En su interesante trabajo The Shield of the Weak. Feminism and State in Uruguay 1903-1933 publicado en 2005, la profesora de la Universidad de Louisville, Christine Ehrick nos acerca un panorama del feminismo temprano en nuestro País. Distingue varias corrientes dentro del fenómeno feminista, que de alguna manera terminaron resultando convergentes. Dentro de esas distintas vías integra la corriente católica. El análisis es de particular importancia porque cada una de esas opciones reclamaba la exclusividad en su visión del rol de la mujer en el mundo.
La Liga de Damas Católicas se formó en 1906 bajo la presidencia de Da. María Carlota García Lagos de Hughes, intentando dar respuesta al proceso secularizador que vivía el País. La dirección de García Lagos se ejerció hasta 1919 en que asumió funciones Da. Margarita Uriarte de Herrera. La organización tomó como modelo a la Ligue Patriotique des Français fundada en 1902. Siguiendo el mismo camino comenzó a publicarse un año después El Eco de la Liga de Damas Católicas, réplica local del Echo de La Ligue Patriotique des Français, órgano de prensa a través del cual las damas francesas hacían conocer sus aspiraciones y acciones. La política anticlerical y laicizante promovida por los gobiernos produjo en los dos países respuestas similares, obviamente apoyadas por la Iglesia Católica.
Coincidentes
La aparición en 1916 del Consejo Nacional de Mujeres abrió un nuevo frente de combate que nucleó a las mujeres liberales. De todos modos, las opiniones personales no estaban necesariamente alineadas con lo que podía ser la ideología del movimiento. Si bien la Liga no atacaba el paternalismo tradicional, la posición del Consejo Nacional de Mujeres no era tan diferente, lo que generaba vasos comunicantes.
Paulina Luisa desde su seudónimo de Ananké, criticaba a la Liga -que reclamaba libertad de enseñanza- diciendo que «ninguna defensa de la libertad puede salir de esas mujeres de fortuna y posición social, ninguna de las cuales se adquiere luchando porlos inmortales principios del liberalismo», pero en otros campos eran muchas las coincidencias. Ambas entidades luchaban contra la prostitución, la trata de blancas, el alcoholismo y, además, no proponían una guerra de sexos.
Tenía necesariamente que haber coincidencias, en cuanto se perseguían objetivos comunes. Un ejemplo es el caso de Da. María Luisa Machado Bonnet. En 1924, esta dama había aprobado el examen para obtener el título de escribano. El inconveniente era que la ley no autorizaba a las mujeres a ejercer la actividad notarial. Es realmente curioso: podían recibirse, pero no ejercer. Tan paradojal situación no admitía análisis lógico. La reciente escribana acudió al Consejo Nacional de Mujeres solicitando su ayuda para obtener la derogación de la Ley. El Consejo, a su vez se dirigió, entre otros actores a la Liga. Con la firma de Doña Margarita y la de Lola Carve Urioste, presidenta y secretaria del Consejo Superior de la Liga se apoyó la «simpática iniciativa». La Ley 8000, de 14 de octubre de 1926 zanjó el asunto.
En tema de derechos políticos, que tomó particular énfasis con la elección de la Asamblea Constituyente en 1916, también en la Liga se encontró coincidencia. Desde un dubitativo inicio, la Liga evolucionó hacia una posición favorable al voto de la mujer. Después de todo, pensaban, el voto femenino sería beneficioso para los partidos católicos. Si bien los hechos demostraron otra cosa, esa creencia operó como un factor aglutinante. Que las mujeres no votaran en esa época no quiere decir que estuvieran fuera de la actividad política.
Los enemigos
Hacia 1930 hubo algunos cambios de objetivos, más aparentes que reales. Apareció la Liga Patriótica de Damas Católicas del Uruguay. Si la sociedad uruguaya es esencialmente católica, razonaban, preservar esa sustancia requiere combatir frontalmente a los agresores. La importancia de la mujer en el hogar como celosa guardiana y maestra de los valores religiosos se entendía como fundamental. Mientras, El Eco se ocupaba en denunciar al enemigo. Existía la percepción de que el protestantismo exportado de los EE.UU. y el comunismo soviético estaban intentando apoderarse de la sociedad. El comunismo ateo, «intrínsecamente perverso», se explicaba por sí mismo. En cuanto al protestantismo, justificaban su postura, dice Ehrick, en la respuesta que habría dado el presidente Roosevelt cuando un periodista le pregunta si creía posible la penetración norteaméricana en Sudamérica: «I think is impossible as long as they remain Catholic».
La censura
Entre los instrumentos de la Liga no fue el menos importante la Comisión de Censura. Estaba constituida por tres damas y tres caballeros. En caso de empate se sometía al «juicio de un tercero, que siempre es algún caballero de reconocida competencia literaria». La tarea de esta Comisión consistía en la calificación de los espectáculos teatrales. Presidida por la escritora Laura Carreras de Bastos tuvo una ardua y controvertida tarea. El único efecto de sus juicios era informativo. Su obra está reflejada en el texto Pro-arte dramático publicado en Montevideo en 1916 referente al período 1909-1915. La presentación consta de una «advertencia» de la presidenta de la Liga: «este libro es un cave canem puesto al servicio de los hogares honestos. Advierte el peligro, no lo prohíbe». El resto contiene los informes anuales de la Sra. de Bastos y las calificaciones de una enorme cantidad de obras.
Según Doña Laura, esta iniciativa censora –que fue imitada en Francia- tuvo su más destacado logro al hacer desaparecer la opera Salomé de Oscar Wilde, «sádica creación del repertorio moderno», de la Argentina y el Uruguay. La obra, basada en la tragedia de Wilde y con música de Richard Strauss fue un escándalo en todas partes.
Estas señoras lograron que los empresarios teatrales las consultaran sobre si tal o cual obra era de su agrado, y si deseaban hacer algún recorte en los pasajes que pudieran considerar inadecuados. El expediente era sencillo: si la Comisión cuestionaba una obra, no concurrían al teatro. No hacían piquetes, ni amenazaban a nadie, simplemente no concurrían.
Da. Laura explica el exitoso resultado en que «la moralidad es patrimonio de toda persona honrada,… con cualquier clase de credo religioso se la respeta entre las familias honorables».
Reacciones en la prensa
«Lo mejor sería dejarse de dar consejos. Las damas, en general, tienen padres, hermanos o parientes que pueden aleccionarlas, perfectamente, sobre si deben o no asistir a una representación cualquiera», dice El Tiempo. Y La Democracia: «se ataca… a la ajena libertad, cuando se autoriza, o no, por la prensa, en forma dogmática, la concurrencia de las familias a funciones teatrales». «Ninguna obra de arte bella es insana», dice Eduardo Ferreira bajo el seudónimo de Teógenes desde La Tribuna Popular. Y Raúl Montero Bustamante en La Prensa de Buenos Aires, escribe que si la censura es «una fuerza cuya acción tenemos que soportar, es de desear que se ejercite con mayor cautela, evitando toda dictadura».
Más agresivo, desde las páginas de La Razón Leopoldo Thévenin con el seudónimo de Monsieur Perrichon, recuerda «lo que Brieux dice en el prólogo de Les avaries: “Las mujeres para ser virtuosas no tienen necesidad de ser imbéciles”».
La prensa católica, por su parte contesta su «ladran Sáncho» desde El Amigo del Obrero: «El hecho mismo de que se pretenda neutralizar su influencia benéfica pone de manifiesto que su obra se abre camino». Y El Diario Español, agrega, una: «reacción puritana es el recurso fatal y necesario del momento».
Menudo trabajo tendrían estas señoras cien años después…
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