El de 1897 fue un año complejo para Zorrilla de San Martín, que desde 1889 estaba casado con Concepción Blanco Sienra, hermana de quien fuera su primer esposa fallecida en 1887. El 4 de mayo, se produjo el incendio del Bazar de la Charité del que se salvaron la esposa y la hija mayor de don Juan, porque esa noche, no les tocaba integrar uno de los kioscos con cuya atención colaboraban.
En agosto había nacido Alfonso María, el sexto hijo de la pareja, niño con graves problemas de salud. El 25 de ese mes, Idiarte Borda es asesinado. Zorrilla de San Martín, cumple la penosa y protocolar tarea de recibir las condolencias de los gobiernos europeos, y trasmitirlas junto con su pésame al gobierno uruguayo, o sea a Cuestas, quien había asumido como presidente interino.
Cesado
1898 fue peor. Cuestas había resuelto el problema sucesorio dando un golpe de estado. Zorrilla, se pasea inquieto en su despacho parisino de la Rue de Lūbeck 30 esquina Longchamp. Ha recibido un telegrama cesándolo.
Ni siquiera un acto formal. Unas pocas palabras en un trozo de papel. No lo entiende. Se pregunta qué hizo mal. La mezquindad le es tan ajena a su carácter que no encuentra explicación.
Trata de pensar cuál puede ser la motivación. Le llegan noticias de sus amigos en Montevideo. Piensa. Para colmo de males su pequeño hijo había sido intervenido quirúrgicamente el 17 de febrero de 1898, una semana después del golpe de Estado.
Un reportaje
El 16 de abril escribe a su amigo Hipólito Gallinal « […] me dicen que ahí [en Uruguay] han hecho un proceso moral contra mí, a causa de un desatinado reportaje de un diario callejero de París en el que no tuve arte ni parte, que no solo no autoricé, pero que ni siquiera consideré digno de rectificación, hubiera sido ridículo».
Si el Poeta se refiere a la nota del diario La Justice dirigido por Georges Clemenceau, -cuya digitalización agradecemos a la Bibliothèque Nationale de France-, veamos.
La imagen que se generó sobre Idiarte Borda, y que en suma, terminó con su asesinato era la de un tirano deshonesto, odiado por todo el mundo.
¿Qué dice, o le hacen decir, a Zorrilla, en ese «desatinado reportaje» no autorizado e indigno de rectificación? Que Idiarte Borda:
No tenía enemigos personales.
Su administración [fue] «relativamente» [SIC] honesta.
No ha perseguido personas y su muerte debe ser atribuida a la exacerbación de sus enemigos políticos. ¿Dónde quedaba el monstruo descripto por sus adversarios? Aun admitiendo el entrecomillado en «relativamente».
La respuesta equivocada
De todos modos, no parece ser esto lo que molestó a Cuestas. Casi al final de la nota, el periodista pregunta -así aparece en el armado del artículo-, «¿qué pasará ahora?». Muerto el rey, ¿quién será rey?
Zorrilla habría contestado que evaluando la situación actual: «c’est, M. Herrera y Obes, ancien president de la république […] qui a une majorité considérable. C’est très probablement lui qui sera élu». Probablemente sea él quien será electo…
Mientras Cuestas se topa contra la Asamblea, que no lo quiere, y maniobra para torcer el brazo de esa tozuda mayoría, Zorrilla desde Europa, prefiere a Julio Herrera. Como en el cuento infantil, el espejo contesta Blancanieves.
Respuesta equivocada. La reina ordena que le traigan su corazón.
En verdad, lo que supuestamente dijo Zorrilla, era la exacta realidad. El «colectivismo», grupo que hasta la muerte de Idiarte Borda contaba con la destacada participación de Cuestas, estaba liderado por Julio Herrera y Obes -la M. no es de Miguel sino de monsieur- . Y si en algo coincidían Cuestas y Batlle era en su antipatía hacia Julio Herrera y Obes.
Además, don Juan Lindolfo ya estaba acostumbrado a echar a Zorrilla de San Martín. Recordemos que siendo ministro de Santos, lo había expulsado de su cátedra en la Universidad y luego lo mandó meter preso. El poeta se asiló en la embajada de Brasil y de ahí salió para Buenos Aires a apoyar la llamada revolución del Quebracho.
Por último, Cuestas precisaba espacio en el Servicio Exterior. Debe haber sido un placer empezar a hacerlo con un «ultramontano». No se entiende a qué se refiere Zorrilla, cuando hablando de sus relaciones con Cuestas, las define como «corteses y aun afectuosas». Sobre todo, cuando era la segunda vez que lo echaba…
Volver
Zorrilla tendrá que cerrar su actuación diplomática y volver. No había recibido «un solo centavo para el regreso». Los gastos se pagaron, dice su hija Cochonita en Momentos familiares, «[…] vendiendo alhajas y el piano de mamá […] una época de terrible escasez material se sintió en el hogar».
La única entrada eran los sesenta pesos mensuales como director de El Bien Público y una pequeña renta de un campo. Curtido de males, bandeado de apremios como el personaje del tango, sin embargo no pierde la fe.
Pasaron seis años, y en 1904 estando Zorrilla decidido a mudarse a Buenos Aires, su cuñado intercede ante el presidente Batlle y Ordóñez «enemigo ideológico del poeta [pero] amigo personal». Cochonita repite o imagina el siguiente diálogo:
Batlle: ¿Qué puestos hay vacantes en la actualidad?
Secretario: Tales y cuales
Batlle: Aquí está, este es especial para el Dr. Zorrilla.
«Delegado del Gobierno ante el Banco de la República con trescientos pesos de sueldo […] que ocupó hasta su muerte».
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