En el mes de julio de 1886, Bertha Benz (nacida Ringer) hizo más de cien km en el vehículo de tres ruedas con motor que había registrado su marido a principios de ese año. El hecho dejó en evidencia dos cosas: que el artefacto funcionaba y que una mujer podía conducirlo.
Hacia fines de siglo el uso del automóvil comenzaba a popularizarse, aunque fuera en el estrato social que podía costearlo. Estrenada en el Teatro Eslava de Madrid en octubre de 1899, la zarzuela El último chulo daba cuenta de este fenómeno:
El automóvil, mamá, es una cosa / que sorprende a la gente, mamá, / y es prodigiosa. / Pues siendo un coche, / como sabrá, / nos conduce por calles y plazas, / sin mulas, caballos ni troley ni nada. / Si una muchacha y un señorito / quieren darse por todas las afueras un paseíto, / es subir agarrándose al freno lo principal, / y cuidar de que no se consuma / todo el mineral. / ¡Ay, ven, morena mía / conmigo a pasear / que yendo en automóvil, / mi dulce amor, / verás qué gusto te da! / El automóvil, mamá, / a mí me azara, / porque yo nunca he visto, mamá, / cosa más rara. / Suba usted, niña, / y usted verá / que la llevo hasta el Ángel Caído / sin mulas, caballos ni troley ni nada. / ¡Vaya un automóvil que me traigo yo, / ni hay que decir arre ni hay que decir ¡soo! / El automóvil, mamá, es una cosa, / que sorprende a la gente, mamá, / y es la verdá.
Regulando esa cosa rara
Según Reyes Abadie, en 1905 había cincuenta y nueve autos en Montevideo. La Junta Económico Administrativa, considerando que ya era hora de legislar sobre el tema, dictó el reglamento concerniente a la circulación de los automóviles en el departamento de Montevideo, que fue aprobado en sesión de 30 de agosto de 1905. Publicado en la revista del Club Ciclista Montevideo de ese año, señalaremos algunos conceptos.
El aspirante a conductor (chauffer) deberá ser mayor de 20 años. Art. 9°: «El funcionamiento de los aparatos no podrá dar lugar a que se asusten los animales, por los escapes de vapores, gases o de humo, por ruidos extraordinarios o por otras causas». El 13° es interesante. Entre otras cosas exige: «El vehículo llevará en el costado izquierdo una chapa metálica con el nombre y domicilio del propietario».
Art. 20°: «La autorización municipal para dirigir un automóvil es revocable en caso de […] embriaguez, en cuya virtud se exigirá la devolución de la libreta expedida».
El Art. 26 es un tanto paradojal: «Todo automóvil estará provisto de una bocina o corneta al alcance del conductor; éste hará uso de ella todas las veces que lo crea necesario y al aproximarse a las bocacalles, siendo prohibido su uso sin necesidad». Autorizaba al chauffer a usar la bocina cuando lo creyera necesario y prohibía su uso sin necesidad. ¿No era que la necesidad la determinaba el conductor?
Conductores y peatones
El automóvil siguió poblando la imaginación de los poetas y escritores. En el caso del creador del Futurismo, el italiano Filippo Tomasso Marinetti la máquina ya adquiría perfiles divinos. Así, su Canción del automóvil, escrita en 1908:
¡Dios vehemente de una raza de acero, / automóvil ebrio de espacio, / que piafas de angustia, con el freno en los dientes estridentes!… / …Míralo galopar al fondo de los bosques! / ¡Qué importa, hermoso demonio! / A tu merced me encuentro… ¡Tómame!
En aquellos tiempos pocos pensaban que la conducción de automotores pudiera estar dentro de los valores de la areté femenina. De modo que causó sorpresa cuando la señora María Amelia Behrens se presentó ante la Dirección de Rodados a tramitar su licencia de conducir. El asunto fue recorriendo distintas dependencias hasta que la Junta decidió con fecha 20 de abril de 1911 responder positivamente a la solicitud de esta dama.
