«La edad es una de las primeras características que observamos en otras personas. El edadismo surge cuando la edad se utiliza para categorizar y dividir a las personas por atributos que ocasionan daño, desventaja o injusticia, y menoscaban la solidaridad intergeneracional», dice la Organización Panamericana de la Salud. Por lo tanto, la OPS ha decidido emprender una lucha frontal contra el edadismo, es decir, según la RAE, la «Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas». A su vez, define «discriminar» en su 2ª. acepción como: «Dar trato desigual a una persona o colectividad por motivos raciales, religiosos, políticos, de sexo, de edad, de condición física o mental, etc.».
Como se ve, el concepto de discriminación tanto está cargado de un contenido negativo (raza, religión, política) que resulta claro, como en otros casos, que es bastante ambiguo. Tomemos sexo y edad. Mal que le pese a la absurda ideología de género, hay asientos en los ómnibus de transporte montevideano reservados para mujeres embarazadas. La pretensión de sustituir el concepto por «personas embarazadas», con la excusa de evitar la discriminación, choca contra un muro imbatible: solo las mujeres pueden estar embarazadas. Pero, sin llegar a extremos dignos de Ionesco, parece obvio que las mujeres encintas deben ser particularmente protegidas.
Discriminando la discriminación
Dice Aristóteles que justicia es tratar desigualmente a los desiguales. Tal vez el filósofo no compartiría lo del asiento, pero también es cierto que las mujeres de su época no solían viajar en ómnibus. Por lo contrario, permanecían recatadamente en el gineceo, mientras los hombres se ocupaban de la guerra, de la filosofía, del arte, o se mataban entre ellos. Los esclavos eran objeto de derecho, se utilizaban para trabajar y solo había que alimentarlos como a cualquier otro animal doméstico. ¿Discriminatorio? Eran los parámetros de la época. «La autoridad del señor sobre el esclavo es a la par justa y útil; lo cual no impide que el abuso de esta autoridad pueda ser funesto a ambos…», dice Aristóteles en La Política.
Pero no vayamos tan atrás. Vivimos en una época muy distinta a la del filósofo de Estagira. Nuestras preocupaciones son distintas, como, por ejemplo, el asiento en el bus. De modo que retomemos el tema.
La otra discriminación que puede observarse en la cartelería que demarca los codiciados lugares es la inscripción «+60» compuesta del signo de más y dos números arábigos que indican seis decenas, números que son de uso corriente en nuestra cultura. Se preguntará el porqué de esta explicación que parece ociosa. Si es así, denota que usted no suele viajar en ómnibus. Yo lo hago cuando no tengo más remedio, pero, aun así, he recogido suficiente información como para afirmar que si la leyenda referida estuviera en griego no cambiaría un ápice las cosas. Esos sitios están habitualmente ocupados en un alto porcentaje por jóvenes ensimismados en sus celulares, encapsulados en sus audífonos, desconectados del mundo real que proliferan por doquier. Hace unos meses me tocó subir a un bus. Entre algunas personas de la categoría discriminada había infiltradas una señora de unos cuarenta y cinco y la nena de quince, una y otra, enchufadas en su mundo virtual. Yo estaba de pie y a mi lado una señora de mucha edad con un bastón, trataba de sobrevivir a los barquinazos del vehículo apurado por llegar a destino. Se me ocurrió entonces, decirles a estas damas, que se conservaban muy bien para la edad que tenían. La señora se ruborizó visiblemente y se levantó de inmediato. La joven no se lo permitió y cedió, de muy mala gana su asiento a la anciana. Me miró con furia todo el resto del viaje.
Según pasan los años
La percepción de a qué edad se considera anciana a una persona ha ido variando.
En 1900 la expectativa de vida en el Uruguay era de 46.83 años para los hombres y de 49.03 para las mujeres. De modo que no podía sorprender que en una noticia policial sobre el copamiento del domicilio de un matrimonio por cuatro anarquistas en mayo de 1902 se tratara a la señora de cincuenta y cuatro como «la anciana».
Diez años después las cosas no habían variado mucho. El periodista y escritor Eduardo Zamacois le hace un reportaje al gran actor uruguayo José Podestá, en ese entonces radicado en Buenos Aires. Zamacois era cubano, había pasado toda su vida en Europa y estaba en ese momento en la Argentina por lo que lo entrevistó para la revista madrileña Por esos mundos. En determinado momento le expresó a Podestá su intención de ver una representación de Juan Moreira. Como se sabe, el actor oriental había hecho carne el personaje de Moreira. Relata el escritor cubano, que en ese entonces tenía treinta y seis años, que Podestá se hundió en la butaca como si «acabara de sentir sobre la reciedumbre de sus anchos hombros de atleta el peso de sus cincuenta años». Y agrega: «…parece que el anciano actor oye deslizar por su alma sus recuerdos».
Para rematar el tema recordemos que, en 1930, Carlos Gardel grabó un tango con música de Francisco Pracánico y letra de José Zubiría Mansilla titulado Enfundá la mandolina. El texto exime de mayores comentarios:
Qué querés, Cipriano, / Ya no das más jugo. / Tus cincuenta abriles / Que encima llevás. / Junto con el pelo / Que fugó del mate / Se te fue la pinta
Que no vuelve más.
¿Y aquel personaje de Petorossi: 40 años de vida me encadenan, / blanca la testa, viejo el corazón? ¿Qué edad tendría ese viejo verde que invertía sus recursos en alcoholizar a Lulú, eso sí, con champán? ¿50 como Cipriano?
Nada de original. Es esa percepción del tempus fugit aplicada al insistente Cipriano. Lo interesante es la coincidencia en la cincuentena. Pero eso era antes, hoy los ciprianos andan vivitos y coleando y lo de «mandolina» suena francamente demodé. Además, ya se encargó Pedro Camacho de definir la cincuentena como «la flor de la edad», aunque más adelante sostuviera algunas dudas…
Esperemos que la OPS, que con estos proyectos alimenta una frondosa y bien rentada burocracia, logre su objetivo de erradicar el edadismo.
Pese a los buenos deseos, las expectativas son de esperar sentados, aunque no en el ómnibus…
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