Un poco más de medio siglo atrás se publicó este polémico manifiesto, en el mismo contexto en el cual Mario Benedetti batía records de venta con “El País de la Cola de Paja”.
Ambos autores, integrantes claves de la generación del 45, eran partícipes de la misma sensación de desasosiego y angustia frente a una sociedad estancada y con crecientes signos de inestabilidad y crisis. Maggi, prolífico creador de obras teatrales asimismo, provenía de un cuño batllista liberal y comienza a interrogarse sobre el punto en el cual nuestra sociedad habría perdido el rumbo.
Es así que escribe con un hacha este vitriólico texto, en el cual, con una ironía desbordante, arrasa con gran parte de los postulados identitarios nacional.
Se inicia, luego de constatar la bendición de la cantidad de cosas que faltan en este país, (por ej. los indios…), con una feroz diatriba a Rodó y al espíritu alado. Calibán y su “necesito comer” pasan a ser el estandarte de su defensa a ultranza del pragmatismo. Maggi no vacila en fechar el inicio de la problemática nacional con la edición de Ariel, 1900. Arrasar con todo vestigio del idealismo y sus seguidores es su objetivo: “Caballeros: siete llaves al sepulcro de Ariel y en marcha”.
Luego de rememorar una utópica Arcadia uruguaya en el siglo XIX, donde aparentemente la riqueza se hallaba al borde del camino del viajero sin mayor esfuerzo, dedicaba todo un capítulo a defenestrar una casi institución antropológica: el mate, causante aparente de la pereza criolla.
Un texto, por momentos totalmente incompartible, pero rotundamente atrapante que cumple con una premisa: hacer pensar en forma crítica y obligarnos a interrogarnos sobre nuestros horizontes como sociedad.