Cuenta Borges que el emperador Shih Huang Ti, el mismo que mandó construir la gran muralla china, hizo quemar todos los libros anteriores a él. Borges especula y, como de costumbre, extrae consecuencias metafísicas. Pero señala un aspecto obvio, indubitable: la pretensión de abolir la historia y recrear el principio del tiempo por parte del mandatario. También señala que la originalidad del emperador estuvo en la escala -la monstruosa valla y el incendio de tres mil años de historia- y no en el hecho en sí, porque es habitual en los príncipes atribuirse facultades demiúrgicas. En suma, se trata de edificar un falso relato tan grande como la muralla. La versión uruguaya está muy bien retratada en la nota de LM del 18 de noviembre de 2020, justamente subtitulada «La pretensión de perpetuar la mentira por decreto».
Pero esta historia no trata de un relato chino ni de una enorme muralla, sino de un pequeño espacio en la fachada de una casa. Cualquiera que haya pasado por Bulevar España a la altura de Juan Paullier, no habrá dejado de advertir la inscripción en la pared exterior del 2236: «Ánimo compañeros que la vida puede más». La frase parece atribuida a Victoria Díez, y hasta hace unos años, así lo asumí.
El colegio público de Hornachuelos, en la andaluza provincia de Córdoba, lleva el nombre de Victoria Díez, y por ahora, los efluvios de la llamada «Ley de Memoria Histórica» no lo han logrado cambiar.
Una norma que al decir del polémico César Vidal: «lejos de intentar recuperar la memoria colectiva […] ha pretendido exactamente lo contrario, es decir, borrar una parte de la historia reciente de España y substituirla con mitos absurdos e injustos, todo ello -eso sí– costeado con dinero de los contribuyentes».
Y que ha merecido el duro juicio del historiador Pío Moa: «consiste en hacernos creer que el Frente Popular representaba la democracia, cuando en realidad se componía de estalinistas, izquierdistas radicales y anarquistas, por no hablar de los racistas del PNV (Partido Nacionalista Vasco). Decir que todo ese conglomerado defendía la democracia y la libertad es un ataque al sentido común».
Mártir
Volviendo al hilo, con estos datos, cualquiera podría pensar que Victoria Díez fue una especie de «pasionaria» franquista, o algo por el estilo. Y por pasionaria nos referimos a la diputada comunista Dolores Ibárruri, quien según Salvador de Madariaga le gritó a Calvo Sotelo en las cortes: «¡Este es tu último discurso!». Premonitoria, sin duda, porque poco después fue asesinado. Su muerte fue la causa accidental de la Guerra Civil.
Victoria era una maestra treintañera que, además, se desempeñaba como catequista en la villa de Hornachuelos. Parecería, a juzgar por la nota sobre el tema del periódico El Observador, de fecha
5 de julio de 2017, que esas actividades -maestra y catequista- no producen buena impresión. Por lo menos es lo que surge de la frase del mencionado medio: «…su mala reputación con los republicanos torció su suerte y la puso en el mismo camino que un grupo de hombres que iban derecho al pelotón de fusilamiento». Atención: «mala reputación» y «republicanos».
En 2011, la Magíster en Sistemas y Tecnologías de la Comunicación, Licenciada en Ciencias de la Información y en Ciencias de la Educación, María Nieves San Martín publica su Victoria Díez, una vida entre dos fuegos. Entrevistada ese año por el medio Mundo Hispánico, la autora explica por qué era el momento para revelar la verdad. Victoria fue asesinada junto con un grupo donde había personas «de izquierdas que desempeñaron cargos en el municipio, con lo que se evidencia que hubo muchas venganzas políticas», dice. El sacerdote se encontraba celebrando la eucaristía cuando fue detenido. Victoria lo fue poco después. ¿El motivo? «La única razón de su detención y sentencia de muerte, su fe católica no ocultada». Y agrega «quedan centenares, quizá miles, de personas humildes, a lo mejor, incluso, analfabetas […] que fueron asesinadas solo por eso, por ser católicos». Menciona al beato gitano Ceferino Giménez, fusilado en agosto de 1936 por defender a un sacerdote y negarse a abjurar de su fe para salvar su vida.
El 11 de agosto de 1936, junto a otras dieciséis personas sacadas por los rojos de una prisión improvisada, fueron conducidas hasta la Mina del Rincón donde fueron fusiladas y arrojadas al pozo de la mina. La única mujer era Victoria
No tan históricas
Otra consecuencia de esta llamada Ley de Memoria Histórica es la proliferación de memorias -ella dice, generosa- «sin rigor histórico». A vía de ejemplo, las acusaciones de un exsoldado republicano -edición financiada por la Junta de Andalucía- que declara que Victoria tenía una lista negra de izquierdistas para entregar a los alzados. Sin prueba documental de clase alguna es obvia la intención de justificar los crímenes.
Otra absurda e improbada afirmación refiere al incendio de la iglesia de Santa María de las Flores, en 1934. El incendiario, que estaba preso junto a un cómplice, declaró que había procedido instigado por un guardia civil y el cura párroco para culpar a los izquierdistas. El hombre fue liberado con todos los detenidos cuando milicianos rojos se apoderaron de Hornachuelos en 1936.
Beata
Pero la memoria histórica de este pueblo se hizo viva muy pronto, al rescatar los restos de las personas asesinadas y conservar los relatos recogidos de los autores materiales, que se jactaron de la hazaña en los bares y calles de Hornachuelos. No en vano la escuela mantiene su nombre, pese a que, durante la transición democrática, se quiso quitarlo: lo impidieron los pobladores con sus firmas.
La verdad, la horrible verdad, es que, en la noche del 11 al 12 de agosto de 1936, junto a otras dieciséis personas sacadas por los rojos de una prisión improvisada, fueron conducidas doce kilómetros a campo traviesa hasta la Mina del Rincón donde fueron fusiladas y arrojadas al pozo de la mina. La única mujer era Victoria. Esto es memoria histórica. Victoria Díez fue beatificada por san Juan Pablo II, en 1993.
El 11 de agosto de 1936, junto a otras dieciséis personas sacadas por los rojos de una prisión improvisada, fueron fusiladas y arrojadas al pozo de la Mina del Rincón. La única mujer era Victoria
¿Y la inscripción en el muro?
La pared en Bulevar España corresponde a una residencia estudiantil teresiana, y la pintada fue hecha por las residentes con el beneplácito y colaboración de la dirección del centro y periódicamente renovada. La frase no fue pronunciada por Victoria. Según Ma. Nieves San Martín, pertenece a una canción de la cantautora Elia Fleta Mallol que dice: «¡Ánimo compañeros que la vida puede más, que la fe se hace más fuerte si la tienes que gritar!». Cuentan que Victoria animaba a los hombres y que el párroco murió bendiciendo a sus asesinos. Muchos de ellos fueron obligados por elementos comunistas ajenos al pueblo. Unos y otros no sabían lo que hacían.
Pero como dice Pío Moa, no hay que callar ante esta intentona de dar una «versión partidista del pasado español (o del que sea) que por ese mero hecho adquiere carácter antidemocrático y totalitario, compatible solo con regímenes del tipo de Corea del norte, la Cuba castrista o China». Defender la memoria es contribuir a que la vida pueda más.
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