De Gaulle y Churchill. Francois Kersaudy. EDITORIAL ATENEO. 573 págs. 2004.
Ambos comprendieron como pocos el peligro del totalitarismo; ambos captaron cuán inermes estaban sus naciones; ambos lideraron cuando el derrotismo campeaba. Pero sus caracteres y sus destinos fueron extremadamente disímiles.
El lord británico se sentía a las anchas en el campo de batalla, el general francés construyó una ardua vía hacia la paz duradera con el tradicional contrincante de su patria, Alemania. Reconstruyó el honor nacional superando la descolonización y logró mantener una imposible distancia de las superpotencias. Pero quizás sea en la opinión de sus compatriotas donde la diferencia sea más abismal: Churchill era el león imbatible en la adversidad de una conflagración, pero en la posguerra un brillante escritor e historiador en su residencia; De Gaulle, el constructor de un milagro económico producto de una economía dirigida con pulso firme por el cual Francia conoció tres largas décadas de crecimiento económico, y la persona que los franceses buscaban una y otra vez cuando la nación lo necesitaba.
Winston Churchill, adalid del Imperio británico, era un ferviente francófilo. Su emoción ante la épica francesa se había visto reforzada durante su actuación en la Primera Guerra Mundial, durante la cual solicitó licencia en su puesto en el almirantazgo para luchar directamente en suelo francés. La Francia de entreguerras encontró en Churchill un defensor tan vigoroso como elocuente. Su sentido innato de la equidad le dio la convicción de que Francia, “pobre, mutilada y debilitada”, tenía pleno derecho a una seguridad por la que había sacrificado cerca de dos millones de sus hijos. Ahora bien, Gran Bretaña y Estados Unidos la habían abandonado después del Tratado de Versalles.
Charles de Gaulle, el joven y heroico oficial que descollaba por su pensamiento estratégico (en La France et son armée había avizorado desde la importancia clave de los blindados hasta la necesidad urgente de un ejército profesional), era básicamente escéptico frente a las bondades británicas: “Su padre, Henri de Gaulle, no era un anglófilo y para él, como para muchos de sus contemporáneos, la expresión ‘pérfida Albión’ tenía un sentido muy claro. ‘¿Pérfida? –acostumbraba decir-, el adjetivo me parece apenas suficiente’”. Charles de Gaulle, que le debió a su padre la mayor parte de su educación, no podía dejar de estar influido por esta actitud, y el hecho de que una de sus abuelas fuera irlandesa no ayudó mucho.
Una lectura recomendable.
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