Un par de ediciones atrás Juan Manuel de Prada nos trajo de la mano las figuras de Chesterton y de Belloc. Hace más de cien años, Shaw había descubierto la imposibilidad de hablar de uno sin referirse al otro. El autor de Pigmalión, gran contradictor de Chesterton –aunque amigo personal– polemizaba con él. George Bernard Shaw fue un interesante y longevo personaje, que iniciado en la rama fabiana del socialismo, con su pretensión de abolir la propiedad privada, terminó defendiendo a la URSS y hablando loas de Stalin.
Hilaire Belloc, advirtiendo los ribetes autoritarios del fabianismo, escribió una nota de prensa que Chesterton abonó y que desencadenó la discusión con Shaw. El autor irlandés, haciendo uso de su conocida ironía, denunció la aparición de un monstruo cuadrúpedo y bicéfalo que asumiría la defensa de la civilización de la amenaza colectivista: el Chesterbelloc.
El inglés Gilbert Keith Chesterton y el español Ramiro de Maeztu tuvieron en común el haber sido adalides de la catolicidad. Curiosamente, los dos nacieron en el mes de mayo de 1874 y murieron en 1936: Chesterton de un ataque cardíaco y Maeztu asesinado por los rojos. También el haber sido conversos. Aunque Maeztu declaró que en su caso no sería tan así porque sus lazos con la Iglesia nunca se habían roto. Sería más adecuado el paralelo ejemplo de ese otro genial converso que fue Papini…
Chesterton procedía de una familia anglicana aunque se había sentido atraído por el catolicismo desde su juventud. Esa natural inclinación encontró fuerte respaldo en el P. John O’Connor que inspiró el personaje del Padre Brown, el sacerdote detective de las novelas que, a su vez, dieron base a la serie de televisión donde es interpretado por el actor Mark Williams.
Sin duda influyó también el itinerario de otro converso que, habiendo sido presbítero anglicano, fue luego cardenal de la Iglesia y en 2019 canonizado: John Henry Newman (1801-1890).
Y su amigo Hilaire Belloc completa la trinidad. Es a partir de ese monstruo de que hablaba Shaw que surge la doctrina del llamado «distributismo».
El distributismo
La crítica al capitalismo que hace Shaw encuentra coincidencias en la visión de Chesterton y de Belloc. La diferencia no está en el diagnóstico, sino en el tratamiento. El socialismo entiende que el mal radica en el capitalismo y eso lo lleva a la abolición de la propiedad privada. Pero el capitalismo en sí no desaparece, se transforma en capitalismo de Estado. Y el Estado debe ser administrado por hombres, que pasan así, a ser de hecho los nuevos propietarios.
El distributismo es una postura que opta por el camino del medio. Una solución que equidiste de esos dos extremos que, en verdad, son solo dos versiones de la misma cosa.
No se trata de abolir la propiedad privada sino de extenderla.
Belloc plantea la idea en El Estado servil (1913). Ramiro de Maeztu consideró que era la única alternativa de un sistema democrático frente al colectivismo.
Dice Belloc que «la esencia del capitalismo radica en su negativa a conceder la propiedad a la mayoría en condiciones significativas». La posesión de los medios de producción en manos de unos pocos genera dos clases: una económica y políticamente libre y otra sin libertad, ni económica ni política. A esa segunda se le aseguraría la satisfacción de sus necesidades básicas y un mínimo bienestar. Ese sería el Estado servil hacia el que se iba en camino.
El capitalismo solo podría ser reemplazado por la esclavitud, el socialismo o la propiedad extendida. En definitiva, la solución propuesta es que el capital y la tierra estén divididos entre un número significativo de familias. ¿Cómo? Eso no lo explica en ese texto. Lo que sí está claro es que el requisito básico es la restauración de la cultura católica. Y a eso apuntó la obra de Chesterton.
Chesterton fue un escritor político. Si su propósito material fue la lucha por la restauración de la propiedad contra el capitalismo y el comunismo, su sustento fue su fe católica.
Borges fue admirador de Chesterton. Lo cita en sus meditaciones, lo utiliza como insumo narrativo, lo invoca directamente como su numen como al inicio del cuento «Tema del traidor y del héroe»: «Bajo el notorio influjo de Chesterton (discurridor y exornador de elegantes misterios)… he imaginado este argumento…». En su Antología de la literatura fantástica en coautoría con su amigo Bioy y Silvina Ocampo, se incluyen dos cuentos de Chesterton escritos en 1922: El árbol del orgullo y La pagoda de Babel.
El hombre que fue Jueves
El germen de esas breves piezas selectas puede rastrearse en la que muchos de sus críticos consideran la obra maestra de Chesterton: El hombre que fue Jueves: Pesadilla (1908). La versión del poeta, escritor, traductor y diplomático mexicano Alfonso Reyes (1889-1959) –que se encuentra disponible gratuitamente en Internet– preanuncia uno y otro cuento: «un hombre que caminara siempre hacia Occidente hasta el fin del mundo, se encontraría con algún objeto –un árbol por ejemplo–, que fuera algo más o algo menos que un simple árbol: un árbol habitado por un espíritu; y, si caminara siempre hacia el Oriente hasta el fin del mundo, se encontraría algo que no fuera enteramente idéntico a sí mismo: por ejemplo, una torre cuya sola arquitectura fuera un pecado».
El hombre que fue Jueves: Pesadilla es una alegoría religiosa en forma de una sumamente entretenida historia policial. Una novela policíaco-metafísica impregnada del característico humorismo chestertoniano.
A través de la historia de las vicisitudes del joven poeta Gabriel Syme nos irá llevando de sorpresa en sorpresa hasta dibujar la eterna lucha entre el bien y el mal, el orden y el desorden representado, en este caso, por el anarquismo. Vale la pena (re) leerla por lo que nos remitimos a recomendarla.
Borges consideraba que la alegoría «es un error estético». De Prada dice que el autor argentino no penetra el trasfondo de la obra de Chesterton, si bien le atribuye a Borges «que Chesterton haya pasado las aduanas del pensamiento hegemónico, una dictadura cultural monolítica, como la que hoy padecemos». No es poco.
Hace un tiempo se había solicitado ante las autoridades eclesiásticas iniciar el proceso de beatificación de Chesterton. En 2019, el obispo de Northampton –diócesis natal de Chesterton– se expidió negativamente. Entre los muchos decepcionados seguidores del autor, se encuentra de Prada. En su estilo incisivo, el pensador español se descargó duramente contra el prelado publicando unas reflexiones sobre el tema.
Usando el símil del «pescador de hombres», razona que si a través de la lectura de sus obras Chesterton ha llevado a miles de personas a las redes de la fe: «¿Cabe forma de santidad mayor y milagro más pasmoso que transformar a las personas a través de la palabra?».
Buena pregunta, ¿verdad? ¿Usted qué opina amigo lector?
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