Suscripta por un, para mí, enigmático “C. S.”, aparece en el Diario del Gobierno de la República Mexicana de fines de 1843 un comentario sobre la literatura inglesa de la época. El autor estima en una cantidad cercana a la cincuentena las clases de novelas que se publicaban en Inglaterra en esa época. Menciona algunas: histórica, fantástica, alegórica, científica, educativa… Llega así a la que afirma que es, en su opinión, la que está más en boga en ese momento: la novela “de la canalla”. Concluye que el máximo exponente en esa categoría es Charles Dickens (1812-1870). Y agrega que no le gustan tanto las últimas obras del escritor, porque les encuentra “una especie de pretensión filosófica” y que “Dickens pertenece a aquella clase de talentos que pierden mucho cuando quieren tomar un aspecto grave”.
Más allá de este juicio, es de hacer notar que la sensibilidad por los asuntos graves no era ajena al interés del escritor. También tuvo una activa actuación como periodista. Así, y a modo de ejemplo, en cartas en el medio The Daily News (periódico fundado por él y que supo contar con la pluma de escritores como Bernard Shaw, HG Wells o Chesterton), se expidió sobre la pena de muerte. En tres notas publicadas los días 9, 13 y 16 de marzo de 1846 desarrolló su opinión en contra de la pena capital. Sostenía que los asesinatos se cometen por los siguientes motivos: A) en un momento de arrebato de ira furiosa, B) venganza, C) afán de lucro, D) eliminar a alguien temido u odiado. La pena capital, sostiene, no sirve para evitar el delito. No es un elemento disuasorio para los espectadores que se congregan ante la ejecución. E incluso puede ser un elemento incitador para el reo que tiene su canto del cisne al morir por su verdugo. Este aspecto lo señala el P. Lorenzo Pons, capellán de la penitenciaría durante la vigencia de la pena de muerte en Uruguay: “Los últimos fusilados murieron entre ovaciones estruendosas”. Los espectadores vivaban el valor de estos individuos para enfrentar la muerte. El último argumento, tampoco muy original, que señala Dickens es el error judicial.
El descarrilamiento
La literatura fantástica, dice Bioy Casares, aparece en el siglo XIX y en Inglaterra en el idioma inglés. No obstante, en la Antología de la literatura fantástica (1940 con su aditivo de 1965) que editara junto con Borges y Silvina Ocampo, no incluye a Dickens. El accidente ferroviario de 1865 sufrido por Dickens, que costó la vida de siete mujeres y tres hombres, seguramente influyó en su cuento El Guardavía, que muchos consideran una obra maestra del género, aunque esta afirmación entendemos que debería tomarse a beneficio de inventario.
El hecho es que Dickens regresaba a su hogar cuando al atravesar la localidad de Staplehurst, en el condado de Kent, sucedió el siniestro. Dickens viajaba en compañía de su amante Ellen Ternan (1839-1914) y de la madre de esta. Eran las tres de la tarde del mes de junio cuando se produjo el descarrilamiento. Se había levantado un tramo de vía y pese a que un hombre situado a unos 500 m del impedimento agitaba una bandera roja advirtiendo el peligro el tren no pudo detenerse a tiempo.
Al día siguiente escribe a su médico personal:
“Mi querido Frank Beard
Estuve en el terrible accidente de ayer y ocupé varias horas entre heridos y muertos. Yo no estaba en el vagón que cayó al agua, sino en el que quedó suspendido en el aire junto al puente roto. No me pasó nada, solo me sentí un poco sacudido…”.
De la lectura se deduce que estaba solo. No menciona para nada a Ellen. Actitud que repetiría en todas las cartas. Ellen era Una mujer invisible, como titula su libro sobre ella la escritora inglesa Claire Tomalin. Dickens hizo todo lo posible para que su relación no trascendiera.
Estaba casado con Catherine Hogarth desde 1836 y del matrimonio habían nacido diez hijos.
El traductor, ensayista y dramaturgo Javier Méndez Herrera (1904-1986) en su prólogo a las obras completas de Dickens (Aguilar, Madrid, 1948) se pregunta si Ellen no fue causa accidental de otro descarrilamiento: la separación del escritor con su esposa. De todos modos, incluye el drama de la ruptura como resultado de un largo desgaste de la relación. Se ocupa también de incluir el texto de un documento firmado por la madre y una hermana de Catherin, donde rechazan los rumores de una relación entre el escritor y su cuñada Georgina.
La verdad revelada
Parece que la vida amorosa de Dickens no estuvo exenta de polémica.
Con el propósito de representar la obra La inmensidad helada, de su autoría con Wilkie Collins, se vio en la necesidad de contratar actrices. Seleccionó a la señora Ternan y a sus dos hijas Marie y Ellen. Una muchacha “que atraía sobre sí la mirada de los espectadores”, dice Méndez Herrera sobre Ellen. Para agregar luego que Dickens “no pudo dejar de fijarse en ella”. La joven tenía 18 y Dickens 45. El inglés era “en extremo sensible a estas bellezas físicas o espirituales”. Y eso lo llevó a lo que el biógrafo español denomina, con un espíritu demasiado optimista, “el peor síntoma de vejez: regalar joyas”.
El inconveniente fue que el elegante paquete, que contenía un brazalete de oro, fue remitido a su casa. El joyero pensó que estaba destinado a Catherine Dickens. Ese fue el chispazo que provocó el incendio. De todos modos, las representaciones teatrales fueron un éxito. Comentado el hecho en sus cartas, Dickens llena de elogios a Marie sin mencionar a Ellen. Con el diario del lunes es fácil suponer que esta omisión configura prueba de su enamoramiento.
La extrema discreción de Dickens para manejar su relación con Ellen estaba condicionada por los criterios morales que reglaban la sociedad victoriana. Tan es así que, también ella, mantuvo celosamente el secreto aun después de la muerte del escritor. No hay trazas materiales de su vinculación. Con excepción del testamento, donde legó a Ellen la suma de 1000 libras, cantidad muy considerable en esa época.
No obstante, su hija Kate (1839-1929) tenía algo que decir. Ella se convirtió en la principal fuente en la biografía escrita por la inglesa Gladys Storey (1897-1964), que publicara diez años después de la muerte de Kate con el título de Dickens and Daughter. Allí, salió a la luz el secreto tan celosamente guardado. Dice Kate que Ellen “era una pequeña y bonita actriz rubia […]. Tenía cerebro, que usaba para educarse, para poner su mente más al nivel de la suya [la de Dickens]. ¿Quién podría culparle? Ella era una joven de dieciocho años, eufórica y orgullosa de ser notada por él”. Describe su propia experiencia: “Mi padre era como un loco… Este asunto sacó a relucir todo lo peor, todo lo más débil en él. No le importaba en absoluto lo que nos pasara a cualquiera de nosotros. Nada podría superar la miseria y la infelicidad de nuestra casa”. Pero era su padre y a pesar de todo, dice: “Yo amaba a mi padre más que a cualquier hombre en el mundo, de una manera diferente, por supuesto… Lo amaba por sus defectos”.
Seguramente, a Dickens le hubiera gustado leer estas últimas líneas. Era un hombre sensible.
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