De mi pasaje por Enseñanza Secundaria durante el siglo pasado recuerdo una experiencia que me hizo ver que hay que empezar por el principio. Parece perogrullada. ¿Por dónde empezar si no? Los ejemplos clarifican (algunos, por lo menos). El programa de estudios de primer año indicaba tratar la Cruzada Libertadora. Se me ocurrió preguntar a los alumnos, quienes ya habían oído hablar sobre el tema, por qué se aplicaba el nombre de «cruzada» a ese episodio. En medio de un ya largo silencio grupal, veo con alivio alzarse una manecita. La respuesta fue textualmente una pregunta: «¿Porque cruzaron el río?». Lo mismo sucedió con «el voto que el alma pronuncia». Nadie sabía que ese voto no tenía relación con las elecciones de los partidos políticos, ni con el cuarto «oscuro». Ni que quiere decir «en la lid clamaremos». Y eso, año tras año.
No es de extrañar entonces que las fechas patrias no laborables signifiquen para la mayoría de la gente un día de asueto o de jornal mejor retribuido. O, en el peor de los casos, una ocasión para que una decuria de energúmenos amateurs o rentados se dedique a apostrofar al presidente de la República.
Hay descubrimientos que son personales. De nada vale que a alguien se le repita que el secreto del éxito está en el esfuerzo y el estudio. Es uno mismo el que tiene que «descubrir» esa verdad que hasta entones se le presentaba cubierta a su intelecto. Y luego obrar en consecuencia. De modo que invertí tiempo en explicar la letra, partiendo de la base, de que es bueno saber qué dice uno cuando está cantando el Himno Nacional.
El sentimiento de patria, esa voz que pide gloria, como dice Zorrilla debe ser estimulado. Eso pensaba don Luis Revuelta (según la página de autores.uy: «Escritura, No ficción, Periodismo» sin más datos) cuando en 1888 dio a conocer al público en general un folleto titulado La gloriosa cruzada de los Treinta y Tres Patriotas orientales. Publicado en la Imprenta a vapor de El Ferro Carril, calle Uruguay núm. 26 se proponía, según el autor, «hacer obra de patriotismo en momentos en que el país le rinde culto a esa virtud».
El folleto, según Revuelta, ya había sido publicado en 1878 para rectificar algunos errores y omisiones advertidas por él en un trabajo de autoría de Antonio Díaz (h) ese mismo año. Pero había sido un pequeño tiraje que, diez años después, complementaba con una «edición proficua».
La veracidad de la crónica radica en que el trabajo fue visado por «actores en el glorioso drama» de los cuales ha recogido su testimonio.
Empezando por el principio, dice Revuelta, que el triunfo de Ayacucho el 8 de diciembre de 1824 había generado una corriente de optimismo en ciertos contertulios que se reunían en la casa del ciudadano argentino José Antonio Villanueva. Entre estos había algunos connotados orientales emigrados: Luis Ceferino de la Torre –que era socio en el saladero de Villanueva–, Juan Antonio Lavalleja –encargado del saladero de Pascual Costa en San Isidro–, Manuel Lavalleja –hermano de don Juan Antonio–, Manuel Oribe, Pablo Zufriategui, Simón del Pino y Manuel Meléndez. En una de esas conversaciones surgió la idea: libertad o muerte.
Designado Lavalleja como jefe, Luis de la Torre se encargaría de gestionar el armamento y la financiación. Manuel Lavalleja, Atanasio Sierra y Manuel Freire se ocuparán de sondear políticamente el terreno en el entonces Estado Cisplatino.
Según Revuelta, es Freire (1792-1858) quien le menciona a unas personas que adhirieron de inmediato a la causa. Entre ellas lo hace con destaque a doña Josefina Oribe de Contusi [sic] «cuya memoria vamos a salvar […] de la ingratitud del tiempo…», dice. Doña Josefa, que se había casado en 1805 con el florentino Felipe Contucci, era hermana de Manuel Oribe. Y, sin duda, una mujer de carácter.
A través de los sirvientes de su casa, que tenían vinculaciones con sargentos del Batallón de Pernambucanos –uno de lo que formaban la guarnición de Montevideo–, logró involucrarlos en la causa. Tanto, que formalizaron el compromiso por escrito de apoyar a los patriotas, documento que remitió al general Lavalleja. Además, doña Josefa pedía apoyo en dinero y armamento. El socorro le llegó en un buque curiosamente denominado «Pepa», como apodaban familiarmente a esta dama.
Más allá del fracaso del motín, que fue descubierto por las autoridades, doña Josefa ya tenía ganado su nombre en la mejor historia de la patria.
La Cruzada cruza
El cruce del río no fue tan fácil. El primer grupo salió el 1° de abril de 1825 hacia la isla de Brazo Largo sita en uno de los ramales del Paraná. El segundo salió el día 9 pero fuertes temporales dificultaron de tal modo la travesía que obligó a los patriotas a refugiarse entre las islas de la costa argentina. Recién muchos días después pudieron juntarse con el primer grupo en Brazo Largo para después navegar hasta el 19 de abril pisar «la frente del húmedo arenal».
Y ahora, ¿qué? ¿Cuánto tiempo se podía esperar con una caballada a que desembarcaran los patriotas? ¿Cómo evitar los controles de las fuerzas brasileñas? Estaban a pie. Tomás Gómez y José Arenas habían quedado en cumplir esa función. Pero Gómez había tenido que fugar a la vecina orilla y Arenas estaba herido y fuera de combate.
Mientras tanto los cruzados juraban la «enseña redentora en la que latía la mano de Luis de la Torre», que había confeccionado las dos que enarbolaban los expedicionarios.
«¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!», hace decir Shakespeare a Ricardo III que muerto el suyo combatía a pie en su última batalla en 1485. El caballo seguía siendo, y por mucho tiempo más lo sería, un elemento fundamental en la guerra o en la paz. Los juramentados del arenal estaban llenos de buenas intenciones, pero a pie no llegarían muy lejos.
Manuel Lavalleja y el baqueano Andrés Cheveste se meten en el monte buscando solucionar el problema de la locomoción. Consiguieron seis caballos. Pero la salvación vino por intermedio de dos hermanos estancieros cuya hermana estaba casada con Tomás Gómez.
Según consigna Revuelta, los hermanos Ruiz aportaron nada menos que cincuenta y seis caballos. Sería contrafactual afirmar que si no hubiera sido por ellos la Cruzada habría terminado en el más estruendoso fracaso. Pero lo cierto es que estos hermanos Ruiz hicieron un aporte que no es poca contribución a la historia.
La Junta Económico Administrativa de Montevideo se tomó su tiempo en designar una vía de tránsito con los nombres de estos caballeros. En la Nomenclatura de Montevideo publicada por el órgano departamental en 1919, consta que entre los años 1917 y 1919 se había denominado «Hermanos Ruiz. A la calle sin nombre que se encuentra entre las Avenidas 19 de Abril y Buschental, y que saliendo de la de Bernardo Berro termina en Lucas Obes. En memoria de los hermanos Manuel y Laureano Ruiz, vecinos de la Agraciada, por los señalados servicios que prestaron el año 25 a los Treinta y Tres patriotas en su desembarco…».
Un reconocimiento que demoró bastante, pero la arteria viene a dar a la Rural del Prado y se topa con Hernandarias del otro lado de Lucas Obes.
¿Qué mejor lugar para honrar a estos hombres? ¿Habrá que recordar, también, que la patria se hizo a caballo?
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