A diferencia de Roma, no todos los caminos llevan a Ilhabela. Es cierto que se puede ir por mar. Pero los efímeros mortales que solo aspiramos a pasar unos días en ese hermoso lugar tenemos pocos. El más usado, o por lo menos el que tomé yo, es ir hasta São Paulo en avión, luego hacer los 215 km que separan la capital del estado hasta São Sebastião y, por fin, cruzar en la balsa hasta la isla. Ignoro quién le puso nombre a la isla, pero sin ser muy original, es notablemente preciso.
Partí de Montevideo el 12 de octubre pasado, Día de la Raza, Día de la Hispanidad o, si se quiere ser complaciente, Día de la Diversidad Cultural. Como quiera se llame, que después de poco más de dos horas de vuelo llegué el Día de Nossa Senhora de Aparecida. Así, por ley federal de 1980 se decretó como feriado nacional en homenaje a la Patrona de Brasil.
La tradición recoge que en 1717 unos pescadores que no cosechaban resultados rescataron la imagen de las aguas del río Paraíba y al mismo tiempo las redes se llenaron de peces. En 1930 el Santo Padre la proclamó reina de Brasil y su Patrona Oficial. Sus miles de devotos así le rezan: Ó incomparável Senhora da Conceição Aparecida, Mãe de Deus, Rainha dos Anjos, Advogada dos pecadores, Refúgio e consolação dos aflitos e atribulados…
También el 12 de octubre es el Dia das crianças (aún no han inventado el masculino de la palabra para hacerla inclusiva).
Ilhabela es una isla montañosa con picos de hasta cerca de 1400 metros con una superficie de 348 km2 (Montevideo tiene 530). La ínsula fue descubierta el 20 de enero de 1502, día de San Sebastián, por una expedición que había partido de Lisboa en mayo de 1501, donde venía el banquero y cosmógrafo florentino (y, según dicen, espía de los Medici) Amerigo Vespucci (1454-1512).
Un poco de historia
Seguiremos el desarrollo del texto de Maristela Colucci y Ricardo Anderáos (Ilhabela,Ed.Metalivros, São Paulo, 2010).
En la época de los descubrimientos Brasil era habitado, según los historiadores, por entre tres y cinco millones de indígenas. Buena parte de ellos integraban la etnia tupí. Divididas en varias tribus, luchaban entre ellas y practicaban el canibalismo ritual con los prisioneros. El primer europeo en registrar la antropofagia indígena fue el germano Hans Staden (1525-1576). Alistado en un navío español que naufragó frente a las costas de Brasil, fue capturado por los tupinambás. Según cuenta en su biografía, curó a un jefe indio logrando que le perdonaran la vida. Después de convivir durante nueve meses logró huir. El grabado de Theodore De Bry que ilustra esta nota está inspirado en la narración de Staden. Parece que el “buen salvaje” volteriano no lo era tanto…
Cuando en 1531 los portugueses decidieron ocupar las tierras asignadas por el Tratado de Tordesillas (suscrito en 1494 entre los reyes católicos y João II de Portugal), encontraron que las importantes tribus de los tupiniquim y de los tupinambás se hallaban enfrentadas. En medio de sus respectivos territorios había una zona neutra donde se encontraba lhabela por lo que, en principio, les pareció oportuno instalarse allí.
Los portugueses se aliaron con los tupiniquim y derrotaron a los tupinambás. Al tiempo los tupinambás se rehicieron y aliados con los franceses equipararon los términos del enfrentamiento. La mediación de unos sacerdotes jesuitas logró negociar un tratado de paz entre las partes. Pero hacia 1565 los franceses fueron expulsados y los tupinambás, dejados a su suerte, fueron masacrados por los portugueses.
Como fuere, durante el siglo XVII la isla permaneció sin ocupación portuguesa y se transformó en base de corsarios y piratas. Tenían allí abundante madera, agua, y frutas. Los piratas actuaban por cuenta propia mientras los corsarios tenían acuerdos con una nación para atacar los buques de otras partiendo los beneficios con sus protectores. Ingleses, holandeses y franceses hicieron buen uso del instrumento, para atacar a los portugueses y españoles. Artigas, Lavalleja y hasta el propio Barreiro también expidieron patentes de corso con iguales propósitos.
Corsarios, esclavistas y mosquitos
El corsario Thomas Cavendish al servicio de Elizabeth I, uno de los primeros marinos en circunnavegar el mundo, aprovechaba la geografía de Ilhabela para sus tropelías. En 1588, mientras realizaba su primera y única vuelta a la Tierra, incendió tres ciudades españolas y saqueó trece navíos reuniendo un enorme tesoro. Recibido bajo palio por la reina, intentó en 1591 reeditar sus andanzas. En la noche de Navidad de ese año entraron los ingleses en la Villa de Santos. Arrasaron con todo, prendieron fuego a la villa, y atentaron contra los símbolos religiosas. Años después el mismo fenómeno se daría cuando una flota inglesa tomó San Fernando de Maldonado.
La imagen de Santa Catarina sustraída del altar fue arrojada al mar. De más está decir que también fueron unos pescadores los que la rescataron de las aguas casi un siglo después. En cuanto a Cavendish, intentó saquear la ciudad de Vitória do Espírito Santo. Rechazado por la escuadra portuguesa y herido en el combate, murió a sus 32 años.
Los indígenas refugiados en el interior del país no hacían posible que se les utilizara como mano de obra esclava para la caña de azúcar o en las plantaciones de café. Por tanto, recurrieron a la importación de negros de África. Al menos hasta mediados del siglo XIX había en Ilhabela doscientos cincuenta y cinco fazendas de café. Entre la isla, São Sebastião y Ubatuba producían el 14 por ciento del café del estado de Sao Paulo. Como consecuencia de la proliferación de estos establecimientos se generó la mayor devastación registrada en la floresta isleña. Cuando por ley de 13 de mayo de 1888 se abolió la esclavitud, hecho unido al agotamiento del suelo, comenzó un largo período de declive económico. En el curso de las ocho décadas siguientes la naturaleza se repuso. Hoy, para arrancar un árbol de un terreno privado hay que pedir autorización.
La isla no solo tiene su belleza natural, que bastaría por si sola para conocerla. También posee un centro histórico con varios museos, una importante oferta hotelera y es ideal para vacacionar en familia.
No se preocupe por los caníbales que describió Staden y representó De Bry, ya no hay muchos. En cambio, sí hay unos pequeños, casi invisibles hematófagos llamados borrachudos, por tanto, no se despegue de su repelente.
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