“Ockham pertenece más bien al Estado mundial que a Inglaterra”. F.W. Maitland
Es curioso cómo a ciertos personajes destacables de la historia se los conoce popularmente por cosas que terminan asociadas a ellos, pero que son solo parte de su pensamiento. Por ejemplo, la “navaja de Ockham” con la que le habría cortado las barbas a Platón. Quien se aproxime a este caballero solamente con esa información podría pensar que debería tratarse del barbero de Platón, o confundirlo con el de Sevilla. El hecho es que Guillermo de Ockham, un monje franciscano, filósofo, escritor y teólogo, que habría nacido hacia 1280 en ese pueblecito inglés del condado de Surray, una localidad a unos 35 kilómetros de Londres, no puede haber sido barbero de un hombre como Platón, que murió hacia el 347 a. C. Tampoco era fabricante de navajas. La expresión proviene de un principio por él enunciado según el cual, a menudo, la verdad se encuentra en la explicación más simple y que, para comprender la realidad, a veces es conveniente simplificarla primero. Como parece que Platón pensaba demasiado, con esta revelación le habría “afeitado las barbas”.
Otro caso significativo es el del “gato de Schrödinger”, el gato vivo y muerto a la vez, esa especie de zombi o de Nosferatu, aunque no tan feo, que se podría suponer que tenía este caballero. No se sabe si este científico austríaco poseía un gato. Es difícil, si tenemos en cuenta su vida andariega (le tocaron tiempos difíciles). Y menos aún ese extraño gato encerrado en una caja. Se trataría de un ejemplo que puso para explicar cierto aspecto de mecánica cuántica.
Debo confesar que, siendo totalmente ignaro en ese terreno, me inclinaré por dejar tranquilo a ese particular felino, y desarrollar algunos aspectos de la obra de Ockham. Para ello acudiré a un texto de Gierke: Teorías políticas de la Edad Media.
Un solo reino
El filósofo, jurisconsulto, docente e historiador Otto Friedrich von Gierke (1841-1921), entre sus numerosos trabajos publicó entre 1868 y 1913 su Das Deutsche Genossenschaftsrecht, una serie de volúmenes de los cuales Teorías políticas de la Edad Media es solo una sección del tomo III recortada y editada en forma independiente por el profesor y jurista inglés Frederic William Maitland en 1900, que como afirma en el prólogo, esperaba inducir a algunos estudiosos a conocer las obras de Gierke.
La edición de Huemul, Buenos Aires, 1963, utilizada por nosotros, corresponde al abogado, periodista y político argentino Julio Irazusta (1899-1982). El uso de esa obra se justifica en que, como dice Maitland en el prólogo, Gierke “parece haber hecho amplia justicia a Guillermo de Ockham, que pertenece más bien al Estado mundial que a Inglaterra”.
¿Cómo traducir esa expresión del traductor inglés sobre la pertenencia de su compatriota al “Estado mundial”? ¿Tiene algo que ver con la llamada teoría conspirativa sobre un presunto Nuevo Orden Mundial? Veamos.
Los pensadores medievales veían al mundo como un solo reino cuyo monarca era Dios. Y todo cuerpo debe tener una sola cabeza, dado que si tuviera más sería un monstruo. Por consecuencia, toda soberanía terrena debía verse como un oficio. Instituido por Dios, sí, pero con un objeto, de modo que los monarcas son instrumentos de esa voluntad divina, así el papa como el césar. El ejercicio de estos oficios no supone un pleno derecho. Si los gobernantes existen para el bien del pueblo, deben también tener obligaciones. Lo que implica que el pueblo, como conjunto, también tiene derechos. El primero de los cuales es el de ser bien gobernado. El asunto en debate era el grado de la extensión de ese derecho de la comunidad.
¿Qué decía Ockham al respecto?
Problemático
Según sus biógrafos, la vida de este franciscano fue bastante agitada. Estudió en Oxford y escribió mientras tanto. Parece que en 1324 se trasladó al convento de los franciscanos en Aviñón, que, en ese entonces, era la residencia del sumo pontífice. Esa ciudad a orillas del Ródano tenía en esa época todavía el famoso puente, aquel de la canción que nos enseñaban cuando niños: “Sur le pont d’Avignon…” que, teniendo en cuenta que el puente ya estaba en ruinas y que cuando estaba operativo era una vía sumamente peligrosa de cruzar, no presentaba una superficie muy apropiada para bailar.
Esta historia está situada en el contexto de la tensión entre el rey y el papa. El poder temporal y el espiritual. ¿Cuál prevalecía sobre el otro? Las relaciones entre el rey de Francia y el papa Juan XXII (natural de Aviñón, por otra parte) no eran buenas. Y Ockham era bastante crítico con el papa.
Juan XXII lo llamó para que respondiese a acusaciones de herejía, por lo que pasó a alojarse en el convento franciscano de esa ciudad. El papa nombró una comisión para que informara el tema. Tres años después, los notables se expidieron encontrando siete proposiciones heréticas y otras censurables. Claro que el dictamen no produjo efectos, porque en ese lapso, Ockham se había fugado de Aviñón.
Lo explicará alegando que su inconsulta partida lo fue “usando la licencia que Cristo le dio a todos sus apóstoles que eran perseguidos por causa de la justicia”. Y que: “me libero de la obediencia de la Iglesia de Aviñón, porque para mí es obvio que la mencionada Iglesia aprueba, sostiene y defiende pertinazmente errores y herejías evidentes”. el Papa lo excomulgó y el monje recién fue rehabilitado diez años después de muerto.
En sus obras explicará que la elección papal es un derecho de la comunidad delegado en los cardenales. Una asamblea eclesiástica general podría hasta someter a juicio, deponer y entregar al papa al brazo temporal para la aplicación de la pena. Dice que en caso de necesidad un concilio puede reunirse sin convocatoria papal, dado su propia plenitud de autoridad.
Ockham entiende que corresponden aún más derechos a los laicos, pues parte del principio de que la Iglesia universal, como la congregación de los fieles, según las Sagradas Escrituras, comprende también a los laicos.
Así, podrían perder la verdadera fe el papa, los cardenales, la Iglesia Romana, o todo el clero como partes de la Iglesia. La fe podría conservarse en el resto de la Iglesia, y tal vez, hasta en las mujeres o en los menores de edad. Los laicos pueden denunciar a un papa herético, incluso de castigarle, si tienen poder para ello. Igualmente, pueden convocar un concilio general y tomar parte en él. E insiste (atención, feministas) en que las propias mujeres deberían ser admitidas si fuera necesario. Plantea que podría organizarse de modo que todas las comunidades religiosas eligieran sus representantes.
Llega por esta vía a esa idea de la monarquía universal y la define como “un acto de necesidad”.
¿Estará aquí el germen del llamado «Nuevo Orden Mundial»? ¿Será este el gato encerrado en la caja de Ockham?
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