Erwin Schrödinger (1887-1961) propone otro gato encerrado. El desafortunado felino estaría en una caja opaca donde un frasco con veneno tendría un 50% de posibilidades de que un mecanismo radioactivo permitiera su expansión. Según los misterios de la física cuántica el prisionero estaría vivo y muerto a la vez. Pero como la lógica no sigue las veleidades cuánticas, para saber el estado del gato hay que abrir la caja.
¿Pero qué tiene que ver este pobre gato con los golpes de estado? El periodista del ABC español, señala que durante la Guerra Fría siempre se procuraba «distinguir entre golpes “malos” y revueltas populares “buenas”». De ahí salta a Bolivia: ¿Golpe o revuelta popular? ¿Por qué no las dos cosas, como el gato de Schrödinger vivo y muerto a la vez?
Sin pretender enmendar la plana a don Pedro Rodríguez (que así está firmada la nota), la preocupación por el relato sobre golpe o revuelta, es anterior a la Guerra Fría.
El golpe de Cuestas
El asesinato del presidente Idiarte Borda, el 25 de agosto de 1897, llevó al interinato del presidente del Senado: don Juan Lindolfo Cuestas. Culminado el período que correspondía al malogrado Borda, Cuestas no contaba con la mayoría de la Asamblea para ser electo como presidente constitucional. A pesar de los tenaces esfuerzos de don Juan Lindolfo, la mayoría legislativa de la que Cuestas había formado parte hasta ese entonces, tenía un candidato diferente.
Con el apoyo de los opositores a Idiarte Borda y a su grupo político, el «colectivismo» a que hasta entonces había pertenecido, Cuestas comienza a buscar una salida.
El propio Cuestas lo explica en uno de los capítulos de su libro Páginas Sueltas: «surgió la cuestión, de si la Asamblea debería continuar o no. El país en general se manifestaba por su cese […] hubiera convenido que la Asamblea, por algún acto levantado de patriotismo, se reconciliase con el país y con la opinión.[…] Mis esfuerzos en ese sentido fueron inútiles; al contrario, la Asamblea puso su actividad en fijar anticipadamente el nombre del futuro presidente de la República. No pudiendo presentar un candidato que la opinión aceptase sin discusión, se fijó en un sujeto [don Tomás Gomensoro 1810 – 1900] casi nonagenario […] una personalidad modestísima, si bien honorable». En otras palabras: otro, no yo.
Los opositores, a su vez, vieron que su única opción era apoyar a Cuestas, de modo que rápidamente comenzaron a operar. Patrióticamente, decidieron olvidar el pasado y le encontraron a don Juan Lindolfo, «calidades y predicados que hasta entonces habían permanecido ocultos» [Fernández Saldaña].
Empezaron a organizarse manifestaciones populares con asistencia multitudinaria, pidiendo la disolución de la Asamblea. Obviamente, disolver la Asamblea por decreto era lo más parecido a un golpe de Estado. Pero la cantidad de participantes en los actos era asombrosa. En su mencionado artículo Cuestas habla de 30.000 personas. Eduardo Acevedo (futuro consejero de Estado) las sube generosamente a 50.000.
«El país esperaba un hombre […] declaró que lo había encontrado […] y se lanzó a la calle proclamando la revolución», dice Cuestas.
Entre estos nuevos cuestistas está don José Batlle y Ordóñez, quien comprendiendo que la salida no podía ser otra que un golpe de Estado, hace decir a su influyente periódico El Día, bajo el título de “Cuestas, cueste lo que cueste”, que buenas serían: «las dictaduras que encaminan a los pueblos hacia la ley, hacia la constitucionalidad […] Una dictadura así sería mirada como una bendición de Dios».
Ilegalidad necesaria
Denostando a José Pedro Varela, eficaz colaborador en la obra de Latorre, escribía Prudencio Vázquez y Vega, uno de los referentes filosóficos de Batlle: «[…] vosotros sabéis muy bien quiénes han optado por la abstención de los puestos oficiales». Y agrega: «No se transa con el mal. Se le combate de frente». Los posibilistas, esos «hombres prácticos», dicen ser los verdaderos ciudadanos […] los únicos que se sacrifican por la patria». Son unos cínicos, concluye, que no renuncian a cobrar su sueldo. «Si un gobierno es innecesariamente ilegal […] todos deben retirarle el concurso de su inteligencia y aptitudes».
Es curioso el calificativo, porque abre la posibilidad de gobiernos «necesariamente ilegales». ¿Estará sentando las bases para admitir que hay golpes de estado «buenos» y, consecuentemente, es justo y necesario cooperar con ellos? Abriendo esta escotilla es imposible contradecirse.
Basta calificar como bueno o malo (y lo necesario no puede ser malo, aunque la necesidad tenga cara de hereje) y obrar en consecuencia. Alguien podría objetar, que todos los gobiernos presumen de «buenos» y todos los golpes de estado cuentan con una justificación en la necesidad. La «dictadura del proletariado», es una etapa, -molesta y necesaria, sí- en el camino hacia la sociedad sin clases. Dictadura que obviamente tendrá que ejercer el proletariado, a través de su vanguardia -que es el partido- , y este, a través del secretario general…, que sería el sustituto del zar…
Fácil es ratificar la actualidad del dilema, y la sentencia bíblica sobre la escasa novedad que se percibe bajo el astro rey.
De modo que Cuestas dio el paso, disolvió el Parlamento y creó un Consejo de Estado, incluyendo a Batlle, Figari, Eduardo Acevedo, Justino Jiménez de Aréchaga, Acevedo Díaz, Aureliano Rodríguez Larreta… Pasado un año, se nombró sin elecciones un nuevo Parlamento, donde el 60% de legisladores de facto blancos y colorados renovaron su situación, y proclamaron a Cuestas, ahora sí, presidente constitucional. Entre los nuevos, apareció el Dr. Juan Cuestas Fernández.
¿Golpes malos o buenos?
Habrá que abrir la caja para verificar la salud del gato. Si tose, vive.
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