Cuando se nombra a Maggie, muchas personas del ambiente artístico saben a quién se refiere. Es un ícono, una gran artista, muy querida por todos. Sus rasgos británicos se disimulan en su complexión pequeña. Tiene una gran fuerza y un gran corazón, es muy divertida, elocuente y graciosa con las personas que conoce. Recibió a La mañana en su hogar con mucha historia y con una gran sonrisa, agua fresca, café y ojitos sobre un mantel bordado.
¿Cómo llega el arte a tu vida, viene de familia?
No es por mi familia, o sea, mi madre era ama de casa y hacía manualidades, pintura en cera, pintaba fotos en blanco y negro –características de aquella época–. Tenía unas pinturas, que no sé de dónde las había traído, que eran como papeles de colores de los cuales cortaba un pedacito para colorear las fotografías, eran como la acuarela, eran especiales para hacer ese tipo de trabajo. También hacía pintura en tela –en seda natural, esa seda divina– pintaba pañuelos, les hacía flores, pero era una cosa casera, nunca fue, digamos, artista. Era algo que hacía como hobby, metida en la casa. Mi papá era bancario y sabía dibujar mucho. Yo empecé con el arte, pero la verdad es que no sé de dónde salió [risas]. De chiquita, siempre dibujaba, hacía mamarrachos, después mis padres me empezaron a comprar cosas para que pudiera seguir. Y así, seguí siempre en eso.
He leído que pintabas sobre las paredes.
Sí, claro [risas] de chiquita pintaba lo que fuera, hasta que me indicaron que no se pintaban las paredes [risas]. Cuando fui más grande dibujaba estatuillas, como esa blanca, que era de mi padre [señala una escultura mediana tirando a pequeña de una niña –cabeza y torso– en mármol blanco], practicaba imitando la figura en papel carbonilla y también hacía retratos a personas, tú ahí sentada y yo dibujando.
Luego empecé a ir a El Molino, que quedaba por la Conaprole en Carrasco, el profesor se llamaba Manuel Deliotti y después fui al Círculo de Bellas Artes e hice Historia del Arte con distintos profesores que estaban allí, Clarel Neme, Amalia Nieto. Luego vino Ribeiro, en ese momento ya me había ido, gané un premio de adquisición con una naturaleza muerta que hice ahí mismo –era una caldera de cobre–. Con eso me presenté al Salón Nacional de ese año, era la primera vez que exponía para la vista de la gente, fue como una sorpresa y ahí seguí mas empoderada, como decís vos [risas]. Estuve un mes con Rimer Cardillo, que tenía un taller de grabado arriba del Círculo, pero después se fue a Nueva York. Me servían todos los conocimientos, igual no hubiera seguido, no era lo mío, me ocupaba mucho lugar y yo quería ser artista plástica.
Terminaste el liceo, ¿y después?
Fui a The British Schools y cuando terminé el liceo, hice ahí mismo la carrera de Profesorado de Inglés. Daba clases de inglés, desde las 8:30 a las 20:00 de la noche, estaba ennoviada con Roberto y en el Colegio Santa Rita seguí con clases de conversación. Además, tenía que estudiar muchísimo porque tuve de alumno a un cónsul y su familia y me hacía muchas preguntas sobre el Uruguay. Cuando empecé a tener hijos –un varón y dos nenas– me dediqué a la familia, mis suegros eran muy mayores, mi madre ya había muerto, mi padre se había casado con otra persona y yo no tenía a quien dejarle los chicos. Vivíamos cerca del Miramar, los niños iban al colegio y volvían a las 17:00 horas, yo me iba de casa a las 13:00 y volvía a las 16:50 horas para recibirlos cuando los traía el ómnibus. Roberto se llevaba el auto y yo hacía mis compras en bicicleta, iba hasta Manzanares en la calle Arocena [risas]. El transporte público en aquella época era más escaso y menos frecuente. En ese período no me daba el tiempo para hacer arte, pintaba y dibujaba cositas en casa. Pasó un pequeño período.
