Asumir que la música y la danza están íntimamente relacionadas no es ningún error, pero a veces el sentido de la importancia de esos fenómenos es lo que tendemos a dar por asumido sin mucha justificación. En occidente al menos, siempre ponemos a la danza como un arte “complementario” de la música, diciendo así que la semilla de la danza es la música y que sin esta última no puede existir.
La hipótesis es más crítica de lo que parece una vez que aislamos los fenómenos. Todos hemos escuchado música sin ver danza y sin bailar a su compás, pero ha sido principalmente la era moderna de la danza la que se ha ocupado de hacer el cisma opuesto, aislar la danza de la música. Este ejercicio no es en vano si realmente nos planteamos en ver cuál es la relación entre ambas y no simplemente buscar que vino antes y que fue después, pregunta que por sí sola es imposible de contestar y que por más que se resuelva no tiene demasiada relevancia.
La música primitiva en el Uruguay
Un detalle perdido sobre este país es precisamente la música de algunos de sus grupos originarios. Curt Sachs, en su “Historia universal de la danza”, dice: “Solo con reservas debemos aceptar versiones relativas a los ‘pueblos que no danzan’. De acuerdo con las fuentes originales de información, los indios charrúas uruguayos y los guaraníes brasileños no poseen danzas de conjunto. No obstante, se sabe hoy en día que los guaraníes al menos ejecutaban danzas acompasadas, acompañándose con tambores fabricados con corteza de calabazas, bailes estos que no parecen ser de reciente adopción”.
Y la realidad es que nuestro conocimiento sobre las danzas y músicas originarias son un misterio. Don Félix de Azara escribe en sus “Viajes por la América meridional” del siglo XVIII que los charrúas “no conocen ni juegos, ni bailes, ni canciones, ni instrumentos de música, ni sociedades o conversaciones ociosas”; cosa que no se sabe si se contradice con las coplas del clérigo “de armas tomar”, Martín del Barco Centenera, que en referencia a una batalla en una expedición a nuestras tierras en 1573:
“El çapicano exercito venía
Con trompas y bozinas resonando
Al sol de la poluadera oscurecía,
La tierra del tropel está temblando” (Canto IX, estrofa 18)
Y en 1574:
“Doze cauallos solos se ensillaron
El Capitan con once compañeros
Que muchas de las sillas se mojaron,
Salieron veynte y dos arcabuzeros:
Los barbaros a vista se llegaron
Con orden y aparato de guerreros,
Con trompas, y bozinas, y atambores
Hundiendo todo el campo y rededores” (Canto XIV, estrofa 4)
¿Nos encontramos ante una licencia literaria, solo para embellecer las coplas, o un detalle histórico? Al final la única referencia irrefutable de esta cultura murió en Francia con el arco de Tacuabé, tipo de instrumento muy común en América, pero hasta ahí llega la historia.
Tomamos este desvío para poder poner en evidencia algunas cosas. Las palabras de los cronistas pueden ser muchas veces versiones muy alejadas de la realidad. La música y la danza comparten de forma muy íntima su poca resistencia al tiempo (pocos pueblos han escrito o pautado de forma no oral su música o danza, siendo así tan perenne como su propia ejecución. La música es muchas veces una construcción que un pueblo no considera un arte sino un rito; como vemos en las citas anteriores, algo en lo que no se contradicen es que, si tenían “música”, tenían una función diferente al esparcimiento, en este caso, el de arengar a sus tropas o asustar a las del enemigo mediante estos ritos. Lo que también me resulta importante es que perdimos totalmente la noción de qué tocaban y danzaban los charrúas y con qué propósito, esto a pesar de que hasta hoy en día haya gente que hable de la existencia de cosas tales como la “música charrúa” y que la ejecute.
Orquesografía
Este término, acuñado en 1589 por Thoinot Arbeau, se refiere al método que él teorizó para poder “escribir” la danza. Como muchos escritos pedagógicos de esa época, está escrito como un diálogo entre un estudiante (Capriol) y el maestro (Arbeau). Esta es la primera evidencia cierta y precisa sobre la ejecución de ciertas danzas cortesanas que entre otras cosas darían paso al ballet. El mayor avance en este campo es el de Laban con su método “labanotación”, que es mucho más completa y que en su complejidad y detalle se vuelve una ciencia casi incomprensible y muy poco usada en la danza. Además, está patentada, por lo que su reproducción es básicamente ilegal en varios casos.
La danza se sigue transmitiendo a través de una suerte de tradición oral hasta nuestros días, a pesar del intento basado en partituras de Arbeau y la de Laban que buscaba darle cierta “independencia” a la danza del lenguaje musical con un estilo propio y que tiene en cuenta el espacio y la totalidad de los movimientos.
Estos intentos, a pesar de haber fracasado en la práctica, nos abren muchas puertas para la comprensión y conservación de la danza.
Ouroboros: un estudio sobre la generación de la música y la danza
Hace casi un año se grabó la primera versión del trabajo de tesis de maestría del Prof. Alejandro Barbot. La obra “Ouroboros” se basa en un largo proceso de retroalimentación entre la danza y la música, en el que se busca transformar repetidas veces una danza en una música, para que de vuelta inspire una danza y así, en un proceso que teóricamente podría extenderse hasta el infinito. De ahí sale el nombre de este punto del proceso, la imagen de la serpiente que se come la cola, representación del infinito, y que también puede ser el símbolo de la retroalimentación de estos dos artes. La semilla de esta obra es una danza hecha en silencio por la bailarina Valentina Diaz, que después se convirtió en una obra para guitarra sola llamada “Capa y espada”. A su vez, después fue bailada por otros cuatro bailarines y esto inspiró a un grupo de músicos a crear la siguiente pieza: “Virtual reasons” que fue bailada otra vez por Valentina Díaz para crear en base a ella la obra “Ouroboros”, una danza que pasó por varios ciclos pero que en el fondo tiene la misma “energía” según Barbot, que la primera. El proceso de ejecutar esta obra es de una dificultad interesante, pues obliga al intérprete a ser dirigido completamente por la danza, posición que para la mayoría es a la inversa de lo tradicional de nuestra danza.
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