El período de Cuestas llegaba a su fin. Hubiera deseado designar a su sucesor, pero no tenía, como es habitual en el poder que declina, la fuerza ni el apoyo para imponer su voluntad. Sus cada vez más escasos partidarios estaban preocupados por sus propios destinos, sus numerosos enemigos afilaban las garras y los postulantes a ocupar su sitio estaban ocupados en sus cálculos y maquinaciones. Intentó -sin éxito- propulsar a su amigo MacEachen, mientras obtenía la autorización parlamentaria para ausentarse del País ni bien culminado su mandato.
Ahora Batlle
Es el tiempo de Batlle. El 1° de marzo de 1903, marcha hacia la casa de gobierno, donde el mandatario saliente lo esperaba para hacerle entrega de las insignias del mando. «Don Juan Lindolfo tenía que resignarse y ocultar, si es que la sentía, la contrariedad que el caso pudo ocasionarle», comenta el agudo e informado periodista de Caras y caretas. La guardia militar está formada para rendir los honores protocolares. No es casual que el sargento mayor Alberto Cuestas esté a cargo.
«Os entrego, señor presidente, el país floreciente y rico, consolidadas y arregladas las finanzas, el orden administrativo y el crédito público, regularizados los gastos y reinante la paz», dice Cuestas elogiando su propia gestión.
La paz duraría poco.
Cuestas se va
Un domingo por la mañana, Cuestas sale del hotel donde estaba alojado y se dirige flanqueado por su hijo Alberto y por el general Callorda, hacia el puerto. En otro coche va su familia, su esposa, sus hijas Ángela y Cecilia, su nieto. Es un breve viaje hasta el muelle. Allí lo aguardan algunos amigos, autoridades diplomáticas… Caras y caretas registra: «algunos centenares de personas». El acto se desarrolla en silencio mientras Cuestas se traslada penosamente al vapor Lavalleja. Apenas puede caminar, menos aun subir por sus propios medios a la nave. Dicen que mientras el Lavalleja se alejaba del muelle, se escucharon vivas, y que Cuestas correspondía agitando su sombrero. Algunos amigos lo acompañan hasta el Atlantiqueque lo llevará a Europa.
Tendrá que ser izado para acceder al barco. Desde la cubierta habrá sentido lo que Florencio Varela en 1843: «el corazón se oprime y se anuda la garganta, cuando se ve desde la nave, ir desapareciendo poco a poco la tierra primero, los árboles después, confundiéndose gradualmente con el agua, como lagos y paisajes, hasta que las torres suspendidas en el aire, desaparecen por fin: y un horizonte uniforme y monótono reemplaza todos los objetos».
En París
A fines de marzo está en Burdeos y después de descansar algunos días marchará a París. Se instalará en un apartamento en el 57 de la Av. Marceau, en el exclusivo XVI Distrito, la zona más lujosa y cara de la capital francesa.
Allí fallecerá, como consecuencia de una afección cardíaca, secuela de un accidente vascular encefálico. Es un miércoles 21 de junio de 1905. Comenzaba el verano europeo.
El medio español La Época recoge un módico: «Ha muerto el expresidente del Uruguay Sr. Cuestas», única mención que encontramos en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España.
Caras y caretas (Buenos Aires) 01/07/1905 lo describe como un hombre «Sin gran talento, pero dueño de una férrea voluntad. […] supo imponerse a la consideración de sus conciudadanos que […] vieron siempre en él un hombre de buenas intenciones. Es este sin duda, el mejor elogio que puede formularse ante su tumba».
La Revue diplomatique es laudatoria. «Se trata de una de las más eminentes figuras sudamericanas la que acaba de desaparecer». Y agrega: «Las honras fúnebres del Sr. J. L. Cuestas se han celebrado con gran pompa, ayer en la iglesia St. Pierre de Chaillol, en medio de una afluencia considerable y simpática».
También señala que la última vez que habló en público fue en la inauguración de las obras del puerto, adjudicadas a una empresa francesa, el 18 de Julio de 1901.
Luis E. Azarola Gil, diplomático acreditado ante el gobierno francés, no recuerda en sus Memorias si esos homenajes fueron «en razón de su antigua investidura o por el hecho de que el difunto poseía la gran cruz de la Legión de Honor».
El 6 de marzo de 1902, el gobierno francés le había conferido la Legión de Honor en el grado de gran oficial. Los honores militares fueron declinados por sus familiares, según los registros de la Grande Chancellerie de la Légion d’Honneur.
Por otro lado, la nota de La Revue,se ocupa de destacar que el extinto era padre de Juan, ministro uruguayo en Roma y de Carmen, esposa de Carlos Nery, cónsul general en Londres.
Como si nada
Al finalizar la ceremonia, el cuerpo fue depositado provisoriamente en una bóveda aguardando su traslado a Montevideo. El traslado tendrá que esperar hasta fines de 1905. Llegados sus restos a Montevideo, son inhumados sin honores fúnebres, ante una nutrida concurrencia.
El Día, se ocupa en explicar a sus lectores, que el presidente Batlle, advirtiendo que la opinión de los legisladores colorados estaba dividida, quiso evitar el conflicto que podía surgir, adoptándose entonces la prudente medida del sepelio silencioso.
Eduardo Acevedo, quien no intenta explicar, sino cautamente señalar, dice que Cuestas «fue enterrado como si nada hubiera hecho».
El dictamen de Acevedo -exconsejero de estado durante la dictadura de Cuestas- es contundente: «El país le debía honores por el alto cargo que había desempeñado y sobre todo y ante todo por el vigoroso cambio de orientación política y financiera realizado por él a raíz de la muerte del señor Idiarte Borda, cambio extraordinariamente fecundo, que constituye el punto de arranque de todos nuestros progresos públicos a partir de 1897».
Los juicios de los contemporáneos suelen estar teñidos de subjetivismo. Pero aunque es verdad conocida influyen en las valoraciones futuras. Estamos lejos de ese «laboratorio de investigación paciente y objetiva» de que habla Rodó. Y la historia sigue siendo un arsenal donde nutrir «las escaramuzas del presente».
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