Toda la normativa estaba dirigida a un hombre. Pese al ejemplo de doña Bertha Benz, una dama al volante era una idea inconcebible. Sin embargo, diez años después de la irrupción de doña María Amelia, ya las mujeres uruguayas obtenían lauros en carreras de automóviles. En el Tercer Campeonato del Río de la Plata llevado a cabo en Carrasco en 1921, el primer puesto fue alcanzado por la señora Beatriz Arbiza y el segundo por la señora Harrison de Crow, según afirma el historiador Washington Reyes Abadie en su trabajo Crónica General del Uruguay. Agrega, además, otro dato interesante: desde 1923 pasaban por la Aduana anualmente entre 2.500 y 2.800 autos.
Controlando al demonio
Más que ponerse a merced del «hermoso demonio» las autoridades seguían ocupándose de evitar los accidentes. El Reglamento del departamento de Canelones, aprobado en mayo de 1917 con la firma del intendente don Tomás Berreta, y el 2 de junio por la Junta Económico Administrativa local, iba en esa línea.
Lo consulté desde la que fuera la libreta de chauffer de mi abuelo. Habían pasado doce años de la reglamentación montevideana, pero la normativa seguía manteniendo que «al cruzar un vehículo cuyos animales se encabriten deberá detener[se] la marcha». Es que la tracción a sangre no solo era una realidad en esa época, sino que aún subsiste.
El costo de la libreta había subido: la amateur valía cinco pesos y la profesional uno.
El Art. 35 preceptuaba: «La embriaguez de un chauffer en ejercicio de sus funciones, dará lugar a la anulación de la libreta de conductor». Ahora, la Ley de Tránsito establece que recién a la tercera infracción «se podrá cancelar la licencia de conducir». En estos tiempos de raras tolerancias al conductor ebrio que choca y fuga lo mandan en penitencia unos días a algún museo.
Pero la verdadera novedad fue la solución elegida para fiscalizar el cumplimiento de la Ordenanza. La intendencia designaría a cien vecinos del departamento para realizar esos fines. Pero nada de clientelismo político: serían honorarios.
El problema actual
El culto al automóvil de Marinetti –que, por supuesto, se dirigía al auto de carreras– no fue una constante de los letristas. Algunos temas dejan traslucir cierta envidia hacia el motorizado, quien, era visto, con razón, como integrante de la élite. Otros aún siguen sorprendidos.
La versión del payador argentino Evaristo Barrios de 1926 en su milonga titulada El automóvil, lo describe, con humor, desde el punto de vista de un hombre de campo con escaso contacto con el medio urbano: Ese carro de latón, / Lleva adentro de un cajón / Caballos amontonaos. / Y que esos son manejaos / Por el que llaman “chofér”, / Hombre de mucho saber / Que prendido a una ruedita: / Los asujeta, los grita / Y hasta los hace correr.
Está aquel «Pato» de la «vuaturé copera» que dejó de saludar a sus amigos peatones y a quien Gardel auguraba un triste destino. Un par de años después, en 1930, la incomparable Tita Merello cantaba: Te has comprado un automóvil, / ¡qué aproveches esa linda adquisición! / No te pongas orgulloso / porque un auto no hace a nadie emperador.
Cuarenta años más tarde, el grupo argentino Manal predicaba: No hay que tener un auto / Ni relojes de medio millón… / Ni estudiar en la universidad / Tener títulos de nobleza / O prestigio en la sociedad… / Para que alguien te pueda amar…
En aquellos tiempos juveniles de rigurosa infantería, con mi amigo el ilustre Prof. Dr. Juan José Calanchini Urroz –que entonces era, como diría el filósofo R. Ortega, «un muchacho como yo»– interpretando profundamente el espíritu del tema de Manal solíamos cerrar alguna poco fructuosa excursión, con el siguiente diálogo:
¿Qué es lo que no hay que tener? Un auto. Y lo cumplíamos ad pedem litterae.
El problema de hoy día no es tener un auto, sino dónde estacionarlo.
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