Una obra trascendente. El autor (1874-1948), escritor y filósofo ruso, nació en el seno de una familia aristocrática, falleciendo en el exilio en París. Desde joven participa en los círculos revolucionarios, asumiendo posiciones crecientemente cercanas al marxismo, siendo desterrado a Siberia por el zarismo.
Viaja a Alemania, retornando a su patria para dictar clases en la Universidad de Moscú y su encuentro con el teólogo Serguei Bulgakov implica un proceso de cuestionamiento a la ortodoxia marxista y la evolución de su ideario religioso.
Sus profundas convicciones anti-autoriarias conjuntamente con su Fe hacen ineludible el choque con la Revolución Rusa, a la que había apoyado inicialmente, siendo expulsado en 1922 conjuntamente con un numeroso núcleo de intelectuales en el que se llamó el “Barco Filosófico”.
Comienza su período más prolífico, un claro exponente es La afirmación cristiana y la realidad social, en el que desarrolla una meditada crítica de los postulados marxistas, caminando a un enfoque espiritual cercano a la Iglesia Ortodoxa (asimismo no exento de polémicas) y una búsqueda filosófica marcada por referentes como Bergson y Jaspers y paralela al existencialismo cristiano de Unamuno. “El mayor error del marxismo y el más inhumano consiste en no ver al hombre más allá de la clase y en ver, en cambio, a la clase más allá del hombre; en reducir a éste hasta su célula más ínfima, hasta su más recóndita experiencia espiritual, a una función subordinada a la clase y en cambio, someter y ordenar su contemplación y su creación”.
Profundamente implicado en la defensa a ultranza de la libertad no dejará de tener una lúcida visión sobre las condiciones sociales en que desarrolla la existencia del individuo. “La libertad en la vida social debe dar a todo hombre la posibilidad efectiva no sólo de cubrir las necesidades de su existencia, sino la posibilidad de manifestar sus energías creadoras y de realizar su vocación”.