El factor Churchill. Un solo hombre cambió el rumbo de la historia. Boris Johnson. ALIANZA EDITORIAL. 494 págs., 2015.
Pocos líderes han ameritado una bibliografía tan copiosa como Winston Churchill. En primera instancia una nueva publicación genera cierta suspicacia sobre su pertinencia, en especial cuando es obra de un político tan peculiar como Boris Johnson, el polémico abanderado de la causa del Brexit.
Pero desde el primer párrafo resulta una lectura adictiva y vertiginosa: la pluma del periodista avezado se nota y logra captar toda nuestra atención en un viaje hacia una comprensión alternativa del personaje y su circunstancia.
Algún lector puede sopesar cuáles son las intencionalidades políticas de la elección del tema y de la fecha de publicación. Es claro que el cincuentenario del fallecimiento era una fecha clave, también que Boris Johnson es objeto de múltiples diatribas por su fuerte compromiso con un cierto modelo de Reino Unido y que el asociar su nombre con el de Churchill es una estrategia lógica en los enrevesados cálculos de marketing electoral.
Pero quizás las cosas sean más simples y directas. Boris siente pasión por Winston y esa pasión es radicalmente contagiosa. El primer punto es una explicitación de filosofía política: la historia la hacen los individuos, no es el mecanismo preconizado por el materialismo dialéctico.
Churchill sigue contando para nosotros porque fue quien salvó nuestra civilización. Y lo más importante es que solo él pudo hacerlo.
Él es el resonante mentís humano a todos los historiadores marxistas para quienes la Historia es un relato de vastas e impersonales fuerzas económicas. Lo que plantea el factor Churchill es que un solo hombre puede marcar toda la diferencia”.
La descripción de las jornadas que precedieron al 28 de mayo de 1940 logran dar luz a lo previo. En un salón lóbrego de la Cámara de los Comunes, luego destruido en uno de los tantos bombardeos que sufrió Londres, están reunidos desde hace tres días los integrantes del gabinete de Guerra de Gran Bretaña. La reunión tiene un objetivo muy simple. En un contexto en el cual sólo llegan noticias aciagas, ¿debe Inglaterra dar batalla, o, como indicaría el pragmatismo lineal, buscar un acuerdo que evitaría la muerte de tantas vidas, con el atroz precedente de la masacre que había significado la Gran Guerra? ¿Quién le podía decir NO a Hitler en esa situación?
Los restos del Ejército británico estaban sitiados en Dunkerque, desde Italia llegaban propuestas de pautas tendientes a una negociación por la cual el Imperio británico cedería algunas posesiones, comprando una hipotética paz…
La mayor parte de la élite tendía a tener una actitud contemporizadora. Halifax, Chamberlain y tantos otros percibían que no tenía sentido ir a un conflicto de muy difícil resolución visto y considerando que la realidad golpeaba: la maquinaria nazi era indetenible e Inglaterra estaba sola.
Churchill definió el concepto de genialidad al asumir un camino claro en la oscuridad: amplió la reunión a todos los ministros y pronunció un discurso que aún resuena: “Estoy convencido de que todos y cada uno de ustedes se pondría de pie y me sacaría a rastras de mi puesto si por un instante contemplara la posibilidad de parlamentar o rendirnos. Si la larga historia de esta isla ha de terminar un día, que sea cuando cada uno de nosotros yazga en el suelo atragantado con su propia sangre”.
Un texto memorable, para ya no leer historia, sino vivirla.
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