Un día, por la radio escuché a Hugo Longa, que tenía un programa. Lo que decía me encantaba, tenía un humor estupendo y además hablaba y sabía de arte, entonces dije: “Voy a ir a acá”. No lo conocía, pero en la radio decían la dirección y un día fui, toqué el timbre y Hugo apareció allí. Yo había llevado una carpetita, él la miró y me dijo: “Vení, nomás”. Me dijo que sí enseguida, entonces ya empecé a ir y fue el destape total con Longa, me decía una palabrita, “blanco”, una cosita, y ya con eso me daba cuenta de lo que era. Nos dejaba desarrollarnos como éramos.
El taller de Hugo Longa era una casa típica del siglo XIX, con mucho verde, fuera de lo “convencional”.
¡Sí! Al subir la escalera había como una selva, era una casa antigua con un patio, con una claraboya, tenía un gato y tuvo dos loros. Hugo era terriblemente asmático, empezó a hacerse los disparos con inhaladores para el asma y un día los sobrinos lo encontraron tirado en el piso y lo llevaron hospital. Ese día tenía que ir a clase, toqué el timbre y me dijeron que estaba internado. Entonces fui al hospital. Hugo estaba en emergencia con una mantita, sentado en una silla de ruedas y le dije: “Hugo, ¿por qué? ¿Qué pasó?”. “No, no te preocupes, mañana tenés que ir porque yo mañana estoy en clase”, me daba la mano, y yo le pregunté: “¿No querés que me quede?”. “No, porque ya me voy a ir”. Fue una cosa rápida, me alegra haber ido al hospital para verlo y de cierta forma despedirlo, porque no pensé que se fuera a morir. Fue muy triste.
Todos éramos compañeros, estábamos Álvaro Pemper, Gabriel Balla, Marcelo Sniadower, Teresa Puppo, Fernando López Lage, María Clara y Mito, que iban a otra hora, los conocí después. Daniel Benoit y Virginia Patrone –iban pero no eran alumnos–, Eduardo Cardozo, Olga Swirsky, Serrana García. Después de allí nos reunimos en mi taller en la calle Cerrito poco tiempo y en seguida empezamos a ir a lo de López, que vivía en la calle Alzáibar y con el continué toda la vida.
Más adelante se fueron a una casa en la calle Pablo de María, que llamaron “El Pozo Verde”, luego se mudaron a una casona en la calle Paullier, donde nació la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC), colectivo de artistas.
Exacto, ahí estaba Carolina Sobrino, Patricia, Vignolo –tenía vinculación pero no iba a pintar–. Se sumaron Martín, Dani Umpi y muchos más artistas. Volvimos a la casa de Hugo Longa –alquilada por sus sobrinos– y posteriormente nos fuimos para una casa esquina en Juan Carlos Gómez, en la Ciudad Vieja. Todos teníamos piezas grandes, eran tres pisos y Sebastián Sáez estaba al lado de la enorme azotea. A continuación, nos mudamos a lo de Riki Musso en el centro, donde compartí taller con Agustín Sabella –somos muy compañeros–. Actualmente la FAC se ubica en la calle Sarmiento.
¿Y ahora dónde se ubica tu taller?
Yo estuve bastante en Sarmiento, pero compartía una pieza relativamente pequeña con dos personas, Pity Mascaró y un fotógrafo. Ellos iban en distintos momentos, por eso yo podía trabajar, pero después tenía que guardar todo de vuelta y no podía tener obra por un tema de espacio –yo extiendo todo en el piso para elegir, pisoteo, salto–. Empecé a buscar un lugar y con gran pena me tuve que ir porque teníamos un gran feeling con todos mis colegas. Me fui para lo de Federico Arnaud, en la calle Miguelete y Justicia, cerca del Espacio de Arte Contemporáneo (EAC). Me encantó también porque estaba Pablo Conde, un encanto los dos, pero el lugar era chico para mí. Ahora mi taller es en el centro, siempre está cubierto de obra, muy desarreglado, aunque justo ahora no porque la obra está en el museo [risas].
