El impulso y su freno. Tres décadas de batllismo. Carlos Real De Azúa. EDICIONES DE LA BANDA ORIENTAL. Colección “Reconquista”. 1964, 109 págs.
En épocas signadas por lo fugaz, la ansiedad y la hipotética novedad, es bueno volver a releer un clásico de la ensayística nacional. “El impulso y su freno” quizás sea el texto clave para desentrañar el 900 uruguayo en clave de ciencias políticas.
“Utopía”, “Welfare State”, “El laboratorio del mundo”, “La Suiza de América”, “El paraíso de los locos” fueron algunos de los adjetivos para definir la hipotética excepcionalidad nacional en los albores del siglo. Carlos Real de Azúa logra problematizar el supuesto, la evidencia y demasiadas variables en torno a la siguiente pregunta: “por qué se detuvo el impulso progresivo que un partido –el batllismo– imprimió al Uruguay en las primeras décadas de este siglo?”.
¿Pero ese “impulso” solo era batllista? ¿Era el único camino hacia la construcción social más justa? ¿Los “palos en la rueda” solo eran los colocados por los oscurantistas adversarios políticos?
“Si se presume que el país no fue bastante receptivo a “la obra de Batlle”, ello lleva implícito que si esa obra merecía más completa recepción es porque, entre otras cosas, respondía a las necesidades del Uruguay y a su destino. Por otra parte, y en el caso concreto que aquí se indagará, las tesis de “monopolismo” y el “protagonismo” del batllismo (así alguna vez las llamamos) son difíciles de mantener; un análisis histórico medianamente atento no sostiene la convicción de que Batlle y Ordóñez lo haya hecho todo y de que su partido -y esto es de especial evidencia en el rubro de la libertad política y “la verdad del sufragio” – promovió todas las obras que dan timbre a esta etapa. Tales inferencias tienden todavía a complicar la cuestión, pues hacen que no pueda indagarse en la dinámica de ese período sin entrar en el examen de esas fuerzas y factores concomitantes que fueron los otros partidos –el Nacional sobre todo– y el equilibrio precario pero efectivo, a que entre ellos llegaron”.
Real de Azúa plantea la interrogante de si ese modelo era tan progresista como ha sido declamado y si era en su propia constitución que estaba implícito la ambigüedad por la cual sus efectos hayan devenido factor de estancamiento, de agotamiento y hasta de involución.
Y profundiza en otra dirección complementaria, quizás el batllismo no fue una ruptura tan abrupta en nuestra historia. En el cap. IV, “Las grietas en el muro” plantea: “la realización, forzoso es reconocerlo, fue imponente. Pero no es imposible marcar junto a sus logros, las fisuras que ellos ya portaban. Me refiero así a las deficiencias, a las manquedades que cabe registrar dentro del contexto en el que, como decía, esos logros parecen tan considerables”.
“Como todo movimiento digno de este nombre, el batllismo profesó cierta filosofía, escueta pero articulada, del desarrollo histórico y social. Heredero de la línea colorado-conservadora (son muy sólidas las vinculaciones familiares y emocionales entre un conglomerado y el otro) fue suya la optimista, la sarmentina que tuvo ancho curso en el río de la Plata, una filosofía hecha de oposiciones tajantes entre pasado y futuro, entre “barbarie” y “civilización”, entre autocracia y libertad alineadas según las pautas valorativas de la modernidad occidental europea. Con estas antítesis, heredó la univocidad, la limitación, la petulancia dogmática, el dualismo y la impositividad con que el pensamiento liberal-progresista había dotado a los términos positivos de aquellas dualidades.”
Un modelo político definido crecientemente por la autocomplacencia, el centralismo montevideano, el desprecio subyacente al interior rural y en especial un panamericanismo exacerbado que hacía olvidar todo un continente, llevaba dentro de sí el freno.
Hoy, como siempre, es imperioso levantar la mirada y pensar. Real de Azúa continúa siendo un excelente acicate para dicha tarea.
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