Clyde Tombaugh (1906-1997), descubridor de Plutón en 1930, nació en una granja cercana a la localidad de Streaton, en el Estado de Illinois. Nueve años después de la muerte de Tombaugh, los EE. UU. lanzaron una sonda espacial con destino a Plutón que contiene una partícula de las cenizas del extinto y que pasó a unos 13.000 km del «planeta» para fotografiarlo, a mediados de 2015. En el mismo 2006, en que se lanzó la nave, una organización de científicos reunida en la capital de la República Checa había decidido -a iniciativa de los astrónomos uruguayos Gonzalo Tancredi y Julio Ángel Fernández- quitarle a Plutón el estatus de planeta, pasarlo a «planeta enano» y cambiarle el nombre por el número 134340.
La venganza de 134340
Enseñaba Bartesaghi, allá por los ’60, que las guerras tienen causas remotas y causas accidentales. Hunden sus raíces muy atrás en el tiempo y las activa un catalizador cualquiera, como el pistoletazo de Sarajevo. Lo demás es interpretación de políticos devenidos en historiadores. Cada cuál cuenta las cosas a su manera. «Eso es historia antigua» se dice, con la intención de descalificar algo por manido, como dando por hecho que así sucedió. La «historia reciente», es todavía más sospechosa.
Si los filólogos no terminan de ponerse de acuerdo sobre la pronunciación del latín, si sigue siendo un misterio la muerte de Kennedy, ¿cómo vamos a saber lo que pasó en Plutón? ¿Qué impulsó a los plutonianos a tomar esa terrible decisión? ¿Y por qué nosotros, que somos una infinitesimal partícula del Universo? Y no entremos en eso de preguntarnos si el Universo es inmenso o nosotros muy pequeños. Con 3.4 millones de habitantes no podemos pretender demasiado. Y si le agregamos los 600.000 uruguayos que andan por el mundo tampoco llegamos a multitud. Otra pregunta que salta a la garganta con afilado puñal, es si es lícito condenar a una sociedad por el comportamiento de uno de sus miembros. Es diferente cuando el grupo se solidariza con el individuo estilo «Fuenteovejuna, señor».
De todos modos siempre pagan justos por pecadores. Así, llovió azufre y fuego sobre Hiroshima y sobre Nagasaki.
En un intento por dar la mayor veracidad al relato digamos que los habitantes de Plutón no eran mix de hongo y crustáceo, ni tenían alas, ni se autodenominaban «Mi-go» como propone la escuela de Lovecraft, ni tampoco tenían forma de perro como sugiere el Pluto waltdisneyano. En verdad no tenemos idea de cómo fueran; tal vez pudieran asumir aspecto humano.
En algún momento, por una revolución o un proceso electoral, llegó al gobierno un partido, aparentemente denominado Memento Plautia Papiria (en adelante MPP). Literalmente: recuerda (a) Plautia Papiria. El nombre ha dado lugar a diversas interpretaciones. Algunos lo relacionan con una iniciativa para reconocer la ciudadanía y el derecho al voto a todos los plutonianos de la Galaxia, cualquiera sea el lugar de residencia, y de ahí, la coincidencia con la antigua lex romana así denominada. Otros, que se referiría a una famosa empresaria o feminista o tal vez movie star cuyo nombre recoge la capital de Plutón: Papiriápolis.
Parece ser que este grupo político reivindicaba ciertos postulados: la nacionalización de la banca, la reforma agraria, y agregó, luego de cosas que pasaron, la ruptura de relaciones con Uruguay (cosa rara porque nunca habían existido) y una gran simpatía por el Estado de Illinois.
Pongamos por ejemplo, que la Universidad de Plutón, pasó a denominarse Clyde Tombaugh. Los plutonianos consideran a Tombaugh su amigo, de modo que no les molesta que su ceniza vaya a fotografiarlos. Es más, si pudieran, se sacarían con él más de una selfie.
La vida en Plutón no es demasiado divertida. En orbitar el sol, pasan 248 años. Son largas las noches de invierno. La visita de la sonda norteamericana, aunque un poco lejana, es todo un acontecimiento. Pero, a veces por lo menos, el odio es más fuerte que el amor. No puede decirse que haya empezado en Praga, pero sí que allí tuvo su epifanía. Se discute si la rebaja a «enano» fue casual o premeditada. Lo probado es que ocurrió el mismo 2006 en que se lanzó la nave.
Esta cruel resolución no quedó impune. El senado de Illinois decidió, en rápida reacción patriótica, que Plutón volviera a ser planeta por lo menos para ellos. Las noticias no llegan tan rápido a Plutón como a Illinois, pero la verdad siempre triunfa (aunque sea falsa).
Los plutonianos se enteraron, no sabemos bien cómo (tal vez por Facebook). Cuando el Supremo Plutoniano lo supo, montó en Cólera. Anduvo largas horas por la fría superficie del planeta (ahora enano).
¿Por qué tuve que saberlo?, se preguntaba una y mil veces. ¿Por qué este maldito Yago me clava su puñal? El enano 134340… Y no debería importarme… ¿Quiénes son esos señores para dar y cambiar nombres? Cólera estaba dando muestras de cansancio de modo que regresó al Palacio, con la mirada triste y fría en la que ardía una firme determinación. Señores -dijo a sus ministros, generales y asesores- quiero más información. Probablemente la misma fuente que denunció la infame resolución de Praga trajo los detalles. Las novedades empeoraron las cosas.
¿Tancredi y Fernández? ¿Quiénes son?”
Son uruguayos, SP, -le contestaron.
¿O sea?
Supremo Plutoniano -dijeron, haciendo a la vez, una flexible reverencia.
No, lo primero -replicó el Supremo mirándolos con odio.
Viven en un pequeño país en Sudamérica.
¿Y fueron estos sudacas los que propusieron esa desmesura, ese oprobio? Bien señores, prepárense. El próximo verano atacaremos Uruguay.
Doscientos cuarenta y ocho años más tarde, los plutonianos desembarcaron en el punto geográfico donde estaba situado Montevideo, capital del Uruguay. Era mediados de febrero en esa región del mundo y el carnaval estaba en su apogeo. La nave plutoniana fue aplaudida fervorosamente y, por decisión unánime del jurado, se le adjudicó el premio al mejor carro alegórico.
Preguntaron por Tancredi y por Fernández. No, ellos no sabían si eran parodistas o jugadores de fútbol. Creían que eran científicos. Preguntaron si alguna calle o plaza se llamaba Tancredi o Fernández. Se les contestó que no. Fernández solo no, que estaba Fernández Crespo. Preguntaron si era el Uruguay. Les dijeron que sí.
Acá la crónica se interrumpe. No sabemos si los plutonianos se volvieron a su casa, o se quedaron a destruir el Uruguay. Probablemente se quedaron, porque de algún lado sale esa expresión «es como el carro de Plutón», que hubo que declararlo «fuera de concurso».
TE PUEDE INTERESAR