El dictador, los demonios y otras crónicas. Prólogos de Juan Villoro y Carlos Manuel Álvarez Rodríguez. Jon Lee Anderson. ANAGRAMA. CRÓNICAS. 386 págs., 2009, 2021. $690.
Jon Lee Anderson es un periodista norteamericano (1957) pero… no es uno cualquiera. Con un estilo que por momentos nos recuerda al polaco Kapuscinski, es el cronista e investigador definido por estar en el lugar antes que estalle la noticia o por permanecer allí cuando en ninguna pantalla hay referencias a dicho evento. Su estilo de trabajo lo ha llevado a estar cubriendo los escenarios más conflictivos del planeta en estas últimas décadas: La caída de Bagdad, La tumba del León: partes de Guerra desde Afganistán, La herencia colonial y otras maldiciones (crónicas de África) y una extensa pléyade de textos sobre su tema favorito: América Latina.
Un políglota que habla a su vez el español con los diversos acentos regionales y sociales de un modo tan impactante que Villoro, en su prólogo, observa que “aprendió el español con la inquietante pericia de los agentes dobles”.
Pero el hecho concreto es la avidez que genera la lectura de las crónicas de Lee Anderson, desde una charla distendida con Pinochet hasta viajar en el avión presidencial de Chávez, desde el peculiar entramado familiar de Gabriel García Márquez hasta los claroscuros de la transición española, los discursos interminables de Fidel Castro filmados por uno de sus hijos con un público crecientemente hastiado y la peripecia para entrevistar a uno de los amos de las favelas de Río de Janeiro; todos estos encuentros relatados con una infinidad de anécdotas que logran generar un friso fascinante.
“‘Solo he sido un aspirante a dictador —dijo el general Augusto Pinochet—. Siempre he sido muy dado al estudio, no excepcional, pero he leído mucho, sobre todo historia. Y la historia nos enseña que los dictadores siempre acaban mal’. Dijo esto con una sonrisa irónica”. Más adelante se explaya sobre su devoción por Napoleón y los romanos. “También hablamos de Fidel Castro, al que parecía respetar por defender sus ideas y por ser ‘nacionalista’. Cuando pasamos a Mao también se mostró extrañamente acrítico”. Pasa a narrar su viaje a China y la visita al mausoleo del “Gran Timonel”. “La grandiosidad del lugar, el mausoleo, el catafalco de Mao, la oscuridad, es impresionante. Todo el poder de Mao quedó reducido a eso. Y creo que es un asunto que merece más estudio y reflexión: después de tener un poder tan grande en China, después de disponer de la vida y la muerte de tantos seres humanos, termina en un catafalco, solo, en un lugar grande como un estadio, completamente revestido de mármol negro”.
La crónica sobre Venezuela y el locuaz comandante Chávez es uno de los puntos altos. Logra testimonios de los más variados sectores, mostrando luces y sombras de un modelo cifrado en la personalidad de alguien que venera a Bolívar y a Fidel por igual. Su proceso de generar respuestas en interminables sesiones televisadas a demandas específicas muestra cómo en pocas instancias los límites de los intentos voluntaristas de sortear todo tipo de estructura administrativa. Pero los procesos de negociación con las FARC para liberar rehenes secuestrados durante años, con declaraciones rimbombantes bélicas se siguen con el vértigo de una novela de Graham Greene. El Chávez impulsivo pasa a dar lugar a un avezado estratega que logró un extraño e inexplicable proceso de comunión con los sectores más desfavorecidos de una sociedad contradictoria como pocas. Aquí Lee Anderson intenta mostrar cómo es posible un evento como el chavismo en un mundo que Fukuyama y sus liberales habían profetizado como una suave sinfonía de democracia y libre mercado.
Pero si en algún lugar esa sinfonía queda desentonada, es claramente en las barriadas administradas por las bandas narcos de Rio de Janeiro. La descripción de una violencia exponencial, donde los amos de las favelas compiten en ferocidad y psicopatía mientras la corrupción campea en las jerarquías policiales mal pagas y peor formadas.
Es una lectura apasionante, pero… cuando uno va pasando las páginas comienza a vislumbrar la mirada del periodista anglosajón que solo puede ver corrupción, autoritarismo, violencia y locura en todos los niveles de la sociedad hispanoamericana. Algo que, aparentemente, su sociedad de origen estaría inmunizada.
Y es ahí que uno se pregunta cómo puede estar en lugares tan disímiles con los honorarios de periodista freelance.
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