con dibujos de puñales ensangrentados y de manos negras amenazando con la muerte a quien no pagara.
Cuando le tocó el turno a Caruso le exigieron dos mil dólares. Alguien debe haber notado que era poco, porque no había pagado aun cuando el monto subió a quince mil. Es entonces, que recurrió a su amigo Petrosino. Usando al tenor como cebo, capturó a los delincuentes. Solo la punta del iceberg.
En 1909, el entonces teniente Petrosino, había sido enviado a Sicilia con la misión de recabar antecedentes de criminales que estaban operando en EE. UU.; mala idea: lo asesinaron la noche del 12 de marzo. Su casa natal en Padula es hoy un museo, el único dedicado a un policía. Cien años después, la policía italiana mientras intervenía una conversación, registró a un mafioso vanagloriándose de que su tío abuelo Paolo Palazotto, había sido el matador de Petrosino. En su momento se lo había apresado, pero salió libre por falta de pruebas.
Bromista
Otra faceta de la personalidad de Caruso era su carácter bromista. En 1913 Caras y caretas (Buenos Aires) -no confundir con su homónima actual- recoge de la prensa estadounidense algunas anécdotas. Cita una representación de La Bohème. Caruso, que hacía el papel de Rodolfo, cantaba con Andrés de Segurola, Adán Didur y Pascual Amato, (suponemos que debe tratarse de alguna de sus presentaciones de 1912: 19 de febrero en el Metro de Nueva York, 12 de marzo en Filadelfia, 12 de noviembre en el Metro).
Caruso había mandado a comprar a un restaurante vecino varias porciones de espagueti y una botella de champán. De modo que la cena de los cuatro amigos en el Café Momus resultó real. Para sorpresa de los cantantes que, además, tenían apetito, se encontraron con comida verdadera, mientras Caruso en voz baja les reclamaba que pagaran su parte. En el cuarto acto en otra escena cómica en que Didur (Schaunard) reta a duelo a Segurola (Colline) con las tenazas de la chimenea a modo de espada, Caruso le susurra que no lo mate, que aún le debe seis dólares y cinco centavos.
La comicidad y la escena se cortan con la entrada de Musetta anunciando la inminente muerte de Mimì.
Pero así es la vida, se pasa de la risa al llanto. Y a este napolitano mujeriego, bromista y fumador contumaz también le tocó aprender, que la gola se va y la fama… es puro cuento.
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