Hiciste un montón de técnicas, pintura, escultura, grabado en aluminio.
Sí, el grabado en aluminio es como bajo relieve, no es una escultura en el espacio, esas son cosas más artesanales. Me gustaba hacerlo, pero después dejé.
¿Dejaste de pintar por un inconveniente causado por la inhalación de pintura?
Sí, me intoxiqué, se irritaron todas mis vías respiratorias. Entonces, cualquier microbio que me agarraba me provocaba una neumonía u otra cosa, yo qué sé, me enfermaba muchísimo. Hace un tiempo empecé nuevamente con la pintura, la incorporo en el textil de mis obras.
¿Qué otro tipo de materiales utilizás en tus obras de arte?
Utilizo objetos que me interesan en mis obras, los encuentro en la calle o me los donan colegas o amigos. Los materiales con que trabajo los modifico, los resignifico, dejan de ser los originales. Eso es lo lindo y el proceso es largo, porque al tener un objeto determinado y tener la idea, adapto ese objeto a esa idea. Es difícil y es un riesgo, porque tengo la idea general nada más. El proceso y la elaboración van surgiendo, se va multiplicando y tiene ramificaciones. Es interesantísimo, sé cómo empieza, pero nunca sé cómo va a terminar.
Contanos de algunas de tus exposiciones.
Hasta que duela fue expuesta en el Cabildo, en 2001. Es sobre la cirugía plástica. La trabajé con geles transparentes que simulaban estar dentro de una jaula. Coloqué una mesa como de laboratorio transparente y esos geles, también transparentes, estaban iluminados en la oscuridad. Formando parte de la instalación, coloqué un video de una ballena y su sonido, este mamífero es un ser tan grácil y bellísimo dentro del agua tal como es, pero si lo sacás del agua es un mastodonte. Hice una comparación: cada ser tiene su propia belleza.
Los geles fue un invento porque nunca había usado ese material y luego lo utilicé para muchas cosas. Lo usé para una muestra colectiva en la Alianza Francesa, en 2010, que se llamó Ancestros y puse unos dibujos que había hecho en Escocia, cuando íbamos porque mi padre era escocés. Los mandé a hacer transparentes también –como el gel–, con láminas fotográficas. Los coloqué en el gel, hice todo un proceso que me quedó muy lindo, muy fantástico. Esas eran ideas interesantes que se me ocurrían y las desarrollaba a parte de la otra, la textil.
Recuerdo ir a tu intervención en el ascensor del Centro Cultural de España (CCE).
Lo intervine en el año 2008, la condición que me puso la persona encargada del elevador, para su correcto funcionamiento, fue que mi obra debía pesar menos de 10 kilos y tenía que adaptarla para que todo el mecanismo marchara. Roberto me hizo la estructura transparente para el techo, para no obstruir el pasaje de la luz y yo le coloqué telas y bordados transparentes para permitir igualmente su paso, Los botones los cubrí con tapiz para que pudieran ser utilizados y cumplieran su función. Tuve que idear para que los requisitos se cumplieran. La obra la hice con telas verdes que me trajo mi hija Yanina de África, me impresionaron mucho sus cuentos sobre las mujeres que usan los vestidos, que se llaman kanga, y así llamé a la obra.
Tiempo de escuchar se exhibe en el Museo de Artes Visuales (MNAV) hasta el 30 de marzo en la Sala 1, se compone por muchísimas piezas, ¿dónde la armaste?
Armé la instalación en el lugar, en el MNAV. Conociendo el lugar que tenía y la estética del espacio, fui ideando lo que iba a hacer. Llevé todo desarmado, porque son piezas distintas, sueltas. Las fuimos montando allí, por supuesto con Lucía Silva –la montajista, un encanto–, y con Patricia Bentancur –la curadora, una genia–. Todo el proceso de armado lo hice allí. En general lo hago así porque no puedo llevar esos volúmenes tan grandes, tengo que llevarlos desarmados.
Expresás mucho en tus obras de lo que está sucediendo alrededor de todos nosotros, en el mundo y en la sociedad.
Por supuesto, esas cosas que son un poco incongruentes y faltas de criterio, la insensatez de la gente, de ciertas personas, la inteligencia digitada para un solo lado. Cada vez más somos insensibles al otro, no nos importa el otro, ni siquiera nos damos cuenta de lo que está pasando, nadie se fija. Es angustiante, en realidad, lo que está pasando. La obra Zona de riesgo, que formó parte de la muestra colectiva Delitos de arte, que expuse en el EAC, 2020, es sobre el bien y el mal. El bien está abajo, en el infierno, y arriba está el mal, o sea [risas] nos está invadiendo el mal. Me interesan todos esos temas.
¿Vivís del arte?
No, en realidad no vivo del arte. Hay gente que me ha comprado, coleccionistas que me compran, pero es esporádico, no puedo depender de eso para mis gastos mensuales.
¿Hay algo que quieras compartir, un proyecto, algo que tengas en mente?
El proyecto que tengo es una nueva instalación que va a ser sobre el alter ego, pero es muy difícil plasmarlo en algo tangible, si bien es lo que más me gusta, la parte difícil. El tema puede llegar a cambiar, eso me interesa ahora. Para mí, el alter ego es como tu yo interior, nuestro yo, mostrado desde adentro, lo que uno es en realidad por dentro y que no “sale”, ni siquiera uno mismo lo puede aprender. Hay que intentar entenderlo, sacarlo para afuera y ver cómo es. La idea es como una nebulosa, se va desarrollando sola sin pensar, lo voy planeando. Ahora estoy aquí contigo, de repente estoy en otro lado, y de repente plin. Lo tengo en mi cabeza y también lo escribo para no olvidarlo, pero no mucho, cositas como puntos de recuerdo. No sé si va a ser realizable, porque es tan difícil, tengo que encontrar la forma, todo ese dilema que tengo es lo que me gusta, resolverlo y el riesgo que implica poder llegar a realizar una obra para que sirva en el arte [risas].
Hay un montón de obras de tu autoría en la Colección Engelman-Ost.
Sí, hay muchas. Está la del EAC, Lo que queda, es una obra lindísima, está en un costado, luego del otro costado hay partes de diferentes muestras, Belleza compulsiva, Pliegues, los maniquíes –casi todos forman parte de la colección– los cascos, una gran cortina grande de cuatro metros, ambos los expuse en el Subte. Muchos tapices, hay toda una pared forrada de esos tapices. Eso no era una obra, era una elaboración que estaba haciendo para una obra, pero me quedé sin más: cada obra me cuesta muchísimo, no es nada fácil.
Una trayectoria fecunda
Margaret Whyte nació en 1940, en Montevideo, donde reside y trabaja. Integra desde sus inicios la Fundación de Arte Contemporáneo (FAC). Recibió numerosos premios y distinciones, entre los que se destacan el Premio Figari a la trayectoria 2014; el 59º Premio Nacional de Artes Visuales 2021, que llevó su nombre; “Mujer del año” (rubro artista plástica) tres veces, 2022/2023, 2014/2015, 2007/2008; 39º Premio Adquisición Salón Nacional de Artes Plásticas y Visuales 1975.
Incursionó en distintos lenguajes y nuevos soportes en pintura, instalaciones, intervenciones, textiles, etcétera. Realizó varias exposiciones individuales e innumerables muestras colectivas y bienales, en Uruguay y en el extranjero.
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