Un Mundo Feliz (Brave New World) es una distopía, es cierto. El término fue acuñado para definir lo contrario a la Utopía de santo Tomas Moro. El santo inglés hecho decapitar por el rey Enrique VIII, había mandado su trabajo a su amigo Erasmo de Róterdam para que lo hiciera publicar. La obra llevaba el título latino de Nusquama que al igual que la expresión griega utopía tiene el significado de «en ninguna parte». Por fortuna los editores de Lovaina eligieron Utopía, porque «disnusquama» resulta bastante cacofónico. Como fuere, no es osado discurrir que, si utopía es algo que no existe, distopía es algo que no no existe y como la negación de la negación es una afirmación, la distopía sí existe. Y esto, por desgracia, no es un juego de palabras. Así como la acción política se inclina más a la pragmática de Maquiavelo que a la idealidad de Erasmo, la distopía está presente en diversas notas del mundo.
Aldous Huxley editó su obra en el Año de Gracia de 1932. La acción transcurre en el 632 de la era fordiana. En la era cristina sería el año 2540. El conteo se inicia en 1908 cuando las fábricas de Henry Ford comienzan a fabricar el modelo «T». Pero la traducción resulta innecesaria porque el cristianismo ha desaparecido de la faz de la Tierra. Los habitantes de ese mundo globalizado han sustituido a Dios por Ford y se persignan haciendo la señal de la «T» que no es más que una cruz mutilada.
En serie
Los humanos no se reproducen como en los viejos tiempos. Se usa el método Bokanowsky. Con el progresista recurso de este científico, a partir de un embrión «se producen noventa y seis seres humanos» idénticos. El procedimiento se realiza en la Cámara de Fecundación del Centro de Incubación y Acondicionamiento. En el Estado Mundial existen multitud de esos Centros. Se trata de uno de los «instrumentos más eficaces de la estabilidad social», explica el director recorriendo el establecimiento rodeado de estudiantes.
Pero estos seres producidos en serie no son todos iguales. El nivel superior es el de los Alfas y los Betas. Lo que los distingue es que no tienen gemelos a diferencia de los Gammas, Deltas y Epsilones. Los distintos niveles están pautados por el grado de iniciativa e inteligencia. Los inferiores se obtienen reduciendo el oxígeno de los embriones. Así, cuanto menos oxígeno contenido en la sangre artificial con que se le alimenta recibe el embrión, menor será su coeficiente intelectual.
La «Estabilidad» es consecuencia del control. Esa primaria selección artificial se complementa con la «hipnopedia», una práctica que consiste en hablarle a los niños mientras duermen. Decenas de bebés dormidos son sometido a una voz que los alecciona sobre Sexo Elemental o Sentido de las Clases Sociales. Cientos de veces se repite el procedimiento, «hasta que la mente del niño sea esas sugestiones y la suma de esas sugestiones sea la mente del niño [y] la del adulto, y para toda la vida». A todo esto, se suma un brutal acondicionamiento pavloviano. ¿Quién no ha visto La Naranja Mecánica? Así como a Alex De Large, en el controvertido filme de Stanley Kubrik, se adiestra a un grupo de niños Delta para que odien los libros y las flores mediante choques eléctricos.
La división del trabajo, entonces, se obtiene pavlovianamente de forma de lograr el objetivo, que es la felicidad. ¿Parece contradictorio? El director lo explica, «el secreto de la felicidad y la virtud [está en] amar lo que hay obligación de hacer». Y agrega: «hacer que cada uno ame el destino social del que no podrá librarse». Además, se había conseguido la droga perfecta: el «soma», con todas las ventajas el alcohol, ninguno de sus inconvenientes y al alcance de todos.
Claro que, para obtener estos dudosos beneficios, es necesario un Estado totalitario que suprima cosas tan negativas como la familia, la maternidad y el amor. Así, el sistema permite el desarrollo del 30% de los embriones femeninos. Al resto se los esteriliza. Un buen sistema para controlar la población mundial. Mucho más efectivo, y tal vez más honesto, que los medios promovidos en la realidad actual.
Abominables
Vale la pena transcribir parcialmente el diálogo entre el director del Centro y uno de sus educandos. El director pregunta al grupo si conocen el significado de la palabra «padre». Entonces, «Se hizo un embarazoso silencio. Varios muchachos enrojecieron. […] Uno, al fin, tuvo valor suficiente para levantar la mano. –En otro tiempo los seres humanos eran… –titubeó: la sangre afluyó a sus mejillas– Eran vivíparos». […] En otras palabras –resumió el director– los padres eran el padre y la madre. Tal obscenidad, que era realmente ciencia, cayó como una bomba […] –Son, dijo gravemente, hechos desagradables, bien lo sé. […] en aquellos tiempos de grosera reproducción vivípara los niños eran criados siempre por sus padres y no [por el] Estado».
Detengamos en el concepto: las palabras padre y madre son «obscenidades». Ni siquiera un pensador de la lucidez de Huxley podía haber previsto que, en el año 2022 de la era cristiana, la palabra «madre», sagrada si las hay, sería intentada sustituir por la expresión «persona gestante».
Ya no se trata de una mujer embarazada sino de una persona, como si esa calidad no estuviera implícita en su excluyente condición de mujer.
Tampoco podía prever el notable escritor inglés esa variante perversa del feminismo que predica «muerte al macho»
El abandono de la reproducción de diseño natural no supone en este caso el del placer sexual. No es una suerte de ascetismo lo que propone la filosofía de este Mundo Feliz, sino todo lo contrario.
En el cuento de Borges Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en el que los personajes son el propio Borges y su amigo Bioy, este último cita una frase que había leído en The Anglo-American Cyclopaedia. Atribuida a un supuesto heresiarca de un supuesto lugar llamado Ukbar, dice Bioy: «los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres». Más allá de los espejos la abominación radicada en multiplicar el número de los hombres.
En el mundo de Huxley eso está cuidadosamente regulado. ¿Y en el mundo de hoy? ¿Qué son el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, la promoción de conductas estériles –permítaseme el eufemismo–, sino rutas hacia el mismo fin?
Erotizando a los niños
En ese Brave New World, los niños de siete años son instruidos para practicar «juegos sexuales rudimentarios». Uno de ellos, que no quiere jugar, es llevado ante el Inspector Auxiliar de Psicología.
El director recuerda, ante la carcajada general, que «antes de Nuestro Ford los juegos eróticos entre niños eran considerados anormales». En ese momento interviene un inesperado personaje. Se trata de uno de los 10 inspectores mundiales: Mustafá Mond. Ante la sorpresa general, el jerarca sigue el relato. Habla sobre la familia «un vivar de conejos, un estercolero […] la madre criaba a los hijos como una gata a sus gatitos […] una gata que sabe decir “¡Niño mío!”». Recuerda que fue Freud el primero en revelar los horrores de la vida familiar. Un mundo lleno de «madres, y por tanto de perversiones». La familia, la monogamia, el romanticismo son una «estrecha canalización de la energía [porque] todos pertenecemos a todos».
Durante el pasado mes de setiembre la ministra de Igualdad de España –pareja de Pablo Iglesias– manifestó públicamente que los niños «tienen derecho a conocer que pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les dé la gana».
Parecería como si la sociedad en que vivimos estuviera siendo conducida, ante la apatía de la mayoría, a la superación del modelo huxleyano.
¿Usted qué opina, mi semejante, mi amigo?
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