Cuando nació Raúl, Punta Carretas era un barrio mucho más humilde, de callecitas empedradas, muchas quintas, casitas modestas y baldíos enormes llenos de plantas, cañaverales y flores silvestres… Se oían las campanas de la parroquia con total nitidez y el familiar talán – talán de los tranvías 9 y 35. A Raulito, los pibes del barrio lo habían bautizado “El Vitrola” porque desde muy niño cantaba tangos de Gardel. Unos años más tarde su sobrenombre pasó a ser “Ciruja”, mote que a su pesar nunca se pudo sacar de encima.
En la puerta de la villa El Reposo de Don Eduardo Langle y señora, en la calle Riachuelo, su voz de niño invadía los anocheceres de aquellos veranos muy poco después de la gesta de Maracaná…
Siempre estuvo vinculado al almacén y Bar Tabaré, que por entonces poco tenía que ver con el elegante y selecto bar-¬restaurante de hoy, que por fortuna mantiene en líneas generales su antigua estructura. El boliche de aquellos tiempos cumplía la doble misión de almacén y bar. De niño, Raúl hacía los mandados cuando se usaba la libreta y el almacenero le daba de yapa a los gurises unos caramelos. Más tarde, todavía de pantalón corto y entrando en la adolescencia, empezó sus incursiones por el bar, confraternizando con los parroquianos de la época, que en su mayoría era gente sencilla de la zona. Entre ellos estaban Pablo Castro (ayudante del escultor Zorrilla); Landó, que cantaba a la Virgen y a Jesús mientras pintaba la fachada de alguna casa. Estos habitaban un rancho (propiedad de la familia Zorrilla) que previamente había sido una sociedad recreativa llamada siglo XX, en donde por 1924 cantaron Gardel y Razzano.
Junto a Pablo y Landó se acodaban en el mostrador otros entrañables personajes como el Gallego Puentes (que vendía pescado), el Cholito (que era heladero), el Ruso (que hacía alguna changa), Corradi (que había sido tripulante en varios barcos), Angelito (carnicero), Los Priori (antiguos pescadores y fundadores de La Virazón), el Tola y el Chebe Berrutti, Tono Quesada, Washington Oreiro (director del jazz más popular que ha tenido Uruguay) y tantos otros que escapan a la memoria.
Todos escuchaban los cantos de aquel pibe que sólo quería eso: cantar, cantar y cantar. Por supuesto, junto al especial de mortadela o salame, empezaban a llover las primeras grapas, cañas y aquellos vinos de damajuana… Muchos de estos recuerdos están vivos en los tangos compuestos muchos años después, en la década del 90, con su primo hermano, el escritor y poeta Enrique Estrázulas. Algunos de esos temas que aluden a la zona son Memoria de Punta Brava, Bar Tabaré, Milonga del almacén, La Linterna, Farola, Parva Domus.
A partir de los 21 años, el “Ciruja” inició sus largas estadías en el viejo continente; no obstante, en cada vuelta al pago siempre retornó al boliche de sus amores. A partir de 1994, con la nueva reestructuración del Tabaré, son muchas las veces que ha cantado en circunstancias diversas.
Hoy por hoy nuestro artista sigue residiendo como conservador honorario, en los bajos de la que fuera la casa de su abuelo, el escritor Raúl Montero Bustamante, quien no veía con buenos ojos que su nieto fuera al boliche y mucho menos que cantara tangos. Claro, eran otros tiempos